Hace un año. Oviedo, hotel Santo Domingo, domingo, tarde larga del 27 de mayo de 2007, dos habitaciones reservadas. Una, trasteada de ordenadores y pinchos: por allí cruzan datos y charla Jesús Gutiérrez, María Luisa Carcedo y Carlos Bauman, jefe de prensa de la Federación Socialista Asturiana (FSA); entran y salen dirigentes, sondeos y valoraciones. La otra está prevista para operaciones especiales y uso exclusivo de Javier Fernández, el secretario general y, si acaso, el presidente, Vicente Álvarez Areces. Por si el recuento viene de nalgas, un imprevisto, la tensión dispara una bronca... Todo eso, si ocurre, debe quedar entre muy pocos, y a puerta cerrada.

El escrutinio confirma una de las horquillas del sondeo interno, al que secretamente abrazaba a solas, celoso de las intimidades de la encuesta, Jesús Gutiérrez: 21 diputados. Podían seguir gobernando, aunque fuese por los pelos. Habría que volver a soportar a Izquierda Unida, pero retenían el mando. Y, de propina, una hegemonía municipal avasalladora. Hoy, 55 alcaldes de los 78 concejos del Principado son socialistas. Uno podía arrimarse a la puerta de Javier Fernández sin peligro de que la bronca le arrancase la oreja indiscreta: calma feliz.

Un mes después. Viernes, 29 de junio de 2007, sede de la FSA, última cita negociadora entre los socialistas e IU. Álvarez Areces telefonea en un aparte a Gaspar Llamazares, para comentarle la oferta de pacto, recién horneada. Al coordinador general «le parece razonable», y hasta apetecible, según la versión del PSOE.

Pero algo no rueda. Jesús Iglesias había pedido un descanso de un cuarto de hora, para deliberar. Tardan, y el retraso atiza la sospecha. «En la delegación estamos empatados y necesito someter esto a la ejecutiva». Los socialistas, aunque punto recelosos, dan por hecho que habrá acuerdo, y alguno decide irse de vinos, por celebrarlo. Al día siguiente, la negativa de IU les desconcierta. Educación manda, les invitan a café y quedan en verse: ya nos llamamos, como se prometen los amigos alejados cuando se tropiezan por la calle.

Mal diagnóstico, pero transitorio: no habrá Presupuesto, sucederán bofetones parlamentarios y luego, tras las generales, remansarán las aguas. Era un augurio compartido, tanto entre los socialistas como en el Gobierno y en IU. Ocurre que la política es práctica incompatible con la astrología. No hubo acuerdo sobre el Presupuesto, por más que clamaron patronal y sindicatos, pero a fuerza de créditos, el Ejecutivo recuperó oxígeno; las elecciones generales no reforzaron a IU, que la destartalaron en chiringuito; la crisis económica acorrala a un PP desnortado y en Asturias le fuerza a la responsabilidad; y la elaboración del Estatuto remacha el buen entendimiento entre Javier Fernández y Ovidio Sánchez.

Así que, un año después, quién lo diría, Areces y su Ejecutivo viven una dulce inestabilidad. Alocado por la tarantela de su crisis, el PP es imprevisible, pero, tal como van las cosas, a pocos en la Junta les extrañaría que Sánchez y los suyos decidieran en el otoño, con los diezmos correspondientes, no presentar una enmienda de totalidad al Presupuesto. Y con ese crédito, bien administrado, Areces tendría para toda la legislatura. A la FSA le esperaría, en esa tesitura, un debate interesante: o un entendimiento bien apañado y volátil con el PP o la búsqueda de un pacto incómodo aunque sólido con IU. La evolución de la negociación autonómica complica la segunda alternativa. Si en el otoño coinciden ambos asuntos -el remate del Estatuto y la búsqueda de alianzas presupuestarias-, a ver cómo concilia IU el rechazo socialista a sus exigencias autonomistas con un entendimiento presupuestario. La FSA puede ponerlo más fácil si a finales de julio, cuando celebrará su congreso, manda recado a IU.

Pero eso es adelantar acontecimientos, y estos días de primavera, tan cambiantes, al sol de las torenas son de pronóstico difícil. En especial, cuando las cuestiones son poliédricas. Un ejemplo: hace un año, Ramón Quirós sobresalía en el Ejecutivo por la mosca, inusual en un consejero, y la altura. Hoy, por sus propuestas para el gobierno de la sanidad. Las ganas de hacer cosas son buenas y evidentes. Pero como tener buena parte de razón y estar encantado de conocerse no son cuestiones incompatibles, hay que aprender a templar, para no incendiar más de lo debido. Como sabe Juan Luis Rodríguez-Vigil -a primera vista, existen ciertas simpatías entre ambos, aunque Quirós ande desprovisto de extravagancias-, es imposible hacer cambios serios sin molestar. Si fuera por «los que se enroscan la boina», como repetía María Luisa Carcedo, jamás se hubieran atrevido con el esfuerzo de modernización sanitaria que afrontaron en la década de los ochenta. Pero actuar a golpes de audacia tampoco es norma de buen Gobierno. Ya se sabe que Quirós sobresale, y no sólo por altura; cabe sospechar que el ego guarda cierta proporción con la longitud; y está en veremos tanto su capacidad para salir de los avisperos con tino y diálogo como la del propio Ejecutivo para aguantar el rimo de sus escapadas.

Lo de mirar al cielo con sabia desconfianza es una costumbre campesina. Lo que una mañana de mayo ofrece despejado, exuberante, lo requisa y envuelve la tarde en sábanas de aguacero. La unanimidad política y social sobre Clas no limpia del todo el horizonte. Bertino Velasco, presidente de Clas, asegura que el plan de la Caja sólo es viable si la asamblea de la organización láctea aprueba su reordenación societaria. Eso no es lo que entiende la Caja. Como esto tiene muchos prólogos y almuerzos -tanto la dirección de Clas como la entidad financiera se han preocupado de buscar la complicidad de los grandes partidos y, con menor premura, del Gobierno-, conviene hacer resumen, aunque sea de manera gruesa: ¿si la Caja desembolsa y refuerza su mando -dos cosas que, en principio y en lógica, deberían ir ligadas-, Pedro Astals seguiría siendo el consejero delegado de Clas?

Claro que la primavera es impredecible. ¿Dónde estaba anunciado que CC OO compartiría tanto, y con tanta contundencia, de la propuesta industrial de la FSA, a despecho de IU? O que Gabino de Lorenzo anunciase su jubilación de la política regional y nacional a sólo unos meses de haberse lanzado, bravío, a competir en las generales. Quién sabe si es el preludio de la retirada o, más propia, simple astenia. Primaveral, por supuesto.