Sentarse, como el hombre del sombrero, de espaldas al lugar donde se toman decisiones equivale a percibir las cosas de otra manera si se trata del Ayuntamiento de Avilés, cuya Corporación se ha tomado un mandato sabático a la espera de acontecimientos. Me cuentan mientras bebo un Campari soda en la plaza de España que las gallinas odian a los pájaros básicamente porque ellas, entumecidas por la comodidad y la rutina, no pueden volar. La gallina, recuerdo las palabras de José Jiménez Lozano, no son muy listas pero tienen un gran sentido de la propaganda. Sólo hay que observar cómo cacarean cuando ponen un huevo. No hay señal más ruidosa de elogio de un producto. Esta Corporación se ha puesto a cacarear la fábula del Niemeyer y la única acción que lo acompaña es el bache que denuncia ASIA o las viviendas de protección oficial que reclama el Partido Popular, como si le hubiesen dado cuerda. Apenas merece la pena detenerse en este Ayuntamiento ocioso y liberado, por los sueldos y la falta de responsabilidad ejecutiva del gobierno y de la oposición. Dos ejemplos, son veinte años de historia de una perrera municipal que no se ha hecho todavía y las bicicletas aún se desconoce si serán para el verano. La llamada Ronda Norte, envuelta en una cruda polémica, va para tres años por ineficacia administrativa y la farfolla política.

Se ha suscitado la unanimidad cívica en el homenaje póstumo a Tomás Medina, un empresario querido por todos que falleció de forma repentina dejando huérfana a la generosidad y a la bondad, según coinciden en destacar quienes lo conocían o lo tuvieron como amigo.

Lo mismo que un concejal depende de la estadística -muchas veces del abuso de la estadística-, un ministro lo es en función de otras razones. El gran Julio Camba escribió hace ya tiempo que por un ministro nuevo no se entiende un ministro joven, sino alguien que es ministro por primera vez después de haber sido, por ejemplo, secretario de Estado. Ahora las cosas son distintas y existe ese otro perfil ministerial de currículo breve y autonómico. Leo en «El País» el calificativo de chicas de pasarela a las ministras que Berlusconi ha elegido, ya que, según el diario progre, son más famosas por su belleza que por su historial. «El País» no publicó, sin embargo, en su día que las ministras de Zapatero resultan más famosas por su historial que por su belleza, posiblemente al no haber grandes diferencias entre los currículos de Bibiana Aído o Beatriz Corredor y los de Giorgia Meloni y Mariastella Gelmini, por poner dos ejemplos. La mención a la belleza no resulta, por tanto, significativa, si lo que se quiere destacar es el bajo perfil de las ministras. A no ser que todavía convenga enredar asociando la belleza a la derecha frívola y a la izquierda con el desinterés estético o la fealdad. Como simplificaba Mateu Canoves, presidente del Tribunal de Orden Público durante el franquismo, que en una sentencia se refirió a la activista política que juzgaba precisando que por ser físicamente desafortunada había caído fácilmente en las redes del comunismo internacional, materialista y ateo.

Julio Camba obtuvo en 1951 el «Mariano de Cavia» de periodismo que estos días ha recibido uno de los cofrades más distinguidos de la santa columna, Raúl del Pozo, por su artículo «España, el paraíso», en «El Mundo», sobre el juicio del 11-M. «Dice un poeta norteamericano que el pasado es un cubo lleno de cenizas y el mundo, sólo un océano de mañanas. Viendo sentados delante de los jueces a esos entalegados, de las cenizas renacen las ascuas; me recuerdan a almohades, almorávides o benimerines sin chilaba. Se ganan el pan matando infieles. Los libros sagrados son los vídeos de la yihad; las mezquitas, academias militares; los McDonald's, su estado mayor», empezaba Del Pozo.

Hay cosas que sin ser pretendidamente humorísticas, resultan descacharrantes. Lo bueno que tiene la lectura de un periódico es descubrir en un género o en otro el patinazo de un personaje, como el caso, este domingo pasado, del secretario del PSOE avilesino. Álvaro Álvarez decía en una entrevista que en la política las personas que resultan más conflictivas o vehementes son las que más problemas tienen para continuar. «Perduran los tibios. Quienes parecen conflictivos tienen menos posibilidades de seguir que aquellos que prefieren discreción, pasar desapercibidos, y que al final no se haga nada. Para hacer tortillas hay que romper huevos». Sin falta de recordar cuántas tortillas ha hecho en su dilatada vida política, Álvaro Álvarez, entre el Ayuntamiento, la secretaría del partido y la Junta General, lleva más de veinticinco años, es decir, casi media vida acumulando cargos. Si hay que fiarse de su teoría, estamos ante el rey de los tibios.

Y, hablando de huevos, vengan un par de ellos fritos esta noche, con unas lonchas de jamón, en homenaje a Santi Santamaría y su guerra contra los gelificantes y emulsionantes en la cocina. Sigue la comidilla.

Leí no hace mucho en un dominical lo que algunos grandes cocineros elegirían para comer el último día de sus vidas. Ninguno hablaba de aire de zanahorias, pechugas de pingüino sobre epidermis de lechuga o pene de ganso del Perigord con gel de alcachofas de Tudela. Ninguna guarrada. El imponente Mario Batali elegía ocho o diez platos de marisco y verduras, anchoas marinadas y bruschetta (montaditos de pan tostado); Willie Dufresne se inclinaba por unos huevos revueltos con pan de centeno; una hamburguesa con queso o un solomillo con salsa bearnesa; Lidia Bastianich, lonchas de jamón San Daniele con higos negros o linguini con salsa de almejas; Daniel Boulud, una terrina de foie-gras, una sopa, un plato de marisco con langosta o cigalas, pichón, faisán o perdiz, un costillar de cordero al horno y un plato de quesos; la armoniosa Suzanne Goin comería unas sencillas rodajas de tomate con albahaca, sal gorda y aceite de oliva; buen pan con mantequilla; jamón de bellota y cochinillo asado con la piel muy crujiente; Thomas Keller, medio kilo de caviar Beluga, atún toro, una quesadilla, pollo asado y queso Brie con trufas; Alain Ducasse, caponata (tomates, pimientos y calabacines preparados a la siciliana con miel y almendras) y codornices en salsa de vino; Gordon Ramsay, rosbif y pudin Yorkshire, e incluso Ferran Adrià se apuntaría a un surtido de mariscos al estilo japonés. Adrià pedía incluso la resurrección de Auguste Escoffier, padre del clasicismo.