Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) acaba de ver publicado «Canción errónea», su primer poemario en ocho años. El poeta, premio «Cervantes» en 2006, regresa a la escritura poética después de viajar por medio mundo dando conferencias y lecturas y de publicar sus memorias de infancia, «Un armario lleno de sombra» (2009). Se declara cansado y afirma que la vida es un «accidente», pero, a la vez, no oculta que ha ganado en indiferencia hacia la muerte, a la que dice que, «en buena parte», le ha perdido el miedo. Sobre la crisis, es optimista, porque augura que producirá la quiebra -aunque él no la alcance a ver- de un sistema económico que está dando las boqueadas.

-¿De verdad siente indiferencia ante la muerte?

La noción de indiferencia puede ser relativamente excesiva, pero también relativamente verídica. ¿Qué significa eso? Yo siempre he dicho que he escrito en la perspectiva de la muerte y, ciertamente, la vivencia que funcionaba en esa observación era el miedo. Se trata de una toma de postura íntima. Digamos que, por circunstancias que podrían precisarse pero que, al fin y al cabo, no se sabe muy bien cuáles son ni qué son, he perdido en buena parte, si no en toda, el miedo a la muerte. Lo cual no me hace feliz, pero me proporciona una actitud un tanto malhumorada que tiene bastante de indiferencia. No es una aceptación claramente conformista de la entrada en la inexistencia, pero se le parece.

-Pues está acabando con uno de los grandes temas de la literatura.

No, porque yo sé que permanezco en la perspectiva de la muerte. Lo que quizás haya es una modificación de mi estado de conciencia en relación con esos límites. Y quizás ello me permite un mayor detenimiento en los hechos y los seres que pueblan este otro accidente que es la vida. Porque la vida es más o menos un accidente.

-¿Y no será de ésos que al final termina llamando al cura para que le dé la extremaunción?

Hombre, si se me nubla mucho la cabeza, yo qué sé lo que diré ni lo que pediré, pero vamos? de momento, no. Tengo semi redactado un testamento en el que lo primero que digo es que no quiero ningún símbolo ni acto religioso en relación con mi muerte.

-En el primer poema de «Canción errónea» imagina el momento de su nacimiento, cuando sale de lo que llama la primera inexistencia. ¿Puede imaginar cómo será volver a ella después de morir?

En sus pormenores, no. Sé que consiste en cesar de manera total y lo único que tengo al respecto no son imaginaciones, sino deseos. ¿Qué deseo? Simplemente: serenidad y ausencia de sufrimiento.

-¿Por qué es un «error» vivir? ¿Sólo lo es si la vida ha sido penosa, o también si ha sido grata?

Hay que entender «error» como sinónimo de accidente. Es más propio decir un accidente, porque el error se debe estar originando por alguien y, sin embargo, la vida parece que se origina por una extraña casualidad. Sin embargo, dentro de un accidente, tanto los hechos que tienen un valor positivo -la amistad o el enfrentamiento con la injusticia- como los contrarios, los negativos -la enfermedad o el sufrimiento-, son errores; son hijos de una circunstancia accidental. De ahí que la noción de error se haya extendido en el libro. Primero era sólo el título de un poema; luego, cuando decidí quitarlos todos, ese prevaleció como título del poemario.

-¿Por qué emplea tanto la palabra «existir», cuando podría usar, en su lugar, «vivir». Según García Calvo, el verbo «existir» nace en el Concilio de Nicea para referirse exclusivamente a Dios, y usted es ateo, ¿no?

Soy agnóstico; lo del ateísmo lleva consigo una voluntad y una preocupación que yo no tengo. En cuanto a lo que dice Agustín García Calvo, es cierto; pero, por la extensión semántica que ha adquirido, la palabra «existir» ha llegado a ser válida incluso para las realidades que no tienen propiamente vida. Pero sí, efectivamente, en mi caso es una manera de rehuir la palabra «vida», que me parece un tanto excesiva, incluso dudosa.

-¿Cuánto tiempo ha invertido en escribir los poemas del libro? ¿Son recientes?

En su mayor parte, sí. De los seis años anteriores puede haber ocho o diez poemas, cuya literalidad también se ha modificado. Pero el libro propiamente dicho, en tres de sus cuartas partes, ha surgido, o se ha consolidado, en el último año o año y medio, como mucho.

-¿Percibe que son más claros que los de otros libros suyos?

No sé si son más claros o igualmente herméticos, como suele decirse, aunque ésta sea una noción que no me satisface. Yo pienso que los poemas o la escritura tienen una lectura más difícil cuando emplean otro lenguaje; no el lenguaje convencional, de la comunicación, que usamos cada día. En ese sentido, yo he funcionado en el libro con una total despreocupación. O sea, que puede haber momentos abiertos a distintas significaciones; puede haber una polisemia o una ambigüedad, o las dos cosas, y puede haber expresiones que recaigan en el habla coloquial. Lo que no hay en mí, en este libro, es una voluntad de estilo. Hay un olvido de ella.

-El de 2006 fue el año de los premios, el «Reina Sofía» y luego el «Cervantes». Estaba reciente la publicación de «Esta luz», su poesía reunida. ¿Qué pasó después? ¿Tuvo que dejar de escribir, le costó mucho?

Pues pasó que he estado cinco o seis años recorriendo el mundo entero y sin hacer apenas otra cosa que algunos apuntes que luego perdía o cuya letra no entendía. En esos años no he leído ni he escrito prácticamente nada.

-¿Y cómo lo llevaba?

Mal. Y llegó un momento en que, muy cansado y, sobre todo, muy consciente de que estaban apartándome de la escritura, recibí una invitación que me asustó y me dije: «Éste es el momento, tengo que aprender ya, desde ahora mismo, a decir no a todo lo que pueda».

-¿Adónde le invitaban a ir?

A Pekín y, de paso, ¡al Tíbet! Y pensé: «Esto acaba conmigo, éste es el momento de empezar a decir no».

-También ha rechazado invitaciones para entrar en la Real Academia.

Estuvieron un par de años insistiendo en lo de la Academia. Pero, con independencia de que a mí no me interesa demasiado, entonces -ahora se hace un poco más fácil- suponía la pérdida varios días cada semana.

-¿En qué año fue eso?

Hace? nueve años. Un día me llamó Claudio Guillén, que fue el primero que me hizo llegar la invitación. Y luego hubo insistencias de Víctor García de la Concha. Hasta que dejó de insistir.

-Así que sigue pensando, como una vez dijo, que es mejor quedarse en casa escribiendo un poema.

Sí, sí. Entonces había que ir en tren y perder tres días: de miércoles a viernes. Y me decían: «Pero, hombre, si hay algunos que van una vez al año». Y yo les respondía: «Pues para eso no acepto; o estoy o no estoy».

-¿A quién tiene que agradecerle algo de lo que ha conseguido como escritor? Dé nombres, que nunca los da. Seguro que a muchos poetas. ¿Algún crítico?

Ciertamente, con independencia de que existe un gran peso de los autores que más o menos pueden deducirse de mi escritura, es verdad que yo tengo unos amigos en León, principalmente, pero no sólo, a los cuales no me he privado de pedir opinión e, incluso, por qué no, orientación. Son varios. Podría citar no menos de cinco, pero hay uno que es principal por su asiduidad: Miguel Casado.

-¿Y en León?

Ildefonso Rodríguez y también Tomás Sánchez Santiago.

-¿Se le ha impuesto en este libro, a diferencia de otros, hablar desde un presente muy inmediato, como si fuera el último estadio de ese pasado, la memoria, al que siempre ha recurrido en su obra?

Eso deben averiguarlo los críticos. Yo no soy consciente. Es muy probable que sea así, pero yo no lo sé. No me he propuesto hablar desde un presente. En mí no hay proyecto de libro ni de poema. Nunca. Viene, sale.

-Pero sus libros suelen ser orgánicamente más fuertes.

Sí, normalmente los he organizado: por alguna razón se ha creado una especie de capítulos dentro de cada libro. En éste, en cambio, no. Puede que la causa fuera, quizá, el cansancio, pero yo esta vez no veía datos de carácter analógico o de proximidad que me impusieran una distribución en capítulos. Además, si el lector necesita una organización, la puede hacer él mismo. Estaba cansado? así que? ahí va.

-Sigo con el presente, porque hay alusiones a la crisis económica. Por ejemplo: «Hay que hacer algo, quemar los trépanos y las finanzas financieras».

Quiero ver la crisis de una manera, en cierto modo, optimista.

-¿Optimista?

Sí, sí, aunque con un resultado que yo no alcanzaré a conocer. Pienso que se están dando los primeros síntomas de la quiebra global, planetaria, del sistema económico capitalista y del entendimiento del mercado tal como hoy día funciona. Es muy posible que se esté iniciando esa ruptura del sistema económicamente dominante y, en ese sentido, quiero ser optimista. Ya conoce esa otra reflexión según la cual hace falta que las cosas se pongan muy mal para que cambien.

-La esfera económica ha sido colocada a una altura estratosférica. Es inalcanzable. Pasa por encima de gobiernos?

No, no es que pase por encima de los gobiernos, es que el poder económico maneja los gobiernos. Yo tengo una frase: «La democracia es la máscara sonriente del capitalismo».

-Y la máscara consiste en votar cada cuatro años.

Sí, pero no ocurre nada: tenemos una Constitución que nos dice que tenemos no sé qué derechos. ¿Derechos? Son derechos que tenemos según la Constitución, pero que en la vida no tenemos. ¿Tenemos derecho a una vivienda digna? Sí. ¿Dónde está para mucha gente? ¿Qué es, entonces? Un disfraz de las dinámicas financieras, que son las que deciden.

-En Asturias, sobre todo desde que es famoso, dicen que es asturiano porque nació en Oviedo; pero, para los de León, será leonés. Usted, ¿de dónde se siente?

No tengo gran interés en sentirme de un sitio o de otro. Es cierto, yo nací en Asturias; tengo muchos amigos en Asturias, y tengo, todavía, algo de familia en Asturias. Y he vivido casi toda mi vida en León, y mi mujer y mis hijas son leonesas. Así que estoy repartido en dos espacios geopolíticos. Sí. ¿y qué? Yo quiero a los asturianos y a Asturias, y quiero a León y a su gente, y no me planteo si a unos más y a otros menos. Claro que me siento asturiano. Y claro que me siento leonés. ¿Y qué? Esa duplicidad no tiene por qué ser excluyente. Te sientes europeo; ¿es que eso excluye a la condición de asturiano? No. No llevo esta cuestión hasta el punto de tener una conducta o una sentimentalidad más dirigida a Asturias que a León, ni a León que a Asturias. No. Simplemente, hay esos hechos en mi vida.

-¿Qué relación mantiene con la música? ¿Es un poeta-pintor o un poeta-músico?

El lenguaje poético es el que crea el pensamiento, lo cual no es nada artificioso, aunque parezca que primero hay que pensar una cosa y luego decirla. No. Recuerde al ser humano primitivo. Cuando adquiere la capacidad de fonación articulada, es decir, cuando se yergue y puede articular sus sonidos en la garganta, empieza a nombrar. Antes, si veía un plátano, como cualquier animal, se lo comía; pero, de repente, empieza a decir sílabas, y desde ese momento la existencia intelectual del plátano se produce por la palabra. El mecanismo poético es muy semejante, y pienso seriamente que la generación de ese lenguaje-pensamiento es de carácter rítmico. Pero no lo pienso yo solo: en los poetas que más me convencen, en cualquier lengua, funciona lo mismo.

-¿En qué poetas?

Eliot, por ejemplo, dice que el conocimiento, el pensamiento poético, se origina en la sensibilidad. ¿Sensibilidad de qué? Pues del carácter musical (rítmico) de la palabra. Es esa condición musical la que genera palabra poética.

-Sin embargo, al mismo tiempo, su poesía tiene un fuerte componente visual.

El componente musical de la palabra poética no tiene por qué desplazar a los otros; al contrario, debe acogerlos.

-¿Es como un imán, que atrapa imágenes y recuerdos?

Mire, hay un ejemplo claro en las malas traducciones de poetas de otras lenguas, que nos proporcionan, en castellano, el contenido de los poemas, pero desprovisto de su rítmica. Esto crea un desconcierto muy frecuente en el poeta joven que es magnetizado por otro extranjero que ha leído en lengua castellana, pero sin la rítmica original, y cuando hace su propia creación no está en él presente la noción de ritmo.

-Pero decir que el Cernuda del exilio suena a traducción, como afirmó una vez Umbral, es pasarse, ¿no?

Sí, pero quizá sería lo mismo decir: «Suena a traducción porque no suena castellanamente a poesía». ¿Y por qué? Porque carece de ese componente musical.

-¿Y no ayuda a renovar la propia tradición la incorporación de influencias de otras lenguas?

Sí, seguro, pero eso no significa que haya que excluir, en los orígenes del curso generativo de la poesía que tú haces en castellano, el componente y el desencadenante rítmico, por más impregnación que haya de poetas de otras lenguas.