José María Gárate titulaba «¡No hay quien tome las Peñas Blancas!» uno de los capítulos de su libro «Mil días de fuego». Los estrategas militares, al citar las Peñas Blancas, en plural, se referían a tres cumbres, cercanas entre sí, en el extremo este de la sierra del Cuera: el Tiedu, Cabeza Ubena y la propia Peña Blanca (1.176 metros), hasta donde llega el concejo de Llanes y se hermana, es un decir, con el concejo de Cabrales. Estas tres cumbres juntas tendrían que ser enfocadas e iluminadas en la historia de la guerra civil española. En esas cumbres se hicieron fuertes aquellos soldados republicanos santanderinos del batallón de Infantería de Marina, que siempre estuvieron en una segunda línea durante la continua batalla de la sierra del Cuera, incluso en su fase final, cuando, desde las alturas, percibieron la tremenda crudeza de lo sucedido en el alto de la Tornería. Recientemente, ese batallón de Infantería de Marina había sido organizado con marineros y tropas sobrantes de la tripulación de los barcos y la defensa costera. Un batallón en quien nadie confiaba, ya que muchos de sus miembros habían estado en batallones disciplinarios. Por eso en la provincia de Santander había estado en la reserva del Ejército Popular Republicano. Fue una de las escasas unidades que se salvó de la debacle de Santander, por encontrarse a finales de agosto en la zona de Liébana.

El 15 de septiembre, el día en que los hombres de la 1.ª brigada móvil del anarquista Carrocera se retiraron del alto de la Tornería y del pueblo del Mazuco, el batallón de Infantería de Marina, de súbito, se convirtió en la vanguardia de toda la defensa republicana en la sierra del Cuera. Y cinco días después, por su heroicidad, tenían que haber recibido la Medalla de la Libertad, como otros combatientes la han recibido en esa sierra. Por desgracia, sólo consiguieron el reconocimiento de sus enemigos. Como señaló José María Gárate en el capítulo que dedicó a las Peñas Blancas: «Los infantes de Marina que se nos enfrentaban, capaces de combatir hasta el fin de tan adversas condiciones, merecían nuestra máxima admiración y respeto, pero también nuestro máximo fuego». Y así fue.

El jueves 16, por la mañana temprano, la preparación aérea franquista es intensa y la tropa del X de Zamora lanza todos su efectivos al asalto, pero, a menos de cincuenta metros de la cumbre de Peña Blanca, son frenados en seco por el nutrido fuego de armas automáticas y de fusilería de los republicanos. Al mediodía les toca el turno de asalto a los escuadrones de caballería, también sin fortuna. A última hora de la tarde será el X de América el que fracasa. A primera hora de la mañana del viernes 17, aunque la lluvia y la niebla impiden el apoyo de la aviación, ataca nuevamente el X de Zamora, seguido del XIII de Zaragoza, sin resultado positivo. El sábado 18 la aviación vuelve a hacer presencia para bombardear y ametrallar a los infantes de Marina. En el turno de rotación de batallones para el asalto le toca al XVI del Zaragoza. Los republicanos solamente dan muestra de vida en el momento en que la aviación se retira, y lo que hacen es arrojar por todos lados bombas de mano. Las explosiones se cobran bastantes bajas de los asaltantes y no les queda más remedio que volverse a retirar. El domingo 19 las tropas nacionales que rodean las Peñas Blancas tuvieron un descanso y se procederá a relevar a la agrupación de Martínez Iñigo por la del teniente coronel Mora, que pasa a la primera línea de combate.

El lunes 20, sin relevo, por supuesto, fue el quinto día defensivo de los hombres del batallón de Infantería de Marina. Ese día amanece con un sol radiante, que es un mal presagio para ellos, porque permitirá a la aviación enemiga campar a sus anchas. Las escuadrillas despegaron a partir de la una de la tarde para batir continuamente el sector de Peñas Blancas. Las baterías de su artillería de montaña marcan, con sus explosiones, los objetivos que ha de cumplir la aviación. El teniente coronel Mora atacó con sus descansados batallones: el XIII de Zaragoza a la derecha, el XVI a la izquierda y, junto a éste, el C de Ceriñola, seguidos de cerca por la caballería de Villarrobledo. Gárate relató con detalle aquel asalto final de la inexpugnable posición republicana. El enlace de Infantería y aviación funcionó perfectamente. «La aviación sigue volando y el último caza aún hace algunos disparos», dice este autor, «cuando los soldados ponen pie en la cima y la bandera colorea en el alto con el sol». Los tres objetivos militares se cumplieron. Por este orden se tomaron las cumbres: Peña Blanca, Tiedu y, finalmente, Cabeza Ubena. Fue una carnicería. Veamos el espectáculo dantesco de esa última cumbre, Cabeza Ubena, que nos facilita Gárate: «Hay dos o tres muertos en lo más alto, boca arriba, estirados, como maniquís blandos. (É) En las trincheras hay muchos muertos más. Según pasamos vemos una escuadra entera, muy juntos unos de otros, en posturas absurdas, algunos retorciéndose aún, con la sangre, ya seca, por la boca y el pecho; uno que parece oficial tiene las piernas segadas por la metralla, junto a una ametralladora destrozada». El parte de guerra oficial señala luego que allí han recogido más de 100 cadáveres.

Al tomar los tres vértices de Peñas Blancas, estas tres últimas cumbres de la sierra del Cuera, las tropas de Franco allí concentradas eran 16 batallones de soldados, con su artillería de montaña, y 36 aviones de combate, sin olvidar el crucero «Almirante Cervera» desde el mar. Con esta abrumadora superioridad de las fuerzas nacionales, el 20 de septiembre concluyó la batalla de la sierra del Cuera.

Pero la Batalla del Oriente de Asturias, en mayúsculas, entre dos ríos, Deva y Sella, todavía continuará casi otro mes. El Ejército republicano seguirá defendiendo el territorio asturiano metro a metro: Bedón, Benzúa, Hibeo y sierras de Bustaselvín; los puertos de montaña surorientales de la cordillera Cantábrica (Pontón, Ventaniella, Tarna y San Isidro); Covadonga (volvieron los morosÉ de Franco) y Cangas de Onís; Palmoreyo, Cuesta de Prelleces y Collado de San Tirso; RibadesellaÉ El día 11 de octubre las tropas nacionales pasaron el río Sella. También concluyó la Batalla del Oriente de Asturias.

Diez días después, el 21 de octubre de 1937, el Ejército de Franco entró en Gijón. Se acabó la resistencia republicana en Asturias y, por tanto, en todo el frente norte de la guerra civil española. Por eso, después de resumir casi dos meses de batalla en batalla, nunca entenderemos la simplista y lacónica conclusión del buen historiador Gabriel Jackson en su libro «La república española y la guerra civil, 1931-1939»: «Septiembre y octubre fueron dedicados a las operaciones de limpieza en Asturias».

Luis Aurelio González Prieto es autor del reciente libro «La Batalla del Oriente de Asturias», e Ignacio Quintana Pedrós es impulsor del nuevo colectivo ASICU (Amigos de la Sierra de Cuera).