Oviedo, Javier CUERVO

Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar (Oviedo, 1941) es catedrático de Historia Medieval y el actual director del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA). Ha publicado «Las polas asturianas en la Edad Media» y de «Introducción al estudio de la Edad Media», «El comercio ovetense en la Edad Media», «La monarquía asturiana 718-910» y «De los puertos pirenaicos a Galicia: "el camino francés" y sus derivaciones transmontanas», entre otros estudios.

-¿Desde cuándo le tira lo asturiano?

-A los 17 años iba a la hierba y a pasar unos días a casa de mis primos de Deva. Me gustaban las novelas y cuentos rurales asturianos «Luz de domingo» o «La caída de los limones», de Ramón Pérez de Ayala, los cuentos de «Clarín» y la «Sinfonía pastoral» de Palacio Valdés. A finales de los años 50 el campo asturiano todavía se parecía a lo leído. Los primos de Deva eran labradores fuertes. Marcelo, que era el rapaz que había quedado con la finca, desayunaba con sidra y tenía una moto Guzzi en la que íbamos a las romerías a «romper parejas» porque las chavalas bailaban juntas. Si yo bailaba más, mi primo decía «conmigo no quieren porque soy aldeano». Yo sublimaba la vida del campo, que era muy dura. Pero en los veraneos de pequeño en Naves y, años después, en Andrín siempre me integré en la vida del pueblo.

-Conoce a pie mucha Asturias.

-Mi pandilla del Colegio Hispania salía de excursión. Recuerdo muchas, años más tarde, con mi amigo íntimo Arturo Rodríguez Álvarez-Buylla. Pasábamos cuatro o cinco días por el monte. Llevábamos tienda de campaña pero, si podíamos, dormíamos en pajares. Excursiones con Lalo Varela, Juan Blas Uría, Mario Hevia, Paco Ballesteros y Carlos María de Luis. Entonces ibas a Ibias, Degaña, Somiedo y si quitabas el maíz, las patatas y algún eucalipto, el paisaje que encontrabas no era distinto del que había en la Edad Media.

-Ahora está lleno de turistas rurales de fin de semana.

-Entonces por el monte no encontrabas más que pastores.

-Siempre cita a Juan Uría como alguien importante para usted.

-Es una de esas raras personas cuyo recuerdo, con los años, va a más. Admiro su humanidad y su obra.

-¿Su obra resiste?

-Es muy estimable aún teniendo en cuenta las condiciones en que la hizo. Tiene un gran sentido común histórico, sensibilidad para los temas y está muy entrañada en la asturianidad. Él tenía una personalidad arrebatadora y nunca habló mal de nadie. Haberle tratado es una de mis mayores gratificaciones.

-¿Recuerda cómo le conoció?

-Mi padre me hablaba de él y le había leído alguna cosa pero le conocí en la Universidad donde enseñaba historia de forma que te hacía vivirla y la explicaba como un paisano, sin envaramiento. Me dio clase el primer año que hice Letras, el mismo en que él se jubilaba. Al año siguiente Emilio Marcos y yo pasamos a formar parte de la «tertulia de los clarisos» en «Casa Noriega» y allí apreciamos más al hombre entrañable. En clase hacía una cosa que yo practico: acercar los temas a lo local. Si tienes que hablar del comercio de la sal en la Edad Media, habla del de Avilés. Don Juan fue el primero que se acercó al estudio de los vaqueiros sobre bases científicas y lo hizo con archivo y con trabajo de campo. En fin, vivo en este edificio porque en 1970 él dejó su casa de la calle del Águila para venir a Valentín Masip y me habló de este piso. Yo estaba recién casado, era profesor adjunto interino en Letras y sudé mucho para levantar la hipoteca pero me permitió la cercanía de estar unos pisos debajo de él, hasta que se murió en 1979.

-Si Uría fue un profesor deslumbrante y un amigo, ¿quién le tuteló a usted en su carrera?

-Tuve la suerte enorme de dar con Eloy Benito Ruano, una influencia muy benéfica, que me enseñó y me tuteló. Fue mi maestro. Es muy frecuente «matar al padre», la ruptura entre el maestro y el discípulo. No es mi caso, yo le proclamo mi maestro con orgullo.

