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Los Tesoros Forestales De Asturias | Quejigales De Castro (Somiedo)

Bosques de secano

Las formaciones de quejigo poseen una representación anecdótica en Asturias, con los mejores ejemplos en el valle del río Somiedo, donde se mezcla con carrasca, y en la Garganta del Cares

Bosque mixto de quejigo y carrasca (Quercus rotundifolia) en Castro, Somiedo. J. M. FERNÁNDEZ DÍAZ-FORMENTÍ

El más raro de los robles asturianos -de las quercíneas, para ser más precisos- no debería estar aquí: el quejigo ("Quercus faginea"), un árbol endémico de la península Ibérica y las montañas norteafricanas, se asocia típicamente con climas secos, lo que significa que está adaptado a unas condiciones bien diferentes de las imperantes en la comunidad y en el conjunto de la España atlántica. Pero ahí está, aunque, cierto es, en localidades muy concretas, favorecido por condiciones microclimáticas, formando islas forestales, desconectadas una de otra: a Occidente, en el valle del río Somiedo, entre La Riera y la Pola; a oriente, en el valle del Cares, entre Valdeón (León) y Poncebos (Cabrales), con una "extensión" en la aldea de Tielve. En ambos casos, medra sobre suelos calizos, áridos, bien en pequeñas masas puras o, más comúnmente, en bosques mixtos donde comparte el estrato arbóreo con la carrasca ("Quercus rotundifolia"), que participa de sus preferencias ambientales y cuenta con la ventaja de ser más versátil, más frugal, lo que ha permitido que ocupe una extensión de territorio muy superior, en apretadas formaciones (carrascales), algunas de ellas muy extensas. Como elementos casi anecdóticos, se abren hueco en los quejigales el fresno ("Fraxinus excelsior") y el cerezo de Santa Lucía ("Prunus mahaleb"). A la inversa, el quejigo aparece como comparsa en los tilares orocantábricos de tilo blanco ("Tilia platyphyllos") y de hoja pequeña ("Tilia cordata"). En todas las situaciones, es un árbol de porte mediano, inferior a 20 metros, y no pocas veces arbustivo, en especial en lugares donde los bosques están sometidos a talas y aclareos regulares, que favorecen los rebrotes en los árboles.

La historia natural de esta especie es incierta; parece ser una quercínea originada en el Terciario y que resistió los períodos más fríos de las glaciaciones cuaternarias en refugios costeros, a partir de los cuales habría recolonizado parte de sus antiguos territorios. Algunos autores han aventurado, más allá de esa causa climática -aun aceptándola-, una influencia antropógena para explicar la escasa presencia del quejigo, que habría beneficiado a sus competidoras directas, la encina y la carrasca. Tal hipótesis especula con un efecto adverso de los procesos de deforestación y de la erosión asociada a ella como factores de contracción y fragmentación de los quejigales, que literalmente habrían "perdido pie" en unos suelos poco profundos, empobrecidos y sin capacidad de retención del agua. Además, ese repliegue se habría visto potenciado de forma directa por la mano del hombre en beneficio de la encina para la explotación de su bellota, mucho más apreciada por los cerdos ibéricos que pastan en las dehesas tras una selección secular para hacerla más dulce.

Los quejigales del valle del Pigüeña pueden contemplarse desde la carretera AS-227 que vertebra el concejo de Somiedo y desde la ruta que parte de esa vía hacia el pueblo de Castro siguiendo un antiguo camino real; en este último caso, resultan especialmente numerosos en las inmediaciones de la braña de Campizos, aunque se ven engullidos por la masa dominante de carrasca, en la cual sobresalen por el color más pálido de su follaje (ocre en otoño e invierno).

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