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JOSÉ ANTONIO ÁLVAREZ CASTRILLÓN | CRONISTA DE SANTA EULALIA, SAN MARTÍN Y VILLANUEVA DE OSCOS. HISTORIADOR Y PROFESOR UNIVERSITARIO

Los Oscos, tierra de valientes

José Antonio Álvarez Castrillón, en Villanueva, junto a las paredes del monasterio. E. G.

Junto a las ruinas del monasterio de Villanueva, José Antonio Álvarez Castrillón, cronista oficial de Santa Eulalia, San Martín y Villanueva de Oscos, recuerda sus orígenes, a sus padres, generación que emigró a la capital asturiana, y a sus abuelos. Selo y Benilde vivían en Ovellariza, "una aldea que está al lado del monasterio. Eran labradores, mi abuelo también fue carpintero y había sido cartero en la República". Por la otra rama familiar, los abuelos Enrique y Mercedes fueron ganaderos. "Mis dos abuelas son del 'linaje' de los Lombarderos, vizcaínos vinculados siempre al hierro".

Este somero viaje genealógico tiene sentido porque explica la esencia de las gentes de los Oscos, de dónde se viene y quizá a dónde se va. El pasado remarca los rasgos sociológicos de la comarca.

Carretera arriba -es inevitable en una comarca en la que sólo el 20% de su territorio tiene menos del 20% de pendiente-, José Castrillón, historiador y profesor universitario de Didáctica, guía entre curvas hasta el punto donde confluyen los tres concejos, tan iguales y tan distintos.

Tarde de sol, primavera quieta y laderas infinitas coronadas por parques eólicos. Demasiado paisaje para el visitante acostumbrado al ajetreo urbano y a las distancias cortas. A un lado, el pueblo de Martul, la referencia habitada más cercana a ese punto donde Santalla, Vilanova y Samartín se vuelven uno en tierra de todos. Pero si se toma un camino secundario, la brújula nos conduciría hasta A Valía, bajo un mar de árboles, donde Castrillón tiene una casa y un pasado familiar del que enorgullecerse.

Parece un entorno perdido en el mapa, pero sólo para quien no lo conoce. Los Oscos no se dejan atrapar fácilmente, se disfrazan de inmensidad, de robles y castaños, de tejados negros y brillantes en el frágil equilibrio que dan el tiempo y la orografía.

Santa Eulalia conserva un ritmo vital un punto superior que el de sus dos concejos hermanos. El turismo rural se ha convertido en un motor económico impensable en los Oscos hace unas décadas, cuando el viaje por carretera a Oviedo a través de La Espina duraba una mañana, y las miradas se dirigían a Lugo, más accesible pero tampoco destino fácil.

El palacio de Mon, en tierras de Samartín, se esconde entre masas frondosas ocupando un valle discreto. De repente aparece este caserón, que conserva en su fachada principal los dos escudos heráldicos mejor conservados de Asturias.

Los escudos dan idea de la afortunada confluencia de sangres y linajes que produjo poder a raudales. Arias Mon fue gobernador del Consejo de Castilla y se enfrentó a los Bonaparte en la Guerra de la Independencia. Su hermano Romualdo era arzobispo de Tarragona, y otro de sus hermanos, José Antonio, preparaba las Cortes de Cádiz. Medio siglo después, su sobrino nieto Luis Gonzaga fue ministro en el Gobierno carlista, y otro oriundo de San Martín, Alejandro Mon, lo fue con Isabel II. Una familia acostumbrada a mandar, a la que Álvarez Castrillón rastreó en su libro "La casa de Mon. Memoria de un linaje (siglos XV-XIX)".

Una parte del interior del palacio vive ruina, pero las piedras hablan. La pequeña capilla, conectada con las habitaciones; la letrina que desaguaba junto a los establos, la entrada posterior de carruajes y los restos de la antigua torre defensiva, origen último del edificio. Las cocinas del palacio impresionan por su dimensión, las paredes negras de humo y las chimeneas que se alzan sobre la techumbre. "En este edificio había que dar de comer cada día a varias decenas de personas. Un sistema especial de aireación permitía que el humo no invadiera las cocinas".

Samartín es concejo donde las vegas abundan, aunque las pasadas tierras de labor sean hoy praos para pasto. De vuelta a Vilanova, la llave que abre la iglesia de Santa María sorprende por grande y larga como la historia del templo. Abierta al culto, y a pesar de esa curiosa tendencia a vestir la piedra con imágenes de colorines y flores de plástico, la iglesia es un prodigio hermoso que une el Románico y el Gótico, "que viene de la mano de los cistercienses y se deja ver en los arcos levemente apuntados". Paredes de pizarra que un día estuvieron encaladas en su versión original. Álvarez Castrillón, cronista desde 2011, se mueve a sus anchas en la "nevera" natural de la iglesia de Villanueva, donde los monjes celebraron misas y rezos durante siglos por encargo de los nobles e hidalgos que pasaban a ¿mejor? vida y les espantaba el olvido. Probablemente, los encargos se amontonaron, el tiempo los difuminó y los monjes acabarían sin saber muy bien por el alma de quién celebraban las misas.

En una de las naves laterales unos paneles explican la historia de la iglesia y el monasterio. Los redactó José Castrillón, que es medievalista. En uno de ellos se rescata a Mendo Alonso de Noceda "y sus difuntos", un vecino que negoció "una misa cantada de réquiem con su responso" el día de Santa María Madalena (sic). A cambio se comprometía a suministrar "dos canados perpetuos de vino de Villarín", con buena fama en la comarca. El canado equivalía a 37 litros.

El pulso camina lento en los Oscos. Hubo un momento en la historia "en el que el reloj se paró, muchos se cansaron de esperar y se fueron, y el bosque recupera con ansia lo que fue suyo", dice Castrillón. "Ahora sólo quedan los más valientes, resistiendo por todos".

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