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Nicaragua, contra el desengaño

Antiguos cooperantes asturianos lamentan el deterioro social y político de una nación sumida desde hace un año en la honda crisis provocada por la represión de la protesta contra el otrora revolucionario régimen de Ortega

Javier Alonso, con algunos de sus alumnos en San Juan del Sur en 1981. J. A.

Como toda su familia, Laura creyó en la revolución. Perteneció a la Juventud Sandinista, hizo el servio militar voluntario, se incorporó a la causa a los doce años. Sólo lo cuenta al final de una larga conversación, porque de aquella ilusión sólo queda hoy una mezcla devastadora de la rabia con el desengaño y la tristeza. Laura no se llama Laura, Laura es el seudónimo que le puso el miedo a las represalias del régimen del nuevo sandinismo de Daniel Ortega desde que en Nicaragua la policía y los paramilitares tiran a dar contra los manifestantes. En Managua, casi cuarenta años exactos después del triunfo de la rebelión que encabezó Ortega para derrocar al dictador Anastasio Somoza las pancartas de las protestas populares dicen que "Ortega y Somoza son la misma cosa", una proclama catastrófica para la historia de lucha contra la tiranía que edificó el sandinismo.

Pronto hará un año de la explosión social del 18 de abril, de la reforma del sistema de seguridad social que encendió los ánimos en las calles y de la represión violenta de aquellas y de las manifestaciones que las siguieron. "Habría sido una protesta más de las muchas que se habían convocado desde 2006", cuando Ortega regresó al poder, "de no haber sido por el uso abusivo de la fuerza policial". La suma, de acuerdo con algunos grupos locales humanitarios, da un número indeterminado de más de quinientos muertos, "una barbaridad para un país de seis millones de habitantes", y un registro de al menos 777 presos políticos a los que la protesta contra Ortega llama "secuestrados".

La revolución se ha armado contra quien armó la revolución, la tortilla se ha dado lastimosamente la vuelta en la revuelta de un país que en la distancia observan con estupor algunos de los que lo conocieron de otra manera. Javier Alonso, historiador asturiano, trabajó un año en la Nicaragua de 1981, dos después del triunfo de la revolución. Colaboraba gratis en el programa de alfabetización del sandinismo en San Juan del Sur, la población próxima a la frontera de Costa Rica que fue la parroquia de Gaspar García Laviana, el sacerdote y guerrillero asturiano enrolado en las tropas revolucionarias sandinistas de Ortega que murió en una escaramuza sin ver triunfar la rebelión y fue elevado a símbolo de la lucha. Alonso sí asistió a las secuelas de la última revolución vencedora del siglo XX en América Latina. Alonso participó entonces de la ilusión de un país "fresco y esplendoroso", que no tenía sanidad ni educación públicas y se reconstruía desde cero, que "queríamos que fuese ejemplo para otras naciones". Él, que vio acercarse el fin en la guerra de la "contra", organizada por el presidente estadounidense Ronald Reagan para tratar de destruir la revolución, asiste ahora atónito a los relatos repetidos pero vueltos del revés de la represión y la violencia, a la crónica del desencanto y a la narración de la dilapidación de la herencia por parte de unos dirigentes que "de sandinistas no tienen", a sus ojos, "más que el nombre": "Mucha gente dio su vida por algo que era un fraude", lamenta. "En la Grecia de Pericles el problema era la corrupción y el nepotismo. Más de veinte siglos después, seguimos igual".

Javier Fernández Conde, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Oviedo y sacerdote, conoció como cooperante en 1989 la Nicaragua del décimo aniversario del triunfo de la revolución, cuando "estábamos todos convencidos", recuerda, "de que el sandinismo era el mejor de los sistemas políticos" para un estado que se había ganado la liberación "con sacrificios y sangre frente a la dictadura de Somoza". Él ubica el principio del fin de aquella confianza en 2006, cuando Ortega recuperó el poder de las manos de la derechista Violeta Barrios de Chamorro, pero "por aquello de que las segundas partes nunca fueron buenas, el Ortega reelegido no se parecía en casi nada al admirado líder revolucionario de antes". Su imagen pública y su fisonomía política se deterioraron entre disidencias internas en el movimiento cuyos motivos ilustra Conde acudiendo la descripción de Mónica Baltodano, exguerrillera sandinista: "Antes el poder era para la gente, hoy para su familia y sus allegados. Ortega defiende ese poder con los mismos instrumentos de la dictadura somocista: pactos con la oposición, lo más reaccionario de la jerarquía eclesiástica y el gran capital".

