Oviedo, L. Á. VEGA

Baldomero Fernández Ladreda (Soto de Ribera, 1906-Oviedo, 1947) pasó de héroe del Ejército republicano -donde llegó mandar la 179.ª y la 2.ª brigadas en el frente del Norte- a «traidor» a la causa obrera, «caudillista altanero» y «abyecto delator» durante los últimos años de actividad guerrillera en Asturias. Todo por enfrentarse a la estrategia de resistencia a Franco trazada por el PCE en el exilio. El libro «Fugaos» -KRK Ediciones-, del historiador Ramón García Piñeiro (Sotrondio, 1961), reconstruye la última década de vida de «Ferla» -el alias que utilizaba-, su lucha sin esperanza al frente de los últimos guerrilleros y el final que le deparó el destino, agarrotado en la cárcel de Oviedo como un vulgar asesino.

Después de distinguirse en el cerco de Oviedo y las batallas del País Vasco, Santander y del Oriente asturiano, «Ferla» fue uno de los pocos mandos del Ejército Popular que se quedaron en Asturias cuando culminó la conquista del Norte por las tropas de Franco, en octubre de 1937. No está claro si es que no pudo embarcar en el puerto de Gijón -otras fuentes señalan Avilés-, o si, como dice la leyenda, prefirió quedarse en tierra por solidaridad con sus soldados, para los que no había sitio en los barcos de salida.

Los montes asturianos se poblaron ese mes de octubre de miles de soldados, una cantidad que, debido a las graves dificultades de subsistencia, las promesas -falsas en muchos casos- de clemencia por parte de los vencedores, el hartazgo de la guerra y el constante acoso militar, fue disminuyendo dramáticamente en los siguientes meses. Según Ramón García Piñeiro, el «sálvese quien pueda» que siguió a la derrota «quizá le dejó un poso de resquemor respecto a los dirigentes del PCE, que explica su trayectoria posterior»

Junto a «Ferla» quedaron unas pocas decenas de militantes de las organizaciones obreras que se habían marcado abiertamente en los años anteriores y no podían esperar ningún trato favorable del régimen triunfante. Fernández Ladreda, antiguo militante de UGT que se hizo comunista en la cárcel modelo de Oviedo, a la que fue a parar tras su activa participación en la Revolución de 1934, constituyó, en 1943, la segunda organización de guerrilleros tras la guerra, el Comité de Milicias Antifascistas, en la que estaban integrados también los socialistas de Arístides Llaneza -hijo del fundador del SOMA- y Manuel Fernández Peón, «Comandante Flórez». «No fue una organización con mucha base de apoyo», reconoció García Piñeiro.

En ese momento apenas quedaban unos cincuenta guerrilleros en los montes asturianos, pero su número volvería a incrementarse en 1945, cuando la derrota del Eje en Europa movió al PCE a reactivar la lucha guerrillera y unir esfuerzos a la que se consideraba más que segura invasión de España por parte de los aliados. Previamente, el PCE lanzó la propuesta de la Unión Nacional Española, que pretendía unificar la oposición contra Franco -y no sólo la de izquierdas- y lanzar una campaña de enfrentamiento abierto al régimen, que implicase no sólo acciones militares, sino políticas, como huelgas y manifestaciones.

«Ladreda siempre se mostró bastante crítico con esta propuesta, porque él presenció la magnitud de la derrota y fue testigo de la represión feroz e inmisericorde de los vencedores. Para «Ferla» era preferible una resistencia agazapada y ultraclandestina que actuase en el momento oportuno, para evitar un derramamiento inútil de sangre».

En sus cartas al PCE argumentó que con convocatorias de este tipo se «jugaba con las vidas de hombres que habían puesto sobre la ruleta todo lo que valían en diferentes ocasiones y habían marchado de fracaso en fracaso». Y más adelante señaló que, desde 1934, estaba «con las armas en la mano, y siempre de derrota en derrota, por pensar con los pies los que estaban en la cabeza».

Esta oposición le valió la despiadada inquina del PCE, que le expulsó del partido en 1946 en medio de todo tipo de acusaciones, entre otras, su presunta connivencia con los socialistas. Caería en manos de los franquistas en septiembre de 1947, en un episodio que Ramón García Piñeiro califica de extraño. «Ferla» quizás estaba harto de la clandestinidad y buscaba la clemencia del régimen. Si lo pensó, fue un craso error. Pese a su colaboración con la Policía, fue condenado a muerte y ajusticiado el 15 de noviembre de 1947.