José Barluenga (Tardienta, Huesca, 1940) evoca en esta segunda entrega de "Memorias" sus inicios y experiencias como catedrático de Química Orgánica en la Facultad de Ciencias de Oviedo.

Constructora quebrada.

La situación era tal que en la primera junta de la Facultad de Ciencias a la que acudí le dije al decano, con todos los profesores delante, que me había mandado a un lugar con una tablilla que ponía "Departamento de Química Orgánica", pero si hubiera escrito en lugar de eso "establo" también valía. Yo había decidido venir a Asturias, pero no conocía los últimos detalles del lugar al que llegaba. No obstante, nunca he querido hablar en exceso de aquello, y más cuando mi antecesor, el profesor Pertierra, venía a verme a mi despacho y lo primero que yo hacía era levantarme de mi silla y sentarme a su lado. Lo traté con mucho respeto porque yo entendía lo que habían sido los años cincuenta y sesenta para la Universidad española. La gente de ahora, con los ojos actuales pensará que eso son los cuentos del abuelo, aunque fueron realidades como puños. Pero fueron llegando los medios de todo tipo: aparatos de laboratorio, biblioteca?, y empecé a hacer grupo y a trabajar. Daba todas las clases que eran necesarias y hasta hace diez años, cuando me quitaron un tumor, todos los domingos de mi vida he estado en la Facultad, salvo excepciones. Los sábados los dedicaba por completo a la familia, pero el domingo venía cinco o seis horas. En la Facultad de Química, que se creó en seguida y aparte de la Facultad de Ciencias, los únicos catedráticos jóvenes éramos José Coca y yo. Él era de Ingeniería Química. En mi departamento empezamos a realizar publicaciones muy interesantes en revistas de fuera y la gente de España se empezó a fijar en Oviedo con mucho detalle, e incluso en lugares fuera de nuestras fronteras. Se leyeron muchas tesis doctorales y muchos alumnos fueron a hacer estudios posdoctorales a Alemania o a EE UU, hasta el punto de que el departamento llegó a ser de los sobresalientes a nivel nacional. Coca era el decano y conseguimos con mucho esfuerzo hacer el nuevo edificio, que tuvo una dificultad añadida: cuando estaba levantada la primera planta, la empresa constructora quebró y entonces hubo que empezar de nuevo desde cero. En Madrid habían cambiado los políticos y hubo que convencerlos otra vez. Habíamos empezado con el edifico hacia 1981 y se terminó con todos los avatares en 1989.

Posesiones del profesor.

Y aparece este edificio, moderno, pero muy pequeñito en comparación con otros de fuera. Quiero decir que cuando uno habla de centros universitarios de excelencia hay que mirar fuera de nuestras fronteras; y este edificio, para los países de nuestro entorno cultural, es una miniatura. Por ejemplo, un profesor a tiempo completo que sea relevante tiene 25 o 30 estudiantes y alumnos de posdoctorado y para ellos necesita un espacio como el que tiene toda la Química Orgánica en esta Facultad, ya que por cuestiones de seguridad no deberían estar todos apiñados. Hace unos días estuve en un congreso francés de Química Orgánica en una Facultad que era inmensa y en la que cabían diez facultades como la nuestra. Es una deficiencia importante, mientras que cuando visitas facultades extranjeras los profesores te enseñan sus "posesiones" con orgullo. Cuando la Universidad de Oviedo hizo esta Facultad, yo dije que era la más limitada de España de la nueva era, porque a partir de ésta ya hay otras mejores, como en Valencia o en Barcelona, de donde vinieron arquitectos a ver cómo era la nuestra y luego hicieron las suyas a imagen y semejanza de ésta, pero mejorándola. Son nuestras deficiencias, pero lo digo en términos de comparación y hoy no constituyen el problema principal, que está en otros aspectos, como las deformaciones estructurales de la Universidad española.

Calidad científica.

