A pocos metros de Fernández, y esperando para subir en el mismo autobús con destino a Avilés, Marcelino Pérez y Rosa Alarcón preguntan por lo sucedido. "Nos hemos enterado porque nos ha llamado nuestra familia de Murcia para preguntar si estábamos bien. No sabíamos nada", aseguran estos vecinos de Murcia, que llegaron a la capital pixueta en autobús desde Oviedo, después de realizar un transbordo en Avilés.

A su lado, en la marquesina, Pedro Rodríguez y Maribel Cantera cuentan la misma historia. "Ahora parece que da un poco de respeto montar en el autobús, pero tampoco puede uno estar pensando así porque no vives", enfatizan los visitantes, bilbaínos residentes en la localidad cántabra de Castro Urdiales.

Mientras tanto, con el paso de las horas, el nerviosismo y el desasosiego que se apoderaron de Cudillero al conocerse la fatal noticia se iban tornando una tensa tranquilidad. "Si no ha salido ya el nombre de ningún fallecido del pueblo es porque no lo hay. Hubiera corrido como la pólvora", destaca un grupo de vecinos que comentaba los hechos frente a un quiosco de la plaza de San Pedro.

La misma sensación se respiraba en los bares. "No se sabe si había algún vecino, pero esperamos que no", coincidían los parroquianos en el café Alborada, el más próximo a la parada del autobús, donde nadie quitaba ojo a la última hora de la noticia a través de la televisión y de los teléfonos móviles.

"No vi subirse a los pasajeros al autobús porque tenía el bar lleno de gente para el vermú; pero no es una de las horas más concurridas. Espero que no tengamos que lamentar una desgracia", atina a decir la propietaria del establecimiento.

En la zona del puerto, llena de turistas, la noticia también había corrido como la pólvora, aunque eran pocos los que relacionaban el negro accidente con la villa. "Sabíamos que había sido cerca de aquí, pero no que hubiese gente implicada. Ojalá haya el menor número posible de víctimas", dice María Luisa Muñiz, turista madrileña.