Lo propio de una ceremonia de la confusión es que en ella hay una aparente seriedad, o un tono hasta solemne, pero no hay modo de dar un sentido a lo que pasa. Buen ejemplo venía siendo lo de Honduras: un presidente populista (Zelaya) intenta perpetuarse, saltándose un poco la ley, el Ejército lo saca en pijama del país, saltándosela del todo, el Parlamento democrático apoya por unanimidad el desmán del Ejército, la OEA echa al país de la Organización, los gobernantes latinos, acaudillados por demócratas tan sospechosos como Chávez, hacen piña con Zelaya, y van a acompañarle en su regreso en avión, aunque al final le dejan solo, y los golpistas no permiten que aterrice. Todo este enredo era una clásica ceremonia de la confusión. Entonces suena un tiro en el aeropuerto, cae muerto de un disparo alevoso un manifestante, y la confusión se aclara: es el golpismo más rancio.