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José Concha, autor de la escultura "El sidrero" de Cangas de Onís, que se ha hecho viral: “La pirula del escanciador tendrá el tamaño que diga el Alcalde”

El autor de la talla más compartida del verano, un personaje que cree que “la vida es fácil”, obedecerá a las autoridades porque “soy muy disciplinado”

José Concha. | Fernando Rodríguez

José Concha es el autor deEl Sidrero”, una talla de madera policromada que representa a un escanciador desnudo que colocó en un ajardinamiento de carretera a la altura de La Venta (Cangas de Onís). En frente están su sidrería, “El Tonel” –que fundó hace 26 años–, y una nave de taller delante de la que hay más figuras de escanciadores, de menor tamaño pero estilo similar. Su “Sidrero” provocó las protestas de un concejal y atrae las cámaras y teléfonos de cientos de turistas. Cuando se centró la queja en el tamaño del miembro, Concha lo redujo, pero días más tarde lo cambió por una talla mediana.

–¿Qué tamaño va a tener la pirula del escanciador desnudo?

–Va a depender del jefe del pueblo, que es el alcalde y si me dice “pónsela pequeña”, la pongo pequeña.

–¿Y si le dice que lo quite todo?

–Lo quito todo. Siempre fui muy disciplinado con las autoridades. Y si me dice que ponga dos o tres esculturas más, se las pongo.

El autor de esta talla que se ha hecho viral, que figura como monumento visitable en Internet y que para algunos es “el Ecce Homo de la escultura”, nació en Llenín el 6 de octubre de 1953 y emigró a Suiza a los 17 años con un pasaporte en el que su profesión era labrador y una maleta que conserva en el almacén.

–Quería aprender. De niño imaginaba cosas que se podían hacer con teléfonos y telecomunicaciones y me decían que estaba loco. Las centrales atómicas y las telecomunicaciones son el mayor error del planeta pero ahí están.

Tiene ojo pillo, barba caprina y lengua incansable que mezcla el español con el asturiano de su zona y algunas palabras francesas.

–He trabajado 24 sur 24 con un espector a la derecha y otro a la izquierda.

A veces habla de sí en tercera persona, pero sin tono napoleónico.

Estuvo en Suiza desde 1970 hasta 2016. Narra largas historias de trabajos de supervisión con nombres y lugares, ingenieros y diplomáticos, y cuenta anécdotas de viajes a México con guardaespaldas, pero no es fácil conseguirle algunas respuestas.

José Concha echa un culín con su escanciadora femenina. | F. Rodríguez

–¿De qué trabajaba?

–Ni se sabe.

–¿Qué hacía?

–De todo. Soy analfabeto. Mi padre y otros vecinos contrataron a un maestro vasco que nos enseñó el padre nuestro. Figuré como ingeniero técnico, sin serlo, para supervisar. La vida es tan fácil, tan simple.

–¿Cuál fue su primer trabajo?

–Con un decorador, Marletta, que hacía escaleras de piedra y madera. A los 21 años ya era su mano derecha. Trabajé en la casa de Charles Chaplin, que era muy correcto, duro y no le gustaba estrechar la mano. También trabajamos en una casa de Carolina de Mónaco. Marletta era muy militar y formal… aprendí mucho con él. Era millonario pero iba a trabajar con nosotros. Yo no critico a los millonarios y me dicen que soy facista. Yo no critico nada. En 1976 ganaba a 10 francos suizos la hora pero lo dejé porque quería aprender más y me dijo que si ese era el motivo volviera cuando quisiera.

–¿Dónde se fue?

–Con un soldador que se fue a trabajar a una compañía de Zurich que hacía centrales hidráulicas. A los tres meses sabía soldar.

En un taller que levantó con sus propias manos a los 26 años conserva de todo: la cuna en la que lo añaron y una decena de pasaportes con visados para China, Afganistán, México, Angola, Nigeria, Australia, Kazajastán, Perú, Estados Unidos.

–¿Cuántos idiomas habla?

–Ninguno.

–¿Y con cuántos entiende?

–Ninguno. Me hago entender en francés, inglés, alemán, sabía decir cosas en árabe. El mundo es muy pequeño y la vida muy fácil. Cuando el SIDA trabajaba en Ciba-Geigy [farmacéutica que hoy ha derivado en Novartis] y como conocía muchos amigos me llevaban para poner en los bares cajas de condones, muchísimas. Yo iba por la comedia, comer y beber, pero me pagaban. Hice mucho dinero.