Ya digo que el prestigio de la Facultad de Química de Oviedo fue creciendo, y a ver si se mantiene, porque en este momento las cosas están cambiando en el mundo de las ciencias. Por ejemplo, cada vez va a ser menos importante el número de publicaciones, pero más importante su calidad. Ahora mismo se están restringiendo tanto los dineros que hay que seleccionar mirando la calidad. Los grupos de investigación tendrán que ser de verdad grupos competitivos, y no porque ellos lo digan de sí mismos, sino porque esa calidad se tiene que reconocer desde fuera. Los que tienen que tomar decisiones sobre qué ayudas económicas han de recibir los grupos de investigadores han de ser científicos de primera magnitud. Y un profesor o un grupo que lleva muchos años trabajando, si sus trabajos no parecen nunca en revistas de primera magnitud, habrá que pensar si se sigue financiando en estos momentos que nos enfrentamos a tantos problemas económicos. Hay que ser selectivos y con criterios científicos. Y esas decisiones las tienen que tomar grupos de evaluación indiscutibles. En esto quiero hacer mucho énfasis porque aquí está el quid de la cuestión: el comité de expertos que toma la decisión tiene que ser un comité que no pueda ser discutido por su categoría científica; y si hay poco dinero vamos a seleccionar. Tenemos muchas universidades en España y en esas universidades hay muchos grupos que simplemente sobreviven. Entonces, habrá que preguntarse si merece la pena seguir manteniendo a esos grupos porque habrá que pedirles retorno, y en la Universidad no hay más retorno que la calidad con estándares internacionales.

Revistas prestigiosas.

Decía que los momentos iniciales en Oviedo fueron muy duros, pero se compensaban muy bien con un plus de energía y entusiasmo que teníamos tanto yo como la gente a mi alrededor. Uno era joven y digamos que todo se equilibra en todos los momentos por una razón u otra. Y los momentos de satisfacción llegaron cuando entramos en las revistas de química más prestigiosas. Y no entramos una vez por casualidad, sino que era una cosa habitual. Era un paso que había que dar, aunque hoy no es suficiente por lo que antes decía. Y el paso siguiente hacia la mejor calidad tendrá que darlo la generación que venga detrás. Otro elemento que indica bastante bien la calidad de los científicos es a qué conferencias plenarias los invitan y qué universidades los llevan a que impartan conferencias o cursos. Eso es donde menos se va a engañar nadie; todo lo demás tiene deficiencias, pero si un científico ha estado en el MIT o en el Max Planck, eso es una garantía.

Hacer "amigos".

En los años ochenta presidí la Comisión asesora para la Investigación Científica y Tecnológica del Ministerio de Educación y Ciencia, y a continuación fui presidente del primer Comité Español de Investigación Científica y Tecnológica del Ministerio. Desde finales de los años setenta hasta comienzos de los ochenta nos habíamos quejado mucho de que no había financiación para nuestros trabajos. Teníamos que buscarla como podíamos, hasta que llegó la ley de la Ciencia, de UCD, y se busca a expertos en todas las áreas del saber, como los tienen todos los países civilizados, y a mí me ofrecen la posibilidad de ser presidente de la Comisión de Química, a la que desde toda España se enviaban proyectos de investigación. Nosotros los remitíamos a expertos y con sus informes determinábamos quiénes recibían ayudas y hasta qué nivel. Ahí estuve tres años, en un lugar absolutamente técnico que no tenía nada que ver con la política. Y después el comité es el que me granjeó "amigos" a lo largo y ancho del territorio nacional porque determinábamos qué dinero se le daba a cada cual. Fue muy duro porque para qué les dices que no eres un cabrito. Pero nuestro comité aprobó todas las ayudas por unanimidad y en los casos de duda se volvía a discutir las veces que hiciera falta. Fue la época en que Solana era ministro de Educación, y Juan Rojo su secretario de Estado. Fue el momento más serio para la ciencia española desde que yo tengo uso de razón. Ellos eran dos físicos y en términos generales a los físicos la carrera los educa en tener una cabeza muy bien organizada.