La Guerra Civil, entendida en sentido estricto como enfrentamiento armado entre dos bandos, finalizó en Asturias hace hoy 75 años con la toma de Gijón por parte de las tropas franquistas, que acabaron con el último reducto de sus enemigos. Una vez rebasado el Sella, donde el ejército republicano había puesto sus últimas esperanza de resistencia, el frente se derrumbó y, en apenas diez días, las Brigadas Navarras entraban en la mayor ciudad asturiana y se apoderaban del resto de la región.

Desde que el 27 de septiembre, la I Brigada Navarra ocupara Ribadesella, hasta que las fuerzas que mandaba el general Solchaga consiguieron franquear el río Sella, hubieron de transcurrir casi dos semanas de combates intensos y sin interrupciones. En ellos, las Brigadas Navarras tuvieron que acabar con numerosos focos de resistencia que aún quedaban en la margen derecha del río, en la zona que se extendía al sur de Ribadesella, hasta Cangas de Onís. Los batallones republicanos defendieron cada palmo de terreno con gran tenacidad y hasta el 10 de octubre no fue ocupado Cangas de Onís por las fuerzas franquistas, tras un intenso bombardeo de la aviación que arrasó el lugar.

Por el sur, tras romper la línea defensiva republicana en la cordillera Cantábrica por los puertos de Fonfría (Arcenorio) y Ventaniella, la Agrupación d el coronel Muñoz Grandes maniobró para desbordar el puerto de Tarna por el norte, eludiendo una acción frontal, ya que este paso de montaña, además de las difíciles condiciones orográficas que presentaba, se encontraba muy fortificado. La lucha en las alturas de la cordillera se prolongó también varios días.

El avance de las fuerzas franquistas, una vez superada la divisoria Cantábrica, se hizo pico a pico y macizo a macizo. El 7 de octubre la II Brigada Navarra ocupó el pueblo de Tarna, que estaba totalmente arrasado. Como ocurriera en otros lugares durante esa fase final de la campaña, la aviación había descargado sobre el lugar sus bombas una y otra vez, y el pueblo quedó materialmente reducido a escombros. Posteriormente, la propaganda franquista acusó a los republicanos en huida de la destrucción. Ya el 16 de octubre, las II y III Brigadas Navarras llegaban a Campo de Caso.

En el Sella, la I Brigada Navarra atravesó el río por Las Rozas el día 12 y al siguiente día el Piloña, consiguiendo entrar en Cuadroveña y Arriondas. La línea del Sella comenzaba a ceder y con ella la última barrera que contenía el avance de las fuerzas franquistas hacia el corazón de la Asturias republicana.

En la noche del 17 de octubre de 1937, se reunieron con el delegado del Gobierno, Belarmino Tomás, los componentes de la Comisión Militar del Consejo, Segundo Blanco y Juan Ambou, y los principales mandos militares, con el coronel Prada a la cabeza. Éste presentó un amplio informe sobre la situación militar, exponiendo que había un riesgo eminente de "dividir en dos partes la región leal de Asturias". Ya no había más hombres para movilizar, ni reserva de armas y munición. La opción que se estimó más viable era la de concentrar las fuerzas para sostener un frente continuo, dejando al mar como salida y como vía entrada de una posible ayuda. También se estudiaron las opciones de evacuación y se llegó al acuerdo tácito de preparar la evacuación de las mejores unidades y cuadros. En tal sentido se cursaron órdenes a los Cuerpos de Ejército y a los jefes de División, aunque los hechos se precipitaron de tal modo que impidieron una organización adecuada.

Tras la reunión de la noche del 17 de octubre, el frente se empezó a desmoronar por diversos puntos. Rota la resistencia y cohesión de la defensa republicana, las tropas franquistas lograron avanzar sin grandes dificultades. La aviación continuaba bombardeando la cada vez más menguada retaguardia, aumentando la confusión y el miedo en ciudades como Gijón, atestada de refugiados. Los depósitos de CAMPSA, situados junto al puerto de El Musel, fueron alcanzados por una bomba el día 18 y se incendiaron. Desde entonces, el perfil de la ciudad aparecía recortado en la noche por las luces trepidantes del fuego, que ofrecían un espectáculo dantesco.