"Un estado de terror"

Desde Managua, de regreso al presenta, Laura sigue contando que la resistencia son ahora los grupos "autoconvocados", que llevan en su denominación la fórmula de aglutinación espontánea, sin adscripción ideológica, a través de las redes sociales. Les preocupan las familias de los presos, de los que han perdido de pronto su fuente de sustento porque el cabeza de familia ha sido "secuestrado, porque no los han detenido, sin órdenes judiciales por paramilitares encapuchados". Laura cuenta "violaciones, golpes, saqueos e incendios de viviendas", amenazas en diferentes versiones, encarcelamientos en "mazmorras sin luz solar ni ventilación" e incluso la triste paradoja de que los nuevos sandinistas reutilizan la cárcel de El Chipote, donde torturaba Somoza? La fórmula del régimen para acabar con las protestas ha sido el miedo, dice, la institución de "un estado de terror" que dura hasta hoy. Habla de los vídeos virales que difundieron la represión o del asesinato de Álvaro Conrado, el adolescente erigido en símbolo de la revuelta tras ser abatido por francotiradores el tercer día de las protestas, cuando iba a llevar agua a los estudiantes encerrados en la Universidad. Ya no cuenta la triste historia muy difundida en abril de 2018 de Ángel Gahona, el periodista que contó su propia muerte en directo, abatido mientras informaba de las manifestaciones en "Facebook Live".

"Tranques" y "turbas"

En el diccionario revolucionario nicaragüense, los "tranques" son las barricadas de los manifestantes; las "turbas", el método de represión que denuncian del régimen, grupos de jóvenes en motos, con la cara tapada y a veces camisetas que mandan mensajes de amor y paz y son el "arma de choque" de la represión del Gobierno, "muy al estilo de Venezuela", el otro foco de tensión en América Latina, el que ahora copa la atención internacional y oculta a los ojos del mundo la inestabilidad nicaragüense. "Ante la opinión pública internacional, Nicaragua no es nada", resalta Javier Alonso. "No tiene petróleo ni es comparable a Venezuela. Da mucha pena que pase tan desapercibido".

Desde dentro, Luis Alfredo Lobato, mierense de Ujo y secretario general de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, va a negar la mayor respecto a la represión que denuncian los opositores. Desde la institución académica que fue epicentro del levantamiento estudiantil, él ofrece una versión más próxima a la del Gobierno de Ortega. Lo que ha ocurrido en el país centroamericano, dice, "fue parte de un intento de golpe de Estado orquestado por parte de la oposición política, algunas ONG politizadas y la mayoría de la jerarquía católica, que aprovecharon algunas reivindicaciones para querer cambiar el orden constitucional por la fuerza o por la vía de hecho". Lobato, profesor de historia contemporánea residente en Nicaragua desde 1980, no se cuenta entre los desencantados del sandinismo y habla de "noticias falsas" sobre denuncias de maltrato". "Pese a lo que se diga en algunas redes sociales", afirma, "desde julio de 2018 no ha habido manifestaciones callejeras, por tanto no existe represión". Admite, esto sí, que "se han prohibido manifestaciones que no presentaban las debidas garantías de orden" e invita a que se valore como una "actitud positiva del Gobierno" la liberación de "más de cien presos encarcelados".

En ese clima de enfrentamiento, Gobierno y oposición retomaron el jueves las negociaciones, con la Organización de Estados Americanos como testigo, tras la liberación de cincuenta presos políticos y entre ruegos de endurecimiento del apremio de la comunidad internacional. Es así como Nicaragua lucha por su futuro y contra el desengaño. Le vuelve a hacer falta, otra vez, una "canción urgente" como la que Silvio Rodríguez le hizo en 1983: "Andará Nicaragua / su camino en la gloria / porque fue sangre sabia / la que hizo su historia?" En un concierto en Nicaragua, en 2008, el cantautor cubano se negó a cantarla . Dijo que se le había olvidado la letra.

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