Figueras (Castropol),

José A. ORDÓÑEZ

«Ás horas dende Ribadeo y ás medias dende Figueras». Ése era el horario tradicional de las lanchas de pasaje, como las de la castropolense familia Primote, que cruzaron durante décadas la ría del Eo cargadas de comerciantes, estudiantes, amas de casa o endomingados paisanos de mercado. Hoy, las únicas embarcaciones que se ven en la manga de agua que hace de límite entre Asturias y Galicia son deportivas o de paseo. El transporte regular de pasajeros pasó a la historia en julio de 1987, con la inauguración del puente de los Santos. Ahora se cumple un cuarto de siglo: puente «de plata» sobre el Eo.

Aquel hito de hace un cuarto de siglo supuso un paso de gigante en las comunicaciones entre Asturias y Galicia, hasta entonces limitadas a las lanchas del Eo o al sinuoso trazado de la carretera N-642, que obligaba a dar un rodeo de 25 minutos de duración por Vegadeo. La apertura del puente de Figueras (Castropol) a Ribadeo, ampliado a finales de 2008 para la Autovía del Cantábrico, también confirmó definitivamente a esta última localidad gallega como el gran centro comercial y de servicios de la extensa franja litoral que va de Luarca a Vivero, en Lugo.

Coincidiendo con el 25.º aniversario de la entrada en servicio del simbólico paso, LA NUEVA ESPAÑA reunió ayer ante la ría del Eo a quienes eran alcaldes de Castropol y Ribadeo en 1987, Domingo Martínez y Eduardo Gutiérrez, respectivamente. También asistieron al encuentro el ex jefe de la Demarcación de Carreteras de Asturias Ignacio García-Arango, encargado de dirigir el proyecto de construcción del puente; el actual regidor castropolense, José Ángel Pérez, y Francisco José García, presidente de la asociación de empresarios del polígono de Barres, en Castropol.

De tertulia, todos coincidieron en destacar que, pese a las reticencias iniciales, centradas sobre todo en cuestiones medioambientales y por un hipotético aislamiento de Vegadeo, el puente ha resultado beneficioso para la comarca y, por extensión, para ambas comunidades. «A los empresarios nos ha venido fenomenal, acortó distancias y nos facilitó el acceso a nuevos mercados», subraya Francisco García. También hubo unanimidad a la hora de ensalzar el «imprescindible» papel desempeñado por el fallecido Leopoldo Calvo-Sotelo, presidente del Gobierno con raíces familiares en Ribadeo, para que el proyecto fuera realidad, tras una inversión de 1.300 millones de pesetas (7,8 millones de euros).

«Quince días antes de dejar el Ejecutivo, en el otoño de 1982, Calvo-Sotelo dejó lista la adjudicación de las obras del puente», destaca Martínez. Curiosamente, el ex presidente fue invitado a última hora, y gracias a una gestión urgente de la Moncloa, al acto de inauguración. En el corte de cinta no hubo representación de los gobiernos autonómicos ni de Galicia ni de Asturias. Sí que estuvieron los delegados del Gobierno de ambas comunidades, acompañando al ministro de Obras Públicas, Javier Sáenz de Cosculluela. El delegado en el Principado era Obdulio Fernández.

«Lo más difícil fue la cimentación, que superó los 62 metros bajo el mar, algo que no se había hecho hasta la fecha», subraya García-Arango, quien también destaca la novedosa técnica constructiva empleada para evitar el abombamiento del tramo central del puente. La actuación se prolongó durante cuatro años y no fue sencilla. Obligó a levantar dos islas artificiales y a instalar un funicular para conectar las dos orillas. García-Arango ensalza la importante labor realizada por el ingeniero Jacinto Hidalgo, de la empresa constructora (Mzov), y por Francisco Riera, que llegó a dormir en los pilotes cuando se hormigoneaba el puente.

La necesidad de construir el puente sobre el Eo fue declarada de utilidad pública en 1979 y se le denominó de los Santos porque arranca desde las inmediaciones de la capilla de San Román, en la vertiente asturiana de la ría, y desemboca en las cercanías de la ermita de San Miguel, en Galicia. Domingo Martínez, que fue alcalde de Castropol durante dos décadas, apunta que a principios del siglo XX ya se manejó un primer proyecto de puente. Sin embargo, la idea no fraguó hasta la década de los sesenta, cuando se decidió construir el paso mediante una concesión de peaje a los Masaveu, que, finalmente, desistieron, desvela García-Arango. Tras publicarse el decreto de construcción en 1982, las obras arrancaron un año después y el 29 de julio de 1987 se festejaba la inauguración. Aunque se sopesó erigir un puente atirantado, tal posibilidad quedó desechada por su gran impacto visual, ya que obligaba a colocar enormes torretas.

«En Ribadeo la entrada en servicio se notó de manera inmediata. Fue decisivo para nuestro desarrollo. En 1988 ya notamos un aumento de la construcción y del sector servicios», señala Eduardo Gutiérrez. «Para Castropol en concreto no fue ni positivo ni negativo, pero qué duda cabe de que se mejoraron las conexiones y, sobre todo, el acceso a Ribadeo», reconoce el actual regidor, José Ángel Pérez, a un paso del puente, hoy de plata, que solventó de un plumazo las históricas carencias de comunicación entre Galicia y Asturias.