Si la Princesa de Asturias viene a Covadonga el año próximo -o cuando quiera-, todos contentos. Los monárquicos, por razones obvias. Andarán a lo suyo, a mostrar su lealtad a la Corona y a disfrutar de la remembranza de una tradición que data de 1388, cuando Enrique III de Castilla, llamado "el Doliente", que entonces tenía 8 tiernos años, a la vez que era casado (eran otros tiempos) con su prima quinceañera Catalina de Lancaster, recibía con solemnidad el título de Príncipe de Asturias.

Los republicanos, aunque sea a regañadientes, podrán conformarse pensando que este tipo de visitas suponen una publicidad impagable, al posibilitar que Covadonga y Asturias aparezcan en todos los medios de comunicación de España y muchos del resto del mundo. Y ya se sabe que aparecer en los papeles, las ondas y las pantallas por este tipo de eventos se traduce en más visitas y, en consecuencia, en dinerito fresco. Aunque siempre podrán unirse a los que quedan, a los anticapitalistas y asimilados, que seguramente quedarán también encantados si viene Leonor, porque este tipo de eventos les da pie a dedicarse aún con más ahínco a lo suyo, a la protesta, a sacar sus banderolas, a lanzar sus proclamas, a criticar a los amos del capital y a sus peones, a organizar sus escraches y a todas esas "movidas". Pues eso, que venga.