La lepra está presente entre la humanidad desde los tiempos más remotos y se diagnosticaba con relativa facilidad por las afecciones cutáneas que mostraba. También sabemos que se incrementaba el número de afectados cuando aparecían crisis de subsistencia entre el pueblo llano. El problema más serio que representaba era el daño moral debido a la exclusión social que acarreaba, pues a estos dolientes se les internaba en unos hospitales especiales que en Asturias recibieron la denominación de malaterías.

Las primeras referencias de su existencia se hallan en la cultura egipcia, milenios III y II a. C., más adelante la menciona Hipócrates (V a. C.). Posteriormente se encuentran descripciones en la Biblia. San Lucas dejó reflejada la resurrección por Jesucristo en la persona de Lázaro de Bethania ante la petición de sus hermanas Marta y María Magdalena. Para los creyentes, este San Lázaro fue el primer leproso, de ahí que los lugares de reclusión para estos enfermos se conozcan como "hospitales de San Lázaro" o "Lazaretos", teniendo en cuenta que el vocablo latino lazarus significa leproso.

Se cree que esta enfermedad fue traída a Grecia por los soldados de Alejandro Magno tras las campañas de la India. También sabemos que llegó a Roma bajo el gobierno de Nerón y que se extendió por toda Europa a partir del siglo IV.

En la literatura clásica española a este mal se le designa también con los términos de gafedad o malatía y al individuo en particular, gafo o malato. Otras denominaciones: leproso, lacrado, plagado, enfermos de la Orden, enfermos del Señor San Lázaro y lazdrados. En Asturias mantenemos como vestigio denominaciones como San Lázaro, Malatería, La Malata, Los Malatos, Llacerías o Gafu.

Es posible que la patología llegase a Asturias con las legiones romanas del emperador Vespasiano. Posteriormente sería reintroducida con los invasores musulmanes, con los cruzados que volvían de Tierra Santa y con los peregrinos que atravesaban nuestro Principado en dirección a Santiago de Compostela. No obstante, no es hasta el siglo VIII cuando aparece perfectamente documentada, momento en el que tuvo tal difusión que alcanzó a reyes, así el mismo rey Fruela sucumbió a su causa. Desde el siglo XI al XVII adquirió la categoría de endémica debido a que entre los factores predisponentes se halla la miseria provocada por la pobreza de la alimentación, de la vivienda y de los vestidos de los moradores asturianos.

Es por tanto una enfermedad típica de la Edad Media y se cree que durante el siglo XII mató a 25.000 europeos. Además de muerte, causaba deformidades importantes, como ejemplo del deterioro corporal ante las mutilaciones, referimos que el rostro de un paciente con la variante de lepra lepromatosa era: "Parecido a una favila medio apagada, repleto de duros granos verdes en la base y con el orificio blanco (?), los inflamados ojos enrojecidos brillan en la oscuridad como los de un gato (?), la nariz se hunde porque el cartílago se le pudre", según recoge Kahn en "Una historia de la medicina o el aliento de Hipócrates".

La primera malatería que se erigió en Asturias data del año 1074 y se ubicó en Tineo, la última se construyó en Llanes en 1781; entre ambas fechas se llegaron a levantar cincuenta, todas bajo la advocación de Santa María Magdalena o bien de San Lázaro.

Esta enfermedad está catalogada entre los males curables por mediación del apóstol Santiago. Incluso existe la leyenda de que el Cid Campeador en su peregrinación se encontró con un leproso, que al final resultó ser el propio San Lázaro. De ahí que la mayoría de edificaciones queden enclavadas en el Camino de Santiago; así las hallamos en Castropol, Grandas de Salime, Cangas del Narcea, Corias, Tineo, Salas, Pravia, Candamo, Grado, Proaza, Avilés, Oviedo, Lena, Aller, Caso, Laviana, Siero, Gijón, Villaviciosa, Cabranes, Piloña y Llanes. Ignoramos quiénes fueron sus fundadores; sin embargo, el poder de toma de decisiones recaía en los curas parroquiales o bien en los señores feudales, quienes nombraban administradores para controlar las altas por curación, las rentas dejadas por los malatos o las limosnas recibidas.

