Mis amigos de la edición de Avilés de LA NUEVA ESPAÑA me pidieron que escribiera algo sobre el futuro; sobre como creo que puede venir y que esperamos, aquí en este rincón del mundo comprendido entre el faro de San Juan de Nieva y el monte La Luz. Se cumplen, ahora, treinta años desde que se inaugurara la edición local de este periódico y querían que aportara mi testimonio, lo cual es de agradecer.

Por supuesto que se agradece, pero… ¿Qué digo yo sobre el futuro de Avilés…? Que digo si, para mí, el futuro es hoy. Los treinta años que conmemora el periódico, y más de otros tantos, se me han ido en un suspiro y resulta que sin darme cuenta formo parte de esa población envejecida que cuesta un riñón y dicen que está arruinando el país y condicionando su futuro hasta el punto de que no saben qué hacer con nosotros. Soy de los que hicieron la transición del 78 y heredero de las prejubilaciones de hace una década, así que estoy en condiciones de decir lo que decía aquel replicante de Blade Runner: “He visto cosas que vosotros no creeríais”.

Claro que las he visto. He visto al Real Avilés en segunda división. No hace tanto, hace treinta años. También he visto un Plan que el Ayuntamiento encargó sobre el futuro de Avilés y fue presentado en la Casa de la Cultura, hace veinte años, plagado de faltas de ortografía. Se lo dije al alcalde y contestó que no tenía importancia. Igual llevaba razón; aquel Plan acabó en la basura. Fue una suerte. Pasó otro tanto con los que dijeron que el Centro Niemeyer haría de Avilés lo que el Guggenheim hizo de Bilbao. Tampoco acertaron. Pero no lo vi como un fracaso, lo vi como que Avilés camina hacia el futuro a su manera; dando pasos cortos y sencillos y sin hacer caso a quienes piensan que todo se construye desde el puente de mando. Al final, nunca es así. Circunstancia que celebro porque demuestra que nuestra ciudad es inteligente y no se propone una meta, se apunta a seguir caminando y llegar hasta donde llegue.

No quiero decir con esto que los planes con los que pretenden encauzar el futuro acaben todos en fracaso. Los planes nacen con buena intención, pero están sujetos a esa ley invisible que es la que, al final, determina lo que triunfa y lo que cambia y lo que no. Pueden planificar las mil maravillas, pero de repente aparece un virus, como ahora el covid19 o mañana el repelús16, y obliga a que se establezca un nuevo orden económico y político que acaba con todas las previsiones y requiere planteamientos distintos.

Por eso, si me preguntan cómo veo el futuro de Avilés, pues qué sé yo. A lo mejor, con un boulevard precioso donde ahora están las vías del tren, con cientos de bicicletas esperando por un conductor y con coches que, a pesar de ser todos eléctricos, tendrán difícil circular por el centro y llenarán el aparcamiento municipal de Las Meanas, incluida la segunda planta, que estará ocupada al completo. También imagino que habrá colas para jugar al golf en Los Balagares, que los cruceros atracarán en el muelle Niemeyer como la lancha de Melilla atracaba donde antes estuvo La Rula y que el Ayuntamiento, para hacer una demostración de que sabe y entiende lo que es estar a la última, pondrá una escalera mecánica en la Cuesta de la Molinera para que podamos subir sin esfuerzo.

Del futuro del empleo no hablo porque se trabajarán tres días a la semana y las calles estarán llenas de terrazas cubiertas con metacrilato para que la gente pueda resguardarse de la lluvia y jugar con el móvil hasta que los dedos se les pongan como morcillas.

El futuro, aquí, será como en todas partes y, si acaso, un pelín mejor porque se trata de Avilés. Avilés que, según algunos y yo estoy de acuerdo, viene de hábiles. Y, de esos será el futuro, de los torpes no espero nada.