Ignacio PULIDO

Al igual que islotes en medio del océano, los maltrechos muros del Villalegre de finales de la centuria decimonónica aguantan a duras penas inmersos entre la maleza y rodeados por las arquitecturas del desarrollismo. La que en su día fuera la mayor chimenea de la vieja Azucarera ha adquirido un carácter de obelisco conmemorativo. En lo más alto de su estructura, compuesta por miles de ladrillos macizos, permanece impasible una fecha cuanto menos ilustrativa: 1898, el año del Desastre. La pérdida de Cuba supuso un colapso de la moral española, que decía adiós a los restos de su otrora imperio, pero también coincidió en el tiempo con una de las épocas más prósperas de la comarca avilesina. Una etapa protagonizada por la iniciativa empresarial y la ostentosidad de indianos como los Maribona.

En torno a 1870 comenzó a retornar la primera promoción de inmigrantes que se habían ido en busca del sueño americano tres décadas antes. El puerto de Avilés había visto partir, a bordo de veleros, a muchos de ellos con apenas 12 o 13 años. «Muchos iban a Cuba, sobre todo coincidiendo con las grandes hambrunas, y fueron muy pocos los que hicieron fortuna», comenta el historiador avilesino Juan Carlos de la Madrid.

El Desastre del 98 no supuso una ruptura con la isla antillana. Multitud de indianos mantuvieron allí sus negocios y fundaron otros en sus pueblos o ciudades natales. En Villalegre se concentraron algunas de las familias más importantes y se convirtió en lo que bien podría llamarse la «Pequeña Habana». «Era una zona idílica y ventilada, en pleno campo, nada que ver con su estado actual tras el desarrollismo de los años sesenta y setenta», señala De la Madrid.

Entre los edificios del barrio destaca el chalé «El Puente», de José Rodríguez Maribona, de estilo pintoresquista. Hoy, tristemente, se encuentra completamente abandonado. También se invirtió capital en la industria, como la Azucarera, la harinera Ceres y la curtidora, todas propiedad de los Maribona. «Esta situación es producto de una época de esplendor propiciada por la llegada del ferrocarril y la construcción del puerto de San Juan de Nieva», explica Juan Carlos de la Madrid. «El caso de la familia Maribona es muy peculiar, ya que los indianos, por lo general, no participaban en negocios industriales», añade.

El infortunio acompañó la breve historia de las cinco azucareras asturianas, las de Villaviciosa, Veriña, Villalegre, Lieres y Pravia. La producción de azúcar de remolacha comenzó en 1893 y tuvo un gran impulso en 1899 tras la guerra de Cuba, aunque esta coyuntura fue muy efímera. Fueron varios los factores que convergieron en pos del fracaso. «El reducido mercado hacía que la competencia fuese despiadada, la remolacha sólo tenía un contenido sacárido del 8 por ciento. Además, muy poca gente se podía permitir el lujo de comprar azúcar refinada», comenta De la Madrid.

Esa bonanza se fue al traste. La apertura de El Musel, en 1907, desheredó a los puertos de Avilés y San Esteban del monopolio carbonero. Pero, a pesar de todo esto, en Villalegre existían unas economías muy saneadas. Gozaba de autonomía económica y en 1906 se abrió una gran construcción social: el Casino. El barrio llegó a tener tanta personalidad que en 1914 se separó del Círculo de Avilés y desde América se llegó a pedir que se constituyera como concejo independiente. Fue tal la influencia de sus habitantes que durante la instalación del tranvía, a principios de los años veinte, Villalegre fue incluido en la línea, siendo el trayecto que lo unía con Piedras Blancas el más largo de todos.

Los efectos del crack de la Bolsa de Wall Street en 1929 se hicieron notar en la primera mitad de los años treinta en España. