Rodrigo Álvarez Vázquez era picador en el pozo Fondón, en Sama de Langreo, y terminó picando la sierra del Guadarrama. Su historia, repetida varios centenares de veces, es la de los mineros asturianos deportados en los años sesenta del siglo pasado por orden del gobierno franquista y obligados a trabajar, entre otros destinos, en la excavación del túnel del Guadarrama, de cuya puesta en servicio acaban de cumplirse cincuenta años. Álvarez, fallecido en 2000, fue uno de tantos. Uno de los centenares a los que Iberpistas, la empresa concesionaria de la autopista que atraviesa la sierra madrileña, mencionó el pasado martes en la conmemoración de las "Bodas de oro" del tubo que hace medio siglo obró el prodigio de rebajar en una hora la hasta entonces penosa comunicación entre la España del Norte y la capital. Del medio millar aproximado de obreros que abrieron paso, la mayor parte eran mineros procedentes de Asturias, aseguró anteayer José Antonio López Casas, director general de la compañía entre 2008 y 2009.
Algunos habían sido desterrados, forzados a trabajar, expulsados con prohibición de regreso a su tierra y vigilados. Rodrigo Álvarez "era contestatario, pero nunca se significó abiertamente como militante político", rememora su cuñado Avelino Pérez, histórico socialista y ex diputado en la Junta General del Principado. Como tantos otros, Álvarez acabó en la sierra madrileña como "reminiscencia" de las huelgas mineras de 1962, aquel gran quebradero de cabeza del régimen franquista que dio origen a masivas deportaciones de obreros a distintos puntos de España. Eran tantos los represaliados que "no cabían en la cárcel", recuerda Pérez, para quien los destierros, "sanciones gubernativas", fueron "un capricho del gobernador civil, Marcos Peña Royo, porque el jefe de la Brigada Político-Social, Claudio Ramos, era más partidario de que, una vez despedidos de las empresas en las que trabajaban, fueran colocados en chamizos o minas de montaña, donde los tenían mejor controlados".
El caso es que fueron obligados a irse y a trabajar. Rodrigo Álvarez estuvo un año, "o algo más", rememora su cuñado. "La guardia civil los tenía vigilados en el trabajo y el pueblo", aunque en realidad poco había en ocasiones que controlar, afirma. "¿Adónde iban a escapar? A Asturias no podían volver". La experiencia de los mineros componía una mano de obra ideal para el trabajo en túneles y canteras y así llegó a la sierra Rodrigo Álvarez, picador de La Moral, criado en Sama y ya entonces muy célebre en Langreo, conocido como "el minero limpiabotas" porque compatibilizaba los dos trabajos, porque al salir de la mina lustraba zapatos para recaudar dinero que él y la asociación a la que pertenecía -"los formidables"- donaban al asilo de Ciaño.
Avelino Pérez puede dar fe del buen recuerdo que su cuñado dejó en el pueblo donde se hospedaba desde que los dos pararon allí en un viaje a Madrid y "enseguida se corrió la voz de que estaba allí el minero limpiabotas y aparecieron muchísimos vecinos. Lo querían con delirio".
Ya viven pocos para contarlo. Aquel primer túnel del Guadarrama lo inauguró Francisco Franco el día de su cumpleaños número 71, el 4 de diciembre de 1963. El paso, excavado bajo 260 metros de piedra y con 2.870 metros de longitud, fue la primera concesión de peaje de España, treinta pesetas de entonces para los vehículos ligeros, y costó en aquel momento 560 millones. Recordada por su complejidad, la obra del primero de los tres túneles que prestan servicio actualmente fue también pionera porque hasta entonces en ninguna de estas características se había realizado un estudio previo sobre las condiciones de ventilación, iluminación e insonorización.