Existen unas disposiciones emitidas por el concejo de Oviedo en 1274 que indican la prohibición de que estos enfermos entren a la ciudad más que una vez al año, en concreto el día de la Cruz, ya que tenían la peculiaridad de estar "muertos para el mundo". La primera vez que desobedeciese la orden sería expulsado a pinchazos, la segunda vez sería azotado y la tercera quemado. No obstante, nos consta que el sentido cristiano suavizase las normativas y que, por tanto, el aislamiento nunca fue tan riguroso, de manera que los malatos realizaban una vida casi normal.

Como la lepra, en el tiempo que hablamos, era incurable, contagiosa, que se pega, el consejo era ser apartado de los sanos para que no inficcione. Con la intención de cumplir estos requisitos, pero sin el abandono total debido a la caridad imperante del momento, se levantaron muchas malaterías en sitios apartados. Casi todas eran de tamaño diminuto, con cabida para cuatro o seis personas, y de higiene muy defectuosa. La dieta más habitual nos indica que comían sopas de pan con aceite o manteca, carne, pan y algo de vino; tenemos constancia de que hubo épocas que pasaron hambre.

Para tener derecho al internamiento era necesario que alguien reconociese que esa persona estaba enferma de lepra. Ante la carencia de profesionales sanitarios auténticos, el examen podía ser hecho por los propios recluidos o por el cura de la parroquia, con lo cual cualquiera que tuviese alguna alteración dérmica podía ser falsamente diagnosticado; es preciso que apuntemos que el médico comenzó a realizar observaciones pertinentes sólo a partir del siglo XVI. Pasado este trámite era preciso pagar una cuota de entrada al mayordomo, cantidad que variaba en función del nivel de renta del propio enfermo. Luego, ya en calidad de leproso, se le permitía pedir limosna.

Tolivar Faes plantea una hipótesis para calcular el números de leprosos en Asturias, así, comenta que si hubiese cinco leprosos por malatería y unos treinta sitios de acogida, el número de malatos estaría alrededor de 150 personas. También pensamos que sólo la tercera parte de estos internados tuviese verdadera lepra. Individuos que morirían en el 90 por ciento de los casos en un corto período de tiempo; los que se pudieran curar evidentemente estaban mal diagnosticados.

Como ya dijimos líneas atrás, esta enfermedad no tenía tratamiento específico. No obstante, en alguna ocasión los médicos realizaban sobre los pacientes sangrías y purgas, les ponían sanguijuelas o diversos ungüentos, fomentaban la toma de caldo de culebra y el taponamiento de las narices con mechas empolvadas en litargirio y les recomendaban baños calientes. Asimismo, y en caso de necesidad, les extirpaban los ñudos.

También nos consta que con intención curativa los enfermos realizaban la "oración de Lázaro", a la vez que se lavaban las heridas con agua de la fuente, previamente bendecida por la propia imagen del santo, y mezclada con salvias, ortigas y sal.

A partir del siglo XVI empezó a declinar sin ningún motivo claro; por ello, se cerraron casi todas las malaterías de Asturias. Las escasas rentas que tenían se aplicaron en la construcción del Hospicio Provincial.

Esta enfermedad es una de tantas consideradas como castigo divino, en esta ocasión estaba bajo la advocación de San Lázaro.

En 1873 el médico noruego Gerard Armauer Hansen (1841-1912) encontró el germen causal, el Mycobacterium leprae, y en su honor se conoce como bacilo de Hansen. La lesión típica desde el punto de vista anatomopatológico es un granuloma.

Para que veamos la importancia que tiene la enfermedad aún hoy, apuntamos que en 1987 le dieron el premio "Príncipe de Asturias" al investigador venezolano Jacinto Convit por los estudios relativos a esta patología. El tratamiento en la actualidad es a base de antibióticos.