Madrid, J. MORÁN

El periodista asturiano José Luis Balbín Meana (Pravia, 1940), creador de «La clave» recorre en esta segunda entrega de sus «Memorias» su experiencia como corresponsal europeo, labor que desempeñó tras su paso por la Escuela de Periodismo de Madrid y de su aprendizaje junto a periodistas como Graciano García o Diego Carcedo (por error de transcripción, uno de los profesionales citados ayer, Lorenzo Cordero, figuraba equivocadamente como periodista de LA NUEVA ESPAÑA en aquella época).

- Corresponsal en Alemania. «Emilio Romero quería que yo me especializase como editorialista de la página tercera de "Arriba" en cuestiones agrarias. "Pero yo quiero política internacional". "Eso no le interesa a nadie; lo que interesa es los que pasa en España". Pero aceptó y me pasó a internacional. A los seis meses viene Romero un día por la noche a verme a la redacción ("Arriba" era periódico de la tarde): "¿Te gusta Estados Unidos?". "Sí, pero me gusta más Alemania". Yo entonces tenía novia en Alemania. "Vale". Al día siguiente me llama el subdirector, Jesús de la Serna, periodista glorioso y de gran confianza de Emilio Romero, y me dice: "¿Así que no quieres ser corresponsal en EE UU?". "Él no me dijo que la oferta era para ser corresponsal". "Sí lo es; se viene Blanco Tobío, y Emilio quiere mandar allí a alguien joven, que reinicie aquello". Al día siguiente ya me llamó Romero: "Vamos a hacer una cosa; vas a darle suerte a alguien y vas a tenerla tú. Te vas a Alemania y un eventual que tenemos allí lo mandamos a EE UU". Aquel eventual era José María Carrascal, que después me dijo una vez: "Oye, yo a ti te debo mi carrera en EE UU". Me voy a Alemania y traslado la corresponsalía, que era del periódico "Pueblo", de Berlín a Bonn. Pasa un tiempo y en eso hacen a Alejandro Fernández Sordo delegado nacional de Prensa del Movimiento. A Sordo lo conocíamos los chavales jóvenes porque antes había sido delegado de Información y Turismo, de modo que era el gran censor nuestro. Nombran a Manuel Blanco Tobío director de "Arriba" y Sordo hace director general de Prensa del Movimiento a Vicente Cebrián, que había dicho que yo no subía y bajaba rápido las escaleras. Esto coincide con unas vacaciones mías y voy a la toma de posesión de Tobío. Me ve Sordo: "Oye, José Luis, te estoy leyendo; ¿qué haces en Alemania?". "Me gusta aquello y estoy aprendiendo bien el idioma". "No, hombre, no; vente para aquí que te doy el periódico que quieras; menos "Arriba", que ahí no nombro yo". Entonces dice Vicente Cebrián, que iba a su lado: "No, hombre, no; mira que le he ofrecido yo cosas a Balbín y nunca ha aceptado". Con los Cebrián tengo anécdotas graciosísimas. El padre era un trepa que divertía a la gente, pero los trepas, de la misma manera que tratan bien a los que les convienen, machacan a los que están por debajo. Felizmente, no guardo ningún tipo de rencor».

l Fachas y comunistas. «En Alemania era como los grandes ferrocarriles europeos. Mi trabajo abarcaba desde Bruselas hasta Vladivostok, y por arriba hasta el Polo Norte; además de todo el mundo comunista del Telón de Acero. Estuve en Moscú varias veces; conocí y fui amigo personal de Dubcheck, el de la Primavera de Praga; conocí a Tito?, y en general lo pasé muy mal por ahí desde el punto de vista práctico, por no poder entrar en los países, o por hacerlo de incógnito y mediante pasaportes falsos. Además, a alguien que venía de España se le tenía por un facha peligrosísimo. Pero fui de los pocos periodistas extranjeros que estuvo en la Primavera de Praga. Antes me había tocado la caída de Novotný, al que sustituyó Dubcheck. Yo estaba en ese momento en Hungría y logré entrar en Checoslovaquia por un amigo. En Hungría asistí a una Conferencia Mundial de Partidos Comunistas y fue cuando conocí en persona a Carrillo o a Ceaucescu. Se había hecho amigo mío el que era, al cambio, director general de la Prensa húngara, el Fernández Sordo de Hungría, y me hacía mucho la pelota, yo creo que para sacarme información, pero a mí me venía muy bien. Tenía coche oficial y siempre me estaba diciendo: "Oye, ¿has traído cigarrillos del Oeste? Dáselos al chófer, porque éstos son como los fachas españoles: si no les das un regalo no quedan conformes". Un día en la Conferencia comí con un periodista alemán. "¿Para qué periódico trabaja?", le pregunto. "Para el más grande". Se refería la "Deutschland", de Alemania del Este. "¿Y usted?" "De "Pueblo", Madrid". Se puso de pie, como una pantera: "¿Cómo? Usted es de un periódico franquista. ¿Cómo le han consentido entrar aquí?", y se marchó. En ese momento venía a buscarme mi amigo, el delegado de prensa. "Te noto serio, ¿te ha pasado algo?", me dijo. "Sí, que me he encontrado con ese gilipollas alemán". "No te preocupes: estos alemanes venían antes a enseñarnos cómo ser nazis, y ahora nos enseñan cómo hay que ser comunistas"».