Todo el mundo miraba hacia el mar como la única salida, con la esperanza de encontrar plaza en algún barco. Todos vigilaban a todos esperando la señal que anunciara la desbandada hacia los puertos. Los mensajes que se dirigían hacia el frente con instrucciones para la evacuación, se cruzaban en el camino con las noticias del hundimiento de un sector determinado. Los soldados se aprestaban a abandonar las posiciones y corrían a sus pueblos a quitarse el uniforme y buscar ropas de paisano. El fin era inevitable.

El ejército franquista aceleró su marcha. El 18 de octubre la IV Brigada de Alonso Vega superó Colunga y avanzó hacia Villaviciosa. La I Brigada se apoderó de Colunga, que estaba destruida por efecto de los previos bombardeos de la aviación alemana. La V, por su parte, proseguía su avance por la carretera de Arriondas a Infiesto. Por las alturas del sur, las Agrupaciones de Muñoz Grandes y Ceano seguían avanzando, aunque con lentitud. El continuo desgaste sufrido les había aconsejado ser prudentes en sus últimos movimientos.

El mismo día 18 de octubre llegó a Gijón el vapor «Reina», que transportaba un cargamento de armas solicitado el mes anterior y ansiosamente esperado durante semanas. Su cargamento hubiese sido vital unas fechas antes para establecer una sólida línea de contención, pero entonces ya era demasiado tarde. No obstante, en una sola noche se hizo la descarga, con tal oportunidad que a la mañana siguiente el barco era hundido por la aviación.

Esa noche del 18 al 19 de octubre se trató de restablecer una línea de frente en torno a Villaviciosa, ordenando el traslado allí de tres brigadas. Pero una se negó a salir hacia allí, otra llegó tarde y la otra se hundió y deshizo en los primeros momentos de la lucha del día 19.

Así, el 19, la IV Brigada Navarra entró en Villaviciosa y todas las demás unidades franquistas continuaron avanzando. La resistencia republicana era ya muy débil. El 20 de octubre fue ocupado Infiesto totalmente, tras una lucha desesperada de algunos grupos republicanos que allí se defendieron y Villaviciosa superada. Por fin, el objetivo perseguido desde casi el inicio de la campaña, la unión de las dos masas de ataque, estaba a punto de producirse. La Agrupación de Muñoz Grandes se encontraba cerca de Infiesto, y el camino se presentaba casi despejado. Cuando la defensa saltó por todas partes, las fuerzas de Solchaga y Aranda habían conseguido constituir un frente único de ataque entre Villaviciosa, Infiesto y Pola de Laviana. Para entonces, la evacuación por parte republicana ya estaba decidida y en marcha, y sólo restaba esperar a que la retirada hacia los puertos fuera más rápida que el avance de las tropas que cerraban el cerco.

Por parte republicana, tras el fracaso el día 19 del intento de restablecer el frente oriental, se decidió poner en marcha, sin más dilación, los planes de evacuación. El continuo bombardeo de la aviación contraria sobre El Musel y Gijón aumentaba a cada hora las dificultades, e inutilizaba los mejores barcos, entre ellos el destructor «Císcar». El plan puesto en práctica consistía en la evacuación de las unidades de mejor comportamiento militar y más próximas a los puertos de embarque, como eran las que mandaban Carrocera (que se negó a embarcar sin sus hombres), Ladreda (que tampoco embarcó), Oyarzábal y Álvarez, y otras, así como el personal de tanques, batallón de defensa, artillería, aviación, etc., y los mejores núcleos y cuadros entresacados del resto de las unidades.

El 20 de octubre de 1937, a las doce y media de la mañana, en la sede del Consejo Soberano, en la Casa Blanca, en Gijón, bajo la presidencia de Belarmino Tomás, se reunieron todos los consejeros, excepto Amador Fernández, junto con el coronel jefe del Ejército Adolfo Prada. La sesión comenzó con un informe de este último sobre la caótica situación militar, que concluía: «No cabe más que el repliegue si se quiere salvar parte del Ejército». Belarmino Tomás informó que había barcos para evacuar 50.000 o 60.000 hombres, y que había mandado que estuvieran preparados con carbón y víveres. Se acordó que todos los miembros del Consejo salieran juntos y se dio orden de proceder a la destrucción de todo lo que pudiera tener interés militar.

