Síguenos en redes sociales:

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan Ortiz, anteayer, viernes, en “Villa Magdalena” (Oviedo). | LUISMA MURIAS

Ante el Día Mundial del Riñón

“Llegué al trasplante muerto de miedo, pero a los seis días ya estaba en mi casa”

Juan Ortiz, exgerente del Sespa, relata su experiencia con la diabetes y la insuficiencia renal: “La pandemia ha demostrado que el nuevo HUCA fue una apuesta de futuro muy sólida”

Juan Ortiz Fuente (Oviedo, 1953) es uno de los grandes protagonistas de la sanidad asturiana de los últimos 35 años. Especialista en ginecología, dirigió el Hospital Valle del Nalón (Riaño, Langreo) y fue gerente del Servicio de Salud del Principado (Sespa) en dos etapas: una corta, a mediados de los años 90, y otra, de 1999 a 2003, en la que le pilló el traspaso de las competencias sanitarias al Principado. Después fue subgerente del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), responsabilidad desde la que participó en la planificación del actual recinto sanitario ovetense de La Cadellada. Por el medio, varias veces retornó a las tareas clínicas. Una diabetes severa le llevó a un trasplante de riñón el verano pasado. Ahora, desde su experiencia como enfermo, ha podido contemplar y analizar los frutos de su trabajo como responsable de los servicios sanitarios de la región. El doctor Ortiz subraya que este próximo jueves, día 11, se celebra el Día Mundial del Riñón.

 –Mi diabetes es una herencia que me dejó mi padre. No se expresó hasta hace 17 años, cuando tenía 50. Y los síntomas empezaron a ser claros en 2010. Empecé a encontrarme muy cansado, me hice unos análisis y el médico me informó de que tenía una insuficiencia renal terminal, consecuencia de la diabetes.

 Juan Ortiz remarca la expresión “terminal”, y el impacto que produce escuchar esa palabra pronunciada por un médico situado al otro lado de la mesa del despacho.

–La diabetes estaba tratándola con pastillas y con unas dosis de insulina. Efectivamente, no hacía los controles que tenía que hacer, porque no sentía absolutamente nada. La diabetes es una enfermedad silenciosa, yo no estaba gordo. Claro, si te encuentras bien, vas tirando. Yo hacía vida normal. Es verdad que fumaba: mal hecho. Pero, a fin de cuentas, la diabetes es una enfermedad vascular, y me alteró las arterias. Las grandes, produciéndome hipertensión y problemas de corazón; y las pequeñas, produciéndome el fallo de los riñones, que es lo que me ha llevado a mi situación actual.

 El punto de inflexión tuvo lugar hace once años.

–Ya digo que en 2010 empecé a sentir mucho cansancio. Llegaba a casa y tenía que tumbarme un rato. Empezó a tratarme el servicio de Nefrología del HUCA. Mi médico era el doctor Emilio Sánchez, que ahora es jefe de servicio en el Hospital de Cabueñes, de Gijón. Me transmitió optimismo, confianza y mucha seguridad en el camino duro que significa la enfermedad renal crónica avanzada (ERCA). Asumí una dieta muy estricta. Siempre digo que si pones la dieta de la ERCA en una prisión, saltaría un motín al instante. Es muy dura: muy pocas proteínas. Como decía un compañero de enfermedad, fideos, pechuga de pollo y manzana. Y todos los días lo mismo. Eso condiciona mucho la vida: a ti y a tu familia. Vivo con mi esposa, que ha tenido el detalle de solidarizarse conmigo. Bueno, a veces también me lo echa en cara... (risas).

 La condición de paciente acercó al doctor Ortiz a Alcer, asociación de trasplantados de riñón que funciona en toda España y que en Asturias cuenta con una delegación muy activa.

–Cuando te dicen que tienes que hacer dieta, nadie te explica cómo tienes que hacerla. Aquí echo en falta el apoyo adecuado. Es una tarea que debería hacerse desde la enfermería, pero que se deriva a las asociaciones de enfermos. Necesitaba ese tipo de apoyo, me hice socio de Alcer y me comprometí a colaborar con ellos. Me ha enriquecido muchísimo. Es estar en la calle con los enfermos, con otra perspectiva, como un paciente más. La gente de Alcer es admirable. El presidente, Rogelio García, es casi insustituible. He sido muy feliz yendo a dar cursos a colegios e institutos sobre la donación. Es un trabajo muy importante que ahora, con la pandemia, se ha venido abajo, pero lo recuperaremos en cuanto podamos.

Juan Ortiz.

 Promover la donación es un desafío de permanente actualidad. Hay muchos menos riñones disponibles que personas necesitadas de ellos. La principal fuente de órganos hasta hace pocos años eran los accidentes de tráfico, pero han disminuido mucho y hay que buscar otras fuentes.

