María Eugenia Fernández Doval. Confitera. Fue pregonera este año en las fiestas de Navia y pocas personas habrá en la villa naviega tan queridas como ella. Cada año hace, con fines benéficos, la «venera más grande del mundo», una versión XXL del típico postre naviego. Y cada madrugada, los días de salir, su colacao y sus donuts recién hechos «salvan del colapso» a miles de jóvenes naviegos.

Hay conversaciones que saben a gloria. Tanto o más que la venera, ese postre naviego que sí que es gloria bendita

-Lo que sí te pido es que me pongas bien los apellidos, que estoy cansada que me los pongan mal. María Eugenia Fernández Doval.

-¿Doval con uve?

-Con uve. Soy nacida en Avilés, tengo 63 años. Allí pase mi infancia y mi primera juventud. Como mis padres eran de aquí, venía todos los veranos aquí. Con 16 años conocí al que hoy es mi marido, José Antonio. Empezamos a salir y luego él tuvo que hacer la mili. Yo seguí estudiando en la Escuela de Administración de Empresas y en diciembre de 1978 nos casamos. Llevamos 43 años casados.

-¿Y qué tal?

-Muy bien. Tonín es mi socio en la empresa y mi compañero de vida. Y, bueno, lo mejor que me pasó.

-¿Cómo se hizo confitera?

-Tonín quedó en el paro del astillero y empezó a trabajar en una panadería. Luego pasó para otra que abrió, donde yo también empecé a trabajar. En diciembre de 1986 empezamos como empleados y en enero de 1988 nos dijeron que nos traspasaban la panadería. Lo pensamos y dijimos que sí. Estuvimos once años en ese local y luego ya pasamos a donde estamos ahora. El obrador del pan lo tenemos en La Colorada y aquí el despacho del pan y la confitería. Yo me hice pastelera y él panadero. 

-Y usted hace la venera más grande del mundo.

-Hace 28 años que empezamos a hacer la fiesta de la venera, que es el postre típico de Navia. Lo hacemos para recaudar fondos para Manos Unidas. Cuando empezamos, María Luisa Villanueva, la coordinadora de aquí de Manos Unidas, vino a verme por si quería colaborar y fue cuando me dije: «Voy a hacerle una venera que sea tan grande como el fondo del horno». Mira, la hago sobre esta lata, que es todo lo que da el horno. Luego añadimos otras tres latas y para este año, que la fiesta fue el 6 de agosto, hicimos una de 3 metros por 85 centímetros. No sé si podré hacerla más grande porque ya no tengo más sitio. Lo que sí te digo es que la voy a hacer mientras viva. Cuando me jubile es lo único que voy a llevar: la lata esa para hacerla. Luego ya pediré a alguien que me la hornee. Para mí es algo más que un postre, es lo que representa. Con ese dinero que se recauda se hicieron muchos proyectos. El año pasado fue una escuela, antes fue para mejorar la sanidad de las madres lactantes.

-¿Tiene hijos?

-No, pero los de los demás son todos míos. ¡Cuántos no pasaron por aquí, por esa ventana del obrador que da la calle!

María Eugenia Fernández Doval, con una de sus veneras. JULIAN RUS

-¿Cómo?

-De noche, cuando la juventud sale, vienen luego a desayunar. Yo, que estaba en el obrador trabajando de noche, era la única que estaba abierta en Navia cuando cerraban el Géminis y las discotecas. ¿Y para dónde crees que iban? Porque para casa no quieren ir nunca. Venían a «forrar» aquí, dicen ellos. Forrar me imagino que es cuando se bebe algo y hay que forrarlo para que la resaca no sea tan grande. «María Eugeniaaaa, darnos algo de comer». No sabes la marabunta que es. Desde la esquina del muelle que me vienen llamando por el nombre. «María Eugeniaaaaa». Y yo: «Callai la boca que os oyen los vecinos». Es que ahora la juventud habla muy alto. Así que aquí en el obrador, al lado de la ventana, ponía un cesto con bollos de chorizo, empanada y donuts, que era lo que más llevaban. Y, hala, a comer. A uno que viene un poco mal hay que darle café, al otro que tiene frío hay que darle colacao. El colacao no se lo cobraba. Yo el colacao no lo tomo, lo traigo para ellos. Luego traían la terraza de «La Bocana» aquí e igual estaban ahí dos horas comiendo donuts. Y luego les digo: «Hale, hay que recoger la terraza y volverla a su sitio porque si no recogéis, la semana que viene no os doy de comer». Los nenos, como si fueran míos. A veces Tonín me dice: «¿Pero cómo los riñes así?». «Estos son como si fueran míos y yo quiero que se porten bien», le digo. Y les saco la zapatilla de vez en cuando, cuando no se portan bien, que también hay. Los amenazo con la zapatilla, pero al día siguiente, en la procesión de la Barca, donde llevo la ofrenda del pan, después, cuando bailamos la danza prima, son los primeros en acercarse a mí para bailar de la mano. La juventud toda me conoce. Todos los días tenía tarea con ellos. Yo les decía: «No me dejáis hacer nada, no tengo nada». Y ellos: «Que siííí, María Eugenia, que huele a donuts, que huele a croissant, que huele a empanada». Aquí pasó mucho bueno. Y también regular, hubo días que me dieron mucha mucha guerra. Pero tengo que reconocer una cosa: que si alguno de fuera venía y se quería pasar conmigo, le paraban los pies. «Cuidadito, que María Eugenia es nuestra y no se le falta al respeto». Y una vez que me sentí mal y me desmayé de un bajón de tensión, cuando me di cuenta habían saltado la ventana para auxiliarme y llamar al 112. Y hasta que no llegó la ambulancia no se fueron. Los conozco a todos, pero a veces los llamo por el nombre de los padres porque cómo conocí primero a los padres, que ya venían por aquí.... A mí lo que me preocupaba mucho antes, cuando no había móviles, era que estaban dos horas aquí y los padres no sabían dónde estaban Ahora que hay móvil supongo que avisen a casa. Y yo les decía: «Pero neno, ¿no vas para casa? Tus padres tienen que estar preocupados». Y ellos me decían: «Tranquila María Eugenia, ya saben que estamos aquí». Y se hacen fotos conmigo. Los primeros selfies que hice me los hicieron ellos. Yo les tengo mucho cariño. Algunos empezaron a venir de 16 años y ahora son padres de familia. Es que fueron 35 años…

-Y ellos la querrán también. Les salvó la vida muchas noches dándoles de forrar.

-Jajaja. Eso dicen ellos. Mi marido está asustado de la paciencia que tengo. Dice que no la tengo en casa y que la tengo aquí. Pero él ya sabe que esa juventud es mi debilidad. Esos y el colegio de la Fundación Edes, en Tapia (de educación especial). Esos sí que son el colegio de mis amores. Eso es oro molido. Cuando empezó hace 32 años, cuando todavía no era fundación, nos pidieron ayuda. Se iba a organizar un triangular de fútbol para recaudar fondos y comprar una furgoneta adaptada para sillas de ruedas y nosotros pusimos todos los pinchos. Desde entonces colaboramos todos los años con la fiesta que hacen en Vegadeo, colaboramos con empanadas y con todo lo que necesiten. Ellos saben que todo lo que necesiten de aquí, lo tienen sin problema. Es una labor muy importante la que hacen esas personas.