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Un docente innovador, hombre de Iglesia e intelectual de altura

Quienes tuvieron trato con Novalín lo recuerdan como una persona brillante, lúcida y con un carácter atento y cercano

González Novalín, con Juan Pablo II en el Vaticano el 29 de mayo de 1989.

José Luis González Novalín tuvo una dilatada trayectoria como eclesiástico, de la que, quienes lo conocieron, destacan especialmente dos facetas: su gran talla intelectual y su capacidad para enseñar. Asimismo, destacó también por un carácter cercano, atento y bondadoso.

Así lo recuerda uno de los sacerdotes que más contacto tuvo con él en los últimos años, Javier Gómez Cuesta, párroco de San Pedro de Gijón, donde vivió Novalín hasta que hace dos semanas fue ingresado en el hospital de Cabueñes por un problema con una pierna. "Era un hombre brillante. Aquello que hacía lo hacía muy bien. Entre otras cosas, hablaba muy bien", asegura.

Fue profesor en el Seminario Metropolitano de Oviedo, "un profesor excelente; todos sus alumnos hacen mieles de él, además, fue avanzado, enseñaba con pedagogía de vanguardia".

Era, además, según Gómez Cuesta, "un gran conversador, de una memoria extraordinaria, y también de una gran facilidad de trato; le gustaba mucho conocer a la gente, hablar con la gente".

La memoria y la lucidez las conservó casi hasta el último momento. El pasado lunes todavía habló con el párroco gijonés y se mostró bien consciente de lo que le ocurría: "Javier, estoy igual, luego estoy peor". Vio que no mejoraba y eso significaba que iría a peor. Comenzaba a ver un deterioro en su salud que se empezaría a agravar la tarde de ese mismo día.

Por su parte, el deán de la Catedral de Oviedo, Benito Gallego, destaca también que tenía "una gran altura intelectual" y, además, "humanamente era un encanto tratar con él de tú a tú; he tenido esa oportunidad durante años, aquí en la catedral, donde era archivero cuando yo llegué, aunque después se marchó a Roma y le he visto menos".

"Le he tratado habitualmente y siempre me ha dejado esa impresión de ser un hombre que valía la pena, un hombre de fe, con sentido sobrenatural en su vida y en su modo de enfocar los problemas, y con una gran claridad; él tenía una preparación teológica e histórica muy grande, y yo solo puedo tener palabras de agradecimiento a Dios por haber podido tratarlo durante años", señala.

Gallego estuvo con Novalín el verano pasado y entonces le demostró que mantenía intacta su "gran generosidad y entusiasmo ante las cosas; todavía te hacía sentir simpatía por aquello que explicaba". En Roma le hablaba de la iglesia donde residía con mucho entusiasmo e ilusión hacia todas las cosas. "Tenía una personalidad muy atrayente".

Gallego, sin ser alumno suyo en el Seminario, si ha oído "a unos y otros que era un maestro, en el sentido propio de la palabra, que dejaba secuelas con su enseñanza, y discípulos".

El fallecido fue durante muchos años miembro de número permanente del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), y desde hace diecisiete, miembro emérito. El director de la institución, Ramón Rodríguez, lo describe como "un hombre de trato muy afable, con una capacidad de ironía notable, muy culto, un gran conocedor de la historia de la Iglesia, y un representante en Roma de la Iglesia española muy importante; en este sentido en el RIDEA era un miembro de suma relevancia".

Rodríguez subrayó que Novalín fue el autor de la gran biografía del inquisidor y arzobispo de Sevilla Fernando de Valdés, fundador de la Universidad de Oviedo. Es una biografía que elaboró en los años sesenta del siglo pasado pero que todavía sigue siendo la gran obra sobre el fundador de la Universidad de Oviedo. De ahí que se reeditara en 2008 con motivo del cuarto centenario de la Universidad.

El historiador y sacerdote Javier Fernández Conde fue uno de sus alumnos en el Seminario, y lo considera "un profesor ejemplar, sobre todo porque era muy abierto y tenía una metodología especial; recuerdo que no estudiábamos nada y sabíamos un montón de historia; a mí me animó mucho a ser historiador, una parte importante de mi vocación de historiador se la debo a él".

Era, asimismo, "un intelectual, con un juicio exquisito sobre los problemas, pero sobre todo era un hombre de Iglesia", señala. "Recuerdo que los jóvenes le considerábamos un poco conservador y discutíamos con él, pero era muy agradable discutir con él sobre ese tipo de cosas".

Esta condición de enamorado de la Iglesia hacía que conociese muy bien a la gente de la institución (obispos y cardenales), algo a lo que ayudaba el hecho de que tenía "una memoria prodigiosa" para todos los detalles. No en vano, vivió los papados de Juan XXIII, Juan Pablo II, y Benedicto XVI, aunque el de Francisco un poco menos porque ya estaba jubilado y en Oviedo.

Fernández Conde también incidió en que fue una autoridad "de categoría mundial" sobre el siglo XVI y la Inquisición, y que ayudó a formarse a muchos historiadores. Finalmente, lo recuerda como un hombre "muy riguroso y muy amigo de sus amigos".

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