Bisnieto de Melquíades Álvarez, coautor del libro sobre sus discursos parlamentarios

Oviedo, Marcos PALICIO

«Éste no es un libro de historia». Lo dice Manuel Álvarez-Buylla Ballesteros (Madrid, 1972) al hablar del volumen en el que recopilan los discursos parlamentarios de su bisabuelo, el político gijonés Melquíades Álvarez. Y no es historia, precisa, porque él mismo ha descubierto leyéndolo con asombro la resistencia al paso del tiempo del ideario de Álvarez, de la defensa de las libertades, la democracia y la soberanía popular que acompañó toda la trayectoria política del fundador del Partido Reformista, nacido en Gijón en 1864 y asesinado en 1936 por las milicias izquierdistas pese a su militancia republicana. El libro es una exhaustiva reproducción de las intervenciones íntegras del diputado ante la Cámara entre 1898 y 1935. Su bisnieto, jurista como él, habla intercalando fragmentos de discursos de «don Melquíades» y no cesa de proclamar que todo lo que él dijo a principios de siglo cabe tal cual en la Constitución de 1978. Álvarez-Buylla, procurador de los Tribunales, miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y profesor de escuela de práctica jurídica del Instituto de Administración Pública de la Comunidad de Madrid, firma el volumen junto a José Antonio García y Miguel Ángel Villanueva.

-Llama la atención que los discursos siguiesen inéditos.

-También descubrimos su tesis doctoral inédita, que se creía perdida. Editando estos discursos, queremos que se revise la figura de Melquíades Álvarez y se escriba una biografía definitiva, aún pendiente. Aquí aparecen muchos discursos inéditos, probablemente la mayor parte. Son, en todo caso, los más importantes, porque en ellos se refleja que don Melquíades fue un adelantado a su tiempo y que luchó por el reconocimiento de unas libertades y unos derechos hoy recogidos en nuestra Constitución.

-¿Por qué no hasta ahora?

-Desconozco las causas. Cuando se presentó el libro en el Congreso de los Diputados, el propio presidente de la cámara, José Bono, declaró con valentía que había sido un olvido consciente de toda la sociedad, o al menos de la clase política, y que todavía no se había reconocido en justicia el trabajo de don Melquíades por España.

-¿Un olvido consciente?

-Sí, tal vez porque es una figura que no puede ser aprovechada por ningún partido político que exista actualmente, porque sus ideas están reconocidas en la Constitución y son aceptadas por todos. De ahí quizá la escasez de interés.

-¿Quién era Melquíades Álvarez? ¿Cómo ve su figura?

-En su época había bastante corrupción electoral y él pretendía devolver la soberanía al pueblo, pero que esto no se produjera con una revolución. Quiso alcanzar una nueva armonía social a través del Partido Reformista y para neutralizar la lucha de clases apostaba por la educación, piedra angular de su ideario. Es la doctrina krausista, que él heredó de la Universidad de Oviedo, del «Grupo de Oviedo».

-¿Cuánta actualidad hay en este libro de historia?

-Muchísima. Don Melquíades reconocía la propiedad privada, limitada con cierta función social; el derecho de huelga sin cortapisas como consecuencia de la libertad de los trabajadores; el salario mínimo y la libertad sindical. Defendía el establecimiento de un Estado de derecho, de una monarquía parlamentaria, y la libertad de conciencia en un Estado laico, pero con respeto a las creencias. Quería una libertad de enseñanza en la que no se obligase a los hijos a ser educados en ideas contrarias a las de sus padres y resaltaba la importancia de la independencia del poder judicial, por la que luchó incansablemente. Batalló también por la implantación de un estado de las autonomías siempre dentro de la unidad nacional. Emociona ver cómo don Melquíades se adelantó setenta años a su tiempo.

-¿Fue ese discurso revolucionario el que le fabricó enemistades hasta en su propio bando?

-Probablemente. Don Melquíades era tan amante de la voluntad del pueblo que el último día de la campaña electoral de 1931 se preguntó en público si era legítimo ir a unas cortes constituyentes sabiendo que la forma de Estado estaba fijada de antemano. A pesar de ser republicano, defendía que fuese el pueblo el que escogiese entre república o monarquía parlamentaria. Es la doctrina conocida como de la accidentalidad de las formas de gobierno. Da igual que sea una república o una monarquía, lo que importa es un Estado de derecho con una constitución donde se recojan las libertades. Esto hizo que se buscara muchos enemigos en el bando republicano. Le consideraron enemigo de la república por ser amigo de la voluntad popular.