–Afortunadamente, la Organización Nacional de Trasplantes, y también la coordinación autonómica, han abierto otros frentes para captar órganos. Y cuentan con el apoyo de los servicios de nefrología, que hacen un trabajo de seguimiento fabuloso. La escuela de nefrología de Asturias siempre ha sido muy pionera. Ya conocí su buen trabajo hace muchos años, cuando estaba de gerente en el Hospital Valle del Nalón. Se empezaba a hablar de la diálisis peritoneal. Los doctores Manuel Alonso y Aurora Díaz Fonseca me convencieron. Cerré un espacio de neonatología para ampliar hemodiálisis, y me costó un disgusto tremendo con el doctor José Luis Sánchez Badía.

 La mención al doctor Badía sirve a Juan Ortiz para abrir un paréntesis sobre las relaciones humanas, siempre llenas de luces y sombras, y particularmente complejas cuando se desarrollan funciones de dirección y gestión.

–Yo he sido como el Guadiana, desde el punto de vista profesional. Empecé como médico, estuve en distintos niveles de la profesión sanitaria, retorné dos o tres veces a mi profesión de ginecólogo... De esas etapas de gestión siempre sales con alguna herida. Pues en uno de mis regresos a la medicina, estando en una consulta que había en un bajo comercial de Ventanielles, aparecieron a saludarme el doctor Badía y el doctor Ángel Lausín, jefe de Hematología, que seguramente eran los jefes de servicio del Hospital Valle del Nalón con los que tenía más distancia ideológica. Pero eran una personas serias y comprometidas. Vinieron a darme un abrazo, y eso para mí tiene más valor incluso que un reconocimiento de mis propios partidarios.

 La insuficiencia renal también condujo al Dr. Ortiz a otro territorio muy creativo: los programas de pacientes activos. Le ofrecieron directamente ser monitor, pero quiso empezar haciendo el curso. Y se metió en el grupo de mayores de la Universidad de Oviedo.

–La experiencia ha sido muy positiva. La metodología que emplean y los contenidos que trasladan son de una tremenda utilidad para los enfermos crónicos. Hay grupos de pacientes por patologías. Aquí se ha optado por mezclar a unos y a otros, por no hacer esas distinciones: pacientes crónicos y punto. Esto enriquece mucho, porque participas de los problemas de los que tienen ELA o un trastorno mental o lo que sea. Descubres un mundo nuevo. Yo ahora me sorprendo en los supermercados mirando las etiquetas para saber lo que como. Eso no lo hacía nunca. Luego las técnicas de relajación, compartir inquietudes, ponerte metas y evaluar con los demás si las has cumplido o no... Está demostrado que las personas que están en programas de este tipo tienen menos complicaciones y van mejor de salud. Hay que extenderlos, y se está haciendo un gran trabajo.

 Y llegó el trasplante. Una aventura siempre incierta, pero más inquietante aún en plena pandemia de coronavirus.

–Me llamaron cuando estaba tocando la guitarra en el hórreo, en el pueblo, en San Justo de las Dorigas (Salas). Era 28 de agosto, San Agustín, viernes, fiesta del pueblo. Mi mujer entró en casa a no sé qué y vio que mi teléfono estaba encendido: “Oye, Juan, tienes aquí una llamada de un número muy largo”. Y yo le digo: “El HUCA”. Llamé inmediatamente, y me dijeron: “Tuviste suerte, porque estábamos a punto de llamar a otro”. Inmediatamente vine para Oviedo, diez de la noche, me hicieron la PCR. Y a las seis de la mañana la médico me dice que me quedo en el hospital y que me trasplantan esa misma mañana. Un miedo total. Nunca me había operado de nada serio. Me trasplantó Miguel Hevia, a quien tengo un respeto profesional tremendo. Pensé que San Agustín me había echado una mano.

 Era sábado, día tranquilo en el hospital.

–Ya digo que al quirófano llegué con miedo. Luego, una vez allí, en lo que llamo la puerta de toriles, llega el cirujano, te saluda y te dice que tranquilo. Y llega el anestesista y empieza a hablar contigo. Y los ves muy serenos y tranquilos. El anestesista me dijo: “Piensa en algo alegre”. Y en ese momento me dormí con una tranquilidad tremenda.

 A lo largo de 2020 se realizaron en Asturias 82 trasplantes de riñón, 19 de hígado y 12 de corazón. En 2019, el Principado había marcado un récord en trasplante renal, con 84, una cifra que casi fue posible mantener el año pasado pese a los rigores de la pandemia de covid.

–El despertar fue muy dulce. Sin ningún dolor. Estuve en reanimación. La enfermería, excelente. Es que tenemos unos profesionales muy buenos. Los anestesistas son muy buenos manejando los venenos y controlando parámetros. No tuve ningún tipo de complicación. En el HUCA_estuve atendido maravillosamente bien. A los seis días estaba en casa. Esa misma tarde ya salí a pasear por alrededor de casa.

