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Sergio González Begega Profesor de Sociología en la Universidad de Oviedo

“Urge explicar que necesitamos contener el gasto en pensiones de jubilación”

“Asturias tiene un comportamiento excelente en los indicadores de la protección social tradicional, pero ha descuidado las políticas de familia”

Sergio González Begega, ante el edificio de la Universidad Laboral de Gijón. | Ángel González

En el capítulo de las verdades incómodas, Sergio González Begega viene a hablar de la necesidad de replantear el gasto público en pensiones de jubilación, y a invitar a pensar en retrasar la edad del retiro. O en los trenes financieros que Asturias perdió en los noventa, o en que el Principado puntúa muy bien en los mecanismos de protección del bienestar, pero tal vez haya perdido de vista que sin una generación suficiente de riqueza ningún dique de contención social resiste a la larga sin ser desbordado... González Begega (Gijón, 1977), profesor del departamento de Sociología de la Universidad de Oviedo, pide pedagogía al enfocar la crisis demográfica asturiana por la zona sin confort de la necesidad de reorientar decididamente hacia aquí una porción apreciable de las decisiones de gasto público.

–La cornada tiene al menos cuatro trayectorias: la natalidad en crisis, la incapacidad del intercambio migratorio para taponar la hemorragia, el envejecimiento y el desequilibrio territorial. ¿Por dónde empezamos?

–Es difícil establecer prioridades ante un problema tan complejo y con tantas variables interconectadas. Pero si tuviera que señalar un lugar para empezar, diría que las cuatro trayectorias tienen un punto en común: se relacionan con el declive de la actividad económica. Sin dinamismo, no hay oportunidades para asentar población, quienes se quedan en Asturias tienen más difícil hacer efectivo un proyecto de vida, se reduce la capacidad para atraer inmigrantes, la pirámide demográfica se ensancha por arriba y hay más posibilidades de que la distribución de la población se desequilibre…

–¿Qué ha fallado?

–Asturias ha estado concentrada en diseñar un modelo de protección social pasiva frente a los riesgos de la posindustrialización, entre los cuales se encuentra el envejecimiento. Se ha tratado de proteger a esta población y el resultado es francamente positivo, porque la región ofrece un comportamiento comparado excelente en los indicadores del bienestar tradicional: pensiones, salud, pobreza e inclusión social. Pero ha descuidado otros ámbitos, o no los ha desarrollado tanto como lo ha terminado necesitando: en particular, las políticas de familia. También parece haber olvidado que sin creación de riqueza incluso el más fuerte de los modelos de protección social pasiva termina siendo desbordado.

–¿Por qué descarga sobre Asturias esta “tormenta perfecta” con los peores datos en casi todos los indicadores demográficos?

–Asturias es un ejemplo de región perdedora del proceso de post-industrialización. Le fue muy bien durante la era industrial, pero a partir de los 80 la situación se empezó a torcer: en lo económico, en el empleo, en lo demográfico… Las razones son muchas, sobre todo de acumulación de muchos retos al mismo tiempo, pero también de no aprovechamiento de oportunidades en momentos clave.

–¿Como cuándo?

–Como en los noventa, cuando hubo mucha disponibilidad de financiación para definir la transición hacia el nuevo modelo posindustrial, de servicios y basado en la gestión de conocimiento.

–Las encuestas de fecundidad dicen que la población tiene menos hijos de los que querría por la escasez de las compensaciones, no sólo de las económicas, y por las deficientes políticas de conciliación. ¿Qué queda por hacer?

–La respuesta está en las políticas de familia, en las migratorias y, aunque pueda parecer paradójico, en contener el gasto en pensiones de jubilación. Hasta el momento, las únicas iniciativas concretas como incentivo de la natalidad son los cheques-bebé, y tienen efectos limitados. Los demógrafos dicen que solo provocan cambios de calendario: ajustan la decisión de tener hijos a la vigencia del cheque. Pero las políticas de familia van mucho más allá. Deben ser transversales y conectar distintos ámbitos de decisión pública, como facilitar el acceso a la vivienda, ofrecer guarderías gratuitas, incentivar fiscalmente a las empresas para que ofrezcan posibilidades de conciliación, mejorar el trabajo y reducir la precariedad… El mecanismo de los incentivos fiscales me parece más adecuado que el de las ayudas directas.

