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La guía secreta de Asturias

Un castillo asoma entre las olas

La playa de Portizuelo, en el concejo de Valdés, es una de las preferidas por los fotógrafos y los pintores por su luz y por la belleza de sus esculturas naturales

Un castillo asoma entre las olas

Hay lugares que subyugan y conquistan a los que sin quererlo descubren que en Asturias, como en el mundo entero, la Naturaleza esculpe a golpes de agua y viento auténticos monumentos, formas curiosas y geniales que, al verlas por primera vez y por la sorpresa, dejan por unos segundos sin aliento. Es el caso de la playa de Portizuelo, en Valdés, que no es, en modo alguno, una playa al uso pues en ella lo que manda es la piedra y los cantos rodados. Su belleza radica, precisamente, en su pintoresco paisaje que, dependiendo de la época del año y de la luz, invita a imaginar que hay otros mundos, pero que, sin duda, están en éste, tal como escribió en su día el poeta francés Paul Éluard.

Hay dos formas de llegar hasta Portizuelo. Bien desde la localidad de Villar, por una pista con bastante desnivel que baja hasta la cetárea, o también se puede acceder desde la localidad de Barcia, con menos desnivel y por otra pista que finaliza en el prau sobre la playa.

Portizuelo es alargada y pedregosa. Es necesario caminar entre los grandes regodones o bolos que adornan este singular rincón marino para acceder a la zona del arenal, que es mínima, y disfrutar haciendo fotografías de todas las formas que lo pueblan, sobremanera de la gran roca en medio del oleaje bautizada con el nombre de "Piedra del óleo", debido al gran número de artistas y pintores que hasta allí se acercaron para inmortalizarla en sus lienzos. Cada cual es libre de interpretar sus formas que, según la luz y desde donde se contemple, van variando. Eso sí, imprescindible para visitar este lugar es ir en marea baja para poder disfrutar de la pintura y la fotografía sin temor a sobresaltos y, por supuesto, con la mar en buen estado. Por esta playa caminó muchas veces el premio Nobel de Medicina Severo Ochoa, siendo uno de sus rincones favoritos para relajarse. Y es que Portizuelo hipnotiza, relaja y reta al viajero a ver en sus formas lo que prefiera.

Para unos esa piedra entre las olas no es sino la bandera pétrea y rota de un barco pirata para siempre varado frente a las costas asturianas, o bien la aleta de un dragón marino recién encallado en la arena. Incluso puede tratarse también de los restos de una de las torres del castillo de Neptuno, con almenas que son, en su caso, puntiagudas agujas de piedra y donde, asomadas a la ventana inferior, entonaban su canto las sirenas buscando seducir a los marineros con el fin de hacerles naufragar frente a la costa. Sin duda que el lugar invita no a cerrar, sino a abrir bien los ojos e imaginarlo. El escenario es perfecto. Sólo hace falta que el día acompañe.

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