–¿Cómo entró en Ciba?

–Un director se casó con una novia mía, una moza alta. Me dijo: “La plaza que quieras la tienes, aunque hay 3.000 demandas para entrar 3”. Cuando llegaban los fines de semana de invierno subía niños y niñas en los autocares a las pistas de esquí –como aquí a Los Lagos– comía, bebía y me pagaban. Llevo 48 años pagando sin ponerme enfermo y estoy orgulloso de eso.

El taller de Concha guarda una mesa y una silla, piezas de madera vaciadas y decoradas por él que son cajas fuertes camufladas.

–Para meter dinero y Rolex.

Nunca dejó de venir a Asturias. Compró la finca donde está su sidrería, que la levantó en una estancia de siete meses, conseguida con vacaciones acumuladas.

–El edificio se lo dibujé yo al arquitecto. No le puse más cosas que se me ocurrieron porque cada idea que tienes cuesta dinero.

El sidrero. | Fernando Rodríguez

El sidrero. | Fernando Rodríguez

–¿Hizo mucho dinero?

–Gasté mucho dinero porque me gustaban mucho la noche y la vida artística. Tenía muchos amigos y me llevaban a conciertos, tablaos. Viví la vida así.

“¡Pepeeeeeeee!”, le gritan desde un coche que entra en la rotonda.

Le retiraron hace 5 años de Alstom, una eléctrica francesa, por la edad y al asentarse con tiempo puso orden en sus tierras.

–Comencé haciendo postes de castaño para cerrar la finca donde está la casa de mi abuelo y varios edificios de ganado. Allí me parió mi madre, que tenía 16 años pa 17. Mi padre se casó antes de ir a la mili a Melilla porque tenía miedo que la comieran, me contaba mi madre. Mi padre hablaba muy bien. Era analfabeto pero tenía una filosofía de hablar muy honesta. En esa casa crecí, haciendo queso con el abuelo. En el cierre de la finca trabajé más que todo el pueblo en toda la vida. Y empecé a fijarme en las piezas de madera, a verles la forma y luego sacarla de ahí. No la puedes buscar: la tienes que encontrar. Si la buscas no la encuentras.

–¿Por qué hace solo escanciadores?

–Hago también escanciadoras. Con 10 años iba con mi padre a mayar y reparábamos el lagar. Y desayunaba una botella todos los días porque era muy buena. Ahora, a esta edad, me cansó el brazo e inventé los escanciadores. Lo mecánico es más estúpido, pero no me canso.

Va hacia la última escanciadora, aprovechada de un maniquí de tienda, vestida con minifalda, blusa y –destapa– un sostén al que le baja la copa. Le ha intervenido artísticamente el busto haciéndole un pezón. Mete la mano bajo la falda y del pezón sale sidra.

Pide permiso a Mary, su mujer, para fotografiarse con la escanciadora.

–No quiero que pase nada.

Tiene dos hijos. El mayor aprende piano en Covadonga.

–Tienen 16 años. Quiero que sea artista.

La pequeña entra en la adolescencia.

–Me casé muy tarde y porque las secretarias de la compañía, que me querían mucho, me obligaron. Me dijeron: “Un chico como tú, con ese puesto”. Me casé hace 7 u 8 años. Con mi mujer tuve los hijos antes casi porque me decían: “¿Qué hace sin hijos?”

Un grupo de cuatro turistas se pone a los pies del escanciador desnudo. El más alto mira hacia arriba y abre la boca. En un rato estará en Facebook o en Instagram.

–¿Por qué puso “El Escanciador”?

–Porque Asturias es la tierra de la sidra y no hay un maldito escanciador. Me salió porque encontré la planta, la vi y me salió. Lo hice en un par de días.

–¿Le gusta esto que hace?

–Me gusta lo científico pero no pude entrar en la NASA, y me dediqué a hacer estas cositas. Cuando tenía 8 años mi padre hizo en La Estrada el primer carro de ruedas de goma de la zona, 15.000 pesetas, y mi rompedero de cabeza fue que nunca le pude convencer para desmontar la rueda y ver cómo era el rodamiento.

–Dice que le gusta la comedia ¿Qué es la comedia para usted?

–Hacer cosas que no hagan daño a nadie y sean simpáticas. Hacer un motor de coche es una cosa seria, no cabe la comedia. Cuento muchos chistes y me río recordándome a mí llevando y produciendo chascos. La vida es fácil. ¿tú qué crees?

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