 El trasplante de riñón ha dado paso a una nueva etapa mucho más llevadera.

–Mi calidad de vida ha mejorado muchísimo. Camino una media de siete u ocho kilómetros diarios. La dieta ahora es mucho más asumible. Sigo con un régimen muy bajo en sal, proteínas no muchas, las que tienen las legumbres, las lentejas, los garbanzos, las fabas... lógicamente quitándole la parte dura del compango. Bueno, hago alguna excepción (risas). Mi familia está más contenta, mi mujer también come mejor... En el HUCA me ­llevan las nefrólogas María Gago, María Luisa Suárez y Natalia Ridao.

 Suele suceder que un episodio vital del impacto de un trasplante modula la perspectiva de la vida. Juan Ortiz no es una excepción.

–Todo esto me ha cambiado la vida desde el punto de vista personal. Yo doy gracias a Dios claramente, y no tengo ningún empacho en decirlo, porque he tenido mucha suerte en la vida en muchas cosas: en mi profesión, en mi familia, en mis amigos, que siempre están muy pendientes, en todo lo que he podido aprender... Tengo que dar gracias por eso. Y a la persona que dio sus órganos, porque no solamente dio mi riñón, sino otro riñón más, el corazón y los pulmones. Y gracias sobre todo a la familia, que en ese momento tuvo que decir que sí. Porque a lo mejor el o la donante habían dicho que querían donar, pero igual no, y tuvo que ser la familia la que tomó la decisión.

 Pero el Juan Ortiz paciente no deja de convivir con el Juan Ortiz médico y gestor de servicios sanitarios. Lo sucedido durante la pandemia constituye un goloso objeto de análisis.

–Las cosas funcionaron muy bien durante la primera ola. La segunda fue muy dura. Hubo un día de noviembre que pensé que el sistema sanitario quebraba. Hablo del mes de octubre, cuando se disparó la curva y fallaron algunas zonas de diagnóstico de PCR. Al final, resistió, y eso me demostró que el HUCA fue una apuesta de futuro muy sólida. Ha habido un cambio generacional muy grande. Oí decir a gestores sanitarios que el HUCA era un hospital malo, y me enfadaba mucho. Porque yo no puedo decir que un hijo mío es malo. Puedo decir que tiene margen de mejora, pero no que es malo. Me dolía mucho. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que, por primera vez, los profesionales del HUCA tienen orgullo de pertenencia al hospital, y eso es buenísimo. En esto, la pandemia ha ayudado muchísimo, ha consolidado equipos._Por ejemplo, fue espectacular el trabajo que se hizo para instalar la UCI del gimnasio de Rehabilitación:_ingenieros, mecánicos, empresas privadas, el servicio de anestesia, los neumólogos, la gente de la UCI, Lola Escudero metiendo fuego al asunto... Lo viví de cerca por razones de amistad por personas.

 En estos años, el exgerente del Sespa ha tenido la oportunidad de beneficiarse de avances que él mismo contribuyó a poner en marcha.

–Creo que, con el HUCA, hemos hecho un hospital de un nivel muy alto, y eso se nota en todo, desde la organización de las consultas. Recuerdo que la persona que impulsó el sistema de pase-espere fue María Teresa Iglesias, en Avilés, a la que tengo mucho aprecio, y que tuvo que pelear conmigo muchísimo para instalarlo. Cuando tienes responsabilidades te haces un poco fuña, pero ella no paró, y de Avilés pasó al HUCA. Ves que eso funciona, que los quirófanos son una maravilla, que el laboratorio con robots que montó Francisco Álvarez funciona perfectamente, que el programa informático Millennium va muy bien aunque a los profesionales más mayores les costó adaptarse... Ahí ayudaron mucho los más jóvenes, que lo cogieron con más facilidad.

 El balance global es muy positivo.

–Cuando, como paciente, ves que todo eso funciona y que hay orden, te enorgulleces de haber trabajado en impulsarlo. Aunque ya esté jubilado, todo lo que veo lo analizo en términos de procesos asistenciales, lo evalúo todo permanentemente. Y reconozco que el equipo directivo del HUCA está haciendo un esfuerzo brutal durante este periodo de pandemia. Es que al gerente, Luis Hevia, lo incorporé yo a tareas directivas una tarde de agosto en la calle General Elorza de Oviedo. Soy muy poco diplomático para esas cosas. Igual que a Tácito Suárez, que se lo propuse cuando estaba en una camilla para operarse. Pero después ves que es gente que ha trabajado muy bien. Mi mayor orgullo como gestor es haber tenido la enorme suerte, o la clarividencia, de rodearme de gente mejor que yo.

Esta es una noticia premium. Si eres suscriptor pincha aquí.

Si quieres continuar leyendo hazte suscriptor desde aquí y descubre nuestras tarifas.