El poeta que aprendió a escribir mirando cómo llovía detrás de una ventana en Oviedo y dibujando palabras sobre el vaho en el cristal es el mismo que suspendía todas las asignaturas en el colegio, incluso redacción, porque los curas le ponían un 5 pero le restaban dos puntos por mala letra.

Fernando Beltrán es hoy todo aquello que quería ser, poeta, pese a que se pasó la infancia y la adolescencia escuchando a los que le rodeaban decirle: "Nunca llegarás a nada". Ayer ofreció una charla magistral en el IES La Ería de Oviedo cargada de emotividad: tuvo que detenerse varias veces mientras leía algunos de sus versos. Y es que a Beltrán, que es un romántico empedernido, ver un auditorio lleno de guajes con la misma edad que tenía él cuando comenzó a escribir sus primeros versos le puede.

"Esto me produce más respeto que un discurso ante la Real Academia; aquí siento más verdad, más piel con piel", confesó el escritor, con su melena canosa que parece no querer admitir el paso del tiempo y sus aires de protagonista de novela romántica. Contó Beltrán a los chavales de La Ería que él era "muy mal estudiante", pero a los 14 ya se empeñaba en que quería ser escritor, mientras que su padre, abogado, no dejaba de agobiarle con la misma pregunta: ¿pero de qué vas a vivir? Tampoco era Fernando Beltrán un lector apasionado, pero todo lo bueno y lo malo que sentía lo volcaba en un papel. Sigue llevando encima libretas, pequeñas, de tapa blanda, las más baratas del quiosco, que ahora donará a la Biblioteca Nacional, quinientas en total, "porque me lo han pedido". La de ayer era azul.

No parece sencillo que en el año 2019 un auditorio con más de cien chavales atienda con atención el discurso de un poeta soñador que además reconoció sin tapujos las cloacas que tuvo que visitar para mantenerse en su cerrazón de ser poeta. Pero ocurrió, y durante una hora el mundo pareció pararse para dejar paso a la poesía. "Todos tenemos abrigos y miedos, esperanzas y fríos. Los poetas somos como todo el mundo, trabajamos veinticuatro horas al día y vamos tejiendo bufandas para cuando las necesitamos en invierno", explicó Beltrán. No hubo que mandar callar y tampoco hizo falta animar a las preguntas. "A los 17 años me fui de casa y estuve tiempo sin hablar con mi familia. Tenía trabajos, de todo, que iba haciendo para poder ponerme a escribir en cuanto ahorraba una poco de dinero", recordó. Fernando Beltrán no sabe si tuvo una infancia feliz, pero sí que así la dibujó él y así la recuerda. "Para mí Oviedo era el Macondo de 'Cien años de soledad'", y lo sigue siendo. Por eso, anteayer, cuando llegó a Oviedo salió a pasear por el Parque San Francisco, el lugar donde nacieron muchos de esos primeros versos.

Los estudiantes, que llevan unos días trabajando con la obra del autor en la clase de Lengua y Literatura, quisieron saber más y le preguntaron a Beltrán si alguna vez se había arrepentido de no estudiar Derecho, como le pedía su padre. "No, pero entiendo a mis padres, que no conocían el vértigo de la poesía, que te obliga a poner las tripas constantemente sobre una cuerda", respondió el autor a Tatiana de Martín. Y Nadia García quiso saber cómo fue esa marcha a Madrid obligada. ¿Tanto le marcó? "Yo quizá lo adorno un poco", confesó el escritor, que volvió a tomar aliento y le respondió a Marco Ubiaño que no es ni la tristeza ni la alegría lo que más le inspiran: "El poema sale y te va llevando a otro lugar". Desde la ventana de Oviedo hasta Macondo.