-Perdone la maldad, ¿por qué se marchó de Oviedo?

-No, no se marchó hasta que yo estuve en condiciones de optar. Creó la sección de Historia, discípulos, hizo «ñeru» aquí y en León. El maestro es una figura muy importante porque te respalda, te abre caminos, te facilita las publicaciones, te envía a congresos y te presenta en sociedad, porque busca una continuidad a su obra.

-Lo de «matar al padre», ¿le ha pasado a usted?

-No lo digo personalmente, aunque alguna putada me hicieron, no fue de ningún discípulo significado sino algún cretinillo. El maestro da un amor indeterminado, deja escrito por si en el futuro alguien lo lee. Don Ciriaco Miguel Vigil murió en 1903 y yo cuando le leo también le considero mi maestro y le admiro.

-¿Cuándo supo que no sería secretario de Ayuntamiento por la mañana y erudito local por la tarde?

-En cuanto empecé a dar clase de Historia Medieval en 1966. Me gustaba dar clase e investigar y el momento fue el de la gran expansión de la Universidad y las posibilidades en Humanidades.

-Decía usted que tardó en gustarle el IDEA (actual RIDEA) que ahora dirige.

-Entré en 1977, muy joven. Algo insólito en una institución que, por su naturaleza, es un senado. Ahora, desde hace muchos años, soy el miembro más veterano.

-¿Quiénes le apoyaron?

-No lo recuerdo pero creo que José Caso, José María Martínez Cachero, Francisco Diego Santos, Emilio Alarcos, José Ramón Tolivar Faes y Eloy Benito Ruano...

-¿Quiénes no quisieron que entrase Juan Uría?

-El director nato era el rector de la Universidad, una fórmula ideada para que no lo fuera don Juan Uría, al que tenían por liberal peligroso. Había otro del régimen y más liberales que sí le apoyaron como Lorenzo Rodríguez Castellanos, García Oliveros, Paulino Vigón, Chacón? Pero otros oscurantistas le veían como un liberal y querían controlarlo todo. Como ahora. Desde el poder quieren obedientes y la independencia sienta mal a todo el mundo. Don Juan publicó y colaboró algo en el IDEA pero nunca llegó a formar parte del instituto. Durante años estuve poco activo. Con Jesús Evaristo Casariego tuve desencuentros. Volví a tener alguna actividad cuando me llamó Inmaculada Quintanal, la primera mujer que iba a entrar. Era muy amiga mía y me dijo que, si no iba yo a votar, no saldría elegida. Fui y salió por un voto. No querían mujeres. Aún hoy hay pocas, aunque ya en la directiva. Volví a trabajar en el RIDEA porque me llamó Paco Tuero Bertand, que era muy buena persona, para que llevara la sección de Historia y cuando el cincuentenario me comisionó para actos, publicaciones, reedición del boletín. Desde ahí, la relación fue buena.

-Usted ha hecho de su profesión su vida, pero haciendo un poco de balance, ¿qué ha sido lo mejor en su vida?

-Profesionalmente estoy satisfecho. En cuanto a la familia, creo que tengo un círculo feliz. Y tengo también el círculo de amistad con mayúscula. Ahora me jode un poco la salud. Lamentablemente, en un año he perdido dos amigos y las muertes de los que son de tu generación, con los que tienes biografía en común y puedes recordar, son muy duras. Pienso en Arturín Buylla, con el que se ha muerto algo de mí mismo. También echo de menos a Santiago Melón, un personaje extraordinario, exquisito, liberal ilustrado decimonónico, muy escéptico en sus posiciones políticas. También tuve suerte con mis dos hermanos, Juan Luis, el cura y Álvaro, el que es profesor de Literatura de la Universidad. Éramos muy distintos los tres pero nos llevábamos como hermanos. Nos reímos mucho juntos. Cuándo Juan Luis pasaba el cuatrimestre en Salamanca le llevábamos y le traíamos en coche. En el viaje de ida Juan Luis iba con mucha tristeza porque era muy asturiano. Pero en el de vuelta, volvíamos riendo y parando.