l De Praga a Pravia. «Se produjo la Primavera de Praga. Dubcheck se enfrentó a Moscú hasta el punto de que el periódico del Partido Comunista en Praga sacó un editorial en portada con una foto enorme de Trosky, que decía: "¿No hay más comunismo que el estalinista?". Yo estaba seguro que entraban los rusos y acababan con aquello. En agosto de 1968 le escribo a Romero y el digo que llevaba allí desde octubre, entrando y saliendo clandestinamente, y que de verdad estaba estresado. "Déjame ir 15 días a Asturias". Me llama por teléfono: "Pero es que ahí va a pasar algo". "Sí, pero como va haber congreso del Partido Comunista en septiembre, en Praga, yo calculo que los rusos van a esperar a ver qué se decide entonces". "Vale, vete de vacaciones". Salí el 16 o 17 de agosto en coche; desde Praga no paré hasta Pravia, salvo en las cunetas, para dormir un poco. Entré en Pravia un lunes por la mañana; estaban sonando las campanas de la iglesia. Al entrar en casa, saludé a mi madre y le dije: "Llevo tres días sin dormir; déjame en la cama hasta que me despierte". Como a la una de la tarde mi madre abre la puerta cautamente y me dice: "Bueno, no me atrevía a despertarte, pero como a ti te interesan estas cosas, los rusos han entrado en Praga". "¡Jo, vaya ojo que he tenido!", pensé. Llamo a Emilio Romero: "¿Pero tú qué haces ahí?". Me echó un rapapolvo y cogí inmediatamente un avión a Madrid y otro a Viena. Con un pasaporte falso, me metí en un tren que iba a Praga, pero en una estación de la frontera me coge una patrulla rusa. Viene un oficial y aunque no descubre que el pasaporte es falso me dice: "Queda usted detenido". La verdad es que no estaban fusilando a demasiados, pero me llevaron a un cementerio y aquello no me gustó un pelo. El oficial comenzó a hacerme preguntas sobre Viena; no se dio cuenta de que era español. Yo llevaba una botella de coñac; en el mundo comunista de aquella época tenía gran éxito que llevaras tabaco rubio o alcohol. "Me juego la botella con usted a los chinos a cambio de que me libere". El tipo se emborrachó como una cuba y yo gane. "Bueno, vuélvase usted a Viena"».

l Negativas a Suárez. «Después de la corresponsalía en Alemania paso a Televisión Española. Era director Adolfo Suárez. "¿Adónde quieres ir?". "De Alemania estoy un poco harto; a París". Allí me fui. Llega el Proceso de Burgos y preparan un coloquio en la televisión francesa. Me llama Suárez: "Han invitado a un representante de España y queremos que seas tú". "Perdón, Adolfo, pero yo no sé qué coño he de saber del Proceso de Burgos; además, ¿quieres que me linchen los franceses por defender las condenas a muerte?". "Es un favor que te pedimos". "No lo veo. Pídeme lo que quieras, pero eso no". Al coloquio fue Gonzalo Fernández de la Mora, ministro; le envió Carrero. Tiempo después, Adolfo hizo aquella serie, "Crónicas de un pueblo". Me llamó: "Mira, estamos haciendo esto; es interesante para la evolución del país. El cura es la Iglesia; el alcalde, el jefe de Estado? Intentamos hacer personajes ejemplares para que el país se liberalice y sea más tolerante. ¿Tú te vendrías aquí?". Recuerdo que hablamos en su despacho de director general. "Mira, Adolfo, llevo muchos años en el extranjero y aquí no pinto nada". "Bueno, vale, vale". Y pasado el tiempo llegaron las elecciones presidenciales francesas de 1974, a las que se presentaba el socialista Mitterrand. Adolfo me llamó de nuevo: "Tienes que dejar París". "Hombre, yo entré en esta casa con la condición de venir a París". "Elige lo que quieras, China, Austria?"; y agregó: "Mira, ahora vienen las elecciones francesas y en España hay mucha repercusión con lo que pasa en Francia, y no nos fiamos de ti". "¿Por qué?", pregunté, pero él sólo dijo: "Me has dicho dos veces que no a propuestas mías y la tercera no me lo vas a decir". Elegí Austria y abrí una corresponsalía, pero enseguida vuelvo a España».

Mañana, martes, tercera entrega: José Luis Balbín