–¿Hay también un componente cultural? Jaime Izquierdo decía hace poco que hay más perros que niños, que algo falla cuando se oye “soy papá de dos perros…”

–Es evidente que las transformaciones en los estilos de vida influyen en la normalización de comportamientos sociales que hace poco resultaban estrafalarios. La humanización de los animales es una ortopedia que busca paliar la sensación de soledad, el déficit de compañía, la desconexión creciente de las relaciones interpersonales en los espacios urbanos. Los animales de compañía sustituyen a los niños porque lo que sí seguimos teniendo son las mismas necesidades de facilitar cuidado, de recibir y dar cariño…

–A lo mejor el gran problema es que todo esto cuesta dinero, y que necesita una voluntad decidida de las autoridades de gastárselo en asuntos sin rentabilidad política inmediata.

–Eso es evidente. Quizá se necesiten diez o veinte años de iniciativas públicas y privadas. Por eso es imprescindible que los actores de la sociedad civil, y no solo los gestores públicos, reconozcan lo decisivo de esta cuestión. Eso puede implicar no tomar decisiones de gasto público que son más rentables a corto plazo, porque cubren necesidades más inmediatas, o porque responden a los intereses de colectivos con mayor visibilidad o más peso demográfico que los jóvenes o las familias con niños. Me refiero, evidentemente, a la población de mayor edad. Es necesario explicar que es imprescindible trasvasar parte de los actuales esfuerzos de protección social hacia las políticas de cambio demográfico. Y saber que un plan de transformación demográfica necesita una memoria económica clara y ambiciosa.

–¿De qué parte del presupuesto lo quitamos?, preguntarán los gobiernos.

–Esa es una cuestión espinosa. De acuerdo con el paradigma de inversión social, que fundamenta las políticas de bienestar que propone la UE, el gasto debe reorientarse hacia la cobertura de los nuevos riesgos sociales de la post-industrialización, entre ellos la dificultad para conciliar. Eso genera nuevas necesidades de gasto, y como un incremento indiscriminado de la presión fiscal no parece una solución apropiada para afrontarlas, hay que tomar decisiones de reasignación presupuestaria, pero esto es complicado. Un rasgo central de la evolución de estas partidas sociales es el incremento del gasto en pensiones, y eso es normal, dada la estructura demográfica de la población, pero limita las posibilidades de poner en marcha políticas de protección para otros colectivos con necesidades distintas.

–¿Contener ahí para centrarse dónde?

–No todas las políticas de familia pasan por fortalecer los servicios públicos. Algunas tienen que ver con el dinero que las familias tienen en el bolsillo. Se pueden revisar al alza los descuentos fiscales por hijo, o incluso compensar la merma de ingresos que supondría con un alza para familias sin hijos. Puede haber otras, más imaginativas. Si como sociedad reconocemos derechos a los animales, puede explorarse la imposición de tasas específicas para estos nuevos “ciudadanos”.

–A corto plazo, parece claro que el único paliativo es la llegada de emigrantes, pero no vendrán sin un tejido productivo bien dotado. ¿Cómo se hace un territorio atractivo para la población exterior?

–La apuesta es jugar en el escenario de la economía posindustrial con sus propias reglas. Aprovechar el mucho talento que genera el tejido educativo asturiano, o fortalecer la capacidad exportadora del tejido empresarial siguiendo los ejemplos de varias empresas que lo están haciendo muy bien en el naval, los bienes de equipo, el sector agroalimentario o el científico-tecnológico. Este es esencial. En ciencia y tecnología, Asturias tiene una ventaja competitiva sobre otras regiones más grandes y dinámicas que no tienen un tejido científico y tecnológico tan denso.

–Lo peor del envejecimiento aún está por llegar: pronto se empezarán a jubilar los nacidos en el “baby boom” de los sesenta. ¿Qué oportunidades plantea la atención a esa población?

–Se habla mucho de envejecimiento, pero no de que la vejez de las sociedades posindustriales tiene bastante poco que ver con la de las industriales. El envejecimiento no tiene por qué asociarse al declive económico, y aquí hay un mensaje optimista. La vejez ha cambiado. ¿Por qué se tiene que empezar con la jubilación a los 65? La edad se estableció en la Alemania de Bismarck, hace más de 150 años, para los obreros industriales. Pero la vida laboral siglo y medio después es muy distinta. En muchos trabajos es un error prescindir de personas con experiencia, valía y ánimo de trabajar. No es razonable prejubilar para abaratar costes. Ese fue uno de los principales errores de la reconversión industrial de Asturias.

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