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La guía secreta de Asturias

Ore, una mirada entre pegollos

El pueblo valdesano, que cuenta con un importante número de hórreos y paneras, se encuentra en un paraje de singular belleza que invita a recorrerlo y a pintarlo

Ore, una mirada entre pegollos

Ore es sin duda un nombre curioso y singular. Así se llama un pueblo valdesano al que se accede bien por la carretera que pasa por Brieves, bien por la más angosta que toman aquéllos que llegan desde Pontigón. Sorprende al llegar allí cómo el horizonte se abre generoso y da paso a un valle impresionante y a un pueblo que, diseminado en diferentes barrios, se muestra al viajero como un lugar al que siempre apetece volver, un sitio donde enraizarse y al que pertenecer. Eso se percibe al charlar con vecinos como José Manuel López López, quien en el lugar donde se ubica la capilla dedicada a la Virgen de Covadonga, patrona del pueblo, va recitando los barrios que lo componen: "Éste es Covadonga y luego están El Camparrón, El Couto, El Castañedo, La Parra, La Reigona, El Pomar del Chobo -que también llaman Castañares-, La Cuesta y El Posadoiro, entre otros".

El lugar valdesano es tranquilo, apacible, singular y hermoso. Llama la atención la gran cantidad de hórreos y paneras que lo habitan, y mientras algunas de las construcciones sufren el abandono y el paso del tiempo, otras lucen rehabilitadas y queridas por sus dueños, como buena parte de las casas, en las que aunque ya no viven a diario abren sus puertas a sus moradores cuando llega el fin de semana. Posiblemente entre hórreos y paneras haya algo más de cuarenta construcciones con sus tejados de pizarra brillando en plata y negro con el sol del atardecer y, en algún caso, con puentes de piedra que los unen a las casas; algo único de esta zona, en la que es Brieves el que más se singulariza con estas arcadas de piedra entre ambas construcciones.

Ore, en la parroquia de Carcedo, es un pueblo que invita, además de al paseo, a llevárselo para casa pintado en un lienzo, sabiendo que allá al fondo están el Picu Castro y el pueblo de Los Corros al final del horizonte, donde los eólicos se muestran en su límite terrenal con Tineo. Un nombre curioso sobre el que dicen viene de "aurum", que en latín significa oro.

Es una tierra hoy agradecida a quien la habita y a quien la recuerda con cariño, como es el caso de uno de sus residentes más carismáticos: Eduardo García Rodríguez, "Duardo el curandero", fallecido este año, "componedor de huesos", paisano polifacético, generoso y muy querido por lo que de él cuentan y por lo que se puede leer en una placa donde se le homenajea y que reza lo siguiente: "El pueblo de Ore a Eduardo García Rodríguez. 1928-2017 (El curandero). Vecino ejemplar que impulsó obras para el bien de nuestro pueblo, destacando la traída del agua. Como muestra de nuestro reconocimiento y gratitud. Ore, 2017".

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