Pese a la afirmación de Belarmino Tomás de que se contaba con barcos suficientes, la evacuación fue, según el calificativo del «Informe» entregado por el Consejo de Asturias y León tras la caída de Asturias, «un rotundo fracaso», pues poco más diez mil personas consiguieron salir . Se cuenta en ese «Informe»: «A las siete y media de la tarde [ del 20] se encontraban en el puerto del Musel la mayor parte de los consejeros de Asturias y León [?]. A las ocho menos cuarto de la noche llegó al Musel el Delegado del Gobierno acompañado de los consejeros que faltaban. Reunidos éstos en el mismo puerto se encontraron con que no tenían embarcación que les llevara. Se destacan los consejeros de Industria, Instrucción Pública y Propaganda hasta el dique Norte, donde encontraron un pesquero de 40 toneladas, el «Abascal» [?] que estaba cargando gente. Volvieron donde estaban sus compañeros y les llevaron al pesquero en cuestión, que no tenía agua para beber ni provisiones, y en compañía de varios milicianos y oficiales, haciendo de fogonero un capitán de milicias y turnándose en el puente un policía y el consejero de Obras Públicas, salimos del Musel a las ocho y cinco, llegando 46 horas después al puerto de Douarnerez, en la rada de Brest, desde donde pasamos a la España leal a ponernos a disposición del Gobierno de la República».

Tras acordar el Consejo Soberano el abandono de Asturias, Belarmino Tomás llamó al coronel Prada y le comunicó la decisión, dejándole al frente de la situación. Pero Prada no quiso quedar en esas circunstancias y también se embarcó, y el mando fue asumido por el coronel de la Fábrica de Armas de Trubia José Franco Mussió. En la mañana del 20 de octubre, Franco Mussió recibió la orden de volar todos los parques de artillería y a las cuatro de la tarde un pasaporte para embarcarse en el vapor «María Carmen», junto con su mujer y un hijo. Pero el coronel Franco decidió quedarse y tras la marcha de los dirigentes políticos y los jefes militares tomó sus propias decisiones, acompañado de buena parte de los jefes y oficiales de la Fábrica de Armas. Comunicó con las comandancias que aún permanecían y ordenó a los batallones que estaban en Gijón que se trasladasen a Avilés. No dio curso a la orden de Prada de destrucción de industrias, minas e infraestructuras y, de acuerdo con los militares que le acompañaban, todos profesionales, ordenó poner en libertad a los presos, a los que armó para que junto con los miembros de la «quinta columna» que habían salido a la luz se hicieran cargo de la situación en Gijón. Con ese fin, se trasladaron a la cárcel del Coto el capitán de la Revilla y el teniente Alau y pusieron en libertad a los presos.

En la mañana del 21, la orden de rendición y desmovilización se envió a todos los frentes, al mismo tiempo que el capitán Altuna, en compañía de un piloto alemán prisionero, se dirigía al encuentro de las fuerzas que avanzaban desde Villaviciosa para comunicarles la rendición.

Una primera columna alcanzó Gijón hacia las tres y media de la tarde del 21, según un mensaje emitido desde Gijón para Radio Asturias Victoriosa. Poco más tarde, a las seis y media, el coronel Franco confirmaba la rendición del ejército republicano asturiano ante el coronel Camilo Alonso Vega, jefe de la IV Brigada Navarra. El parte del 21 de octubre de la citada Brigada decía: «El día de hoy las fuerzas de la Brigada partiendo de las posiciones que ocupaban al oeste de Villaviciosa, avanzaron con servicio de seguridad propio por la carretera de Arroes sin encontrar resistencia y marchando después, por estar volados los puentes, por Peón e Infanzón dos Agrupaciones y los elementos motorizados de la Brigada, mientras que la otra Agrupación prosiguió su marcha por la carretera de Arroes a Cugeñas [sic], reuniéndose todas las fuerzas y marchando una Agrupación por Somió y otra por la carretera de desviación al sur de la anterior hasta Gijón, que tomó a las 18 horas, siguiendo hasta Musel y túneles de Tamón y Veriña, situados a 18 y 8 kilómetros respectivamente de Gijón en dirección a Avilés». La mayor ciudad de la región había caído del lado franquista y, después, como si fueran piezas de dominó, el resto de las localidades donde agonizaba la resistencia.