-Y acabó asesinado por los suyos.

-En efecto, por las turbas. Creía que el orden y la justicia eran consustanciales a un sistema democrático. Y cuando la república perdió el orden surgieron turbas. Él lo adelantó en un discurso en el congreso muchos años antes.

-¿Dónde estaría hoy?

-Es difícil decirlo, pero pertenecería a cualquier partido político que esté en la órbita de la Constitución española de 1978, por cuanto todos los principios que él defendía están en la Carta Magna. Sus ideas están ya prácticamente aceptadas y reconocidas por la sociedad. Tal vez hoy el suyo sería un partido que abogara por rebajar la diferencia que existe entre la clase política y el pueblo, que luchara contra lo que él llamaba el pandemónium, el divorcio entre los políticos y el pueblo.

-¿Eso existe?

-Probablemente falta un partido que luche por conseguir esa esencia democrática. Todos dan palos de ciego, ninguno confluye en esa base de la democracia y la soberanía popular por la que don Melquíades luchó y perdió la vida.

-José Bono le definió como el orador más importante que ha tenido el Congreso. ¿Cómo sale de la comparación con el nivel de la oratoria política actual?

-Hemos perdido la voz de don Melquíades, pero leyendo los discursos y las reacciones de la Cámara podemos imaginar la fuerza y la grandeza de espíritu con que fueron pronunciadas. Tenía una oratoria ágil, no ampulosa como la de Castelar, y los discursos exponen ideas que don Melquíades, dada su gran sabiduría, maceró leyendo muchos textos de filosofía clásica y nutriéndose también de toda la prensa europea, sobre todo alemana, italiana e inglesa, que leía en su intento de europeizar una España que estaba muy retrasada.

-Ideológicamente, Melquíades Álvarez evolucionó del republicanismo a aquella «tercera vía» que supuso el Partido Reformista. ¿Cómo?

-No quería una revolución social, sino que el poder del gobernante dotara a todos los ciudadanos de unos derechos. Entonces el rey era un poder moderador que tenía poder para disolver las cortes cuando sospechaba que su mayoría no reflejaba las aspiraciones del país. Se trataba de que la soberanía popular fuera verdadera soberanía y los gobernantes representasen esos ideales del pueblo. Decía que la norma de conducta de los gobernantes tenía que ser ésta: «Lo que agravia al pueblo tiene que agraviarme a mí; lo que a él le enaltece tiene que enaltecerme».

-Llegó a ser presidente del Congreso. ¿Por qué rechazó tantas veces el cargo de ministro?

-Él mismo lo explica también con unas palabras muy bonitas: «Porque creía que no era mi tiempo, que yo no iba entonces al gobierno a cumplir con mi deber, sino a vestir la casaca ministerial sin prestar ningún servicio al país». Él veía el gobierno como un lugar de sacrificio para cumplir lo que se ha prometido, para ser consecuente con las ideas y realizar esa profunda obra renovadora democrática. No se le ofrecía un puesto para defender sus ideas, sino ministerios en gobiernos de coalición en los que él iba a ser simplemente una pieza.

-Casi como ahora.

-Sí. Y hay en sus discursos otras cuestiones sorprendentemente actuales. Él denunciaba que los ministros no tuvieran aptitud para las materias propias de su ministerio y decía que en aquella época provocaba risa en la sociedad que un médico fuera ministro de educación. Nos abre los ojos de muchas cosas que hoy tal vez tenemos aceptadas. En otro momento, en el discurso del «Proceso Ferrer», la defensa de un condenado a muerte, contempla cómo se quebranta el secreto de un sumario para despertar en la opinión publica un sentimiento de odio contra Ferrer.

-¿Qué etapa o discurso retrata mejor su ideario?

-Cuando se leen todos los discursos de Melquíades Álvarez se observa que hay una coherencia, una línea recta en todo su pensamiento político. Si tuviese que elegir mis favoritos, estaría seguramente uno de 1920 en el que pide una constitución donde se consagren todas las libertades. También me agrada el de 1931 en el que concreta sus principios para el proyecto de constitución de ese año y donde quedan reflejados la actualidad del pensamiento y se comprueba que todos sus dictados están recogidos en la Constitución de 1978. Él no cambió ni un ápice, variaron en todo caso las circunstancias políticas. Don Melquíades siempre se baso en dos principios, la libertad y la justicia como bases para el progreso de la sociedad. Yo mismo quedé impresionado por todas estas ideas que desconocía por no haber leído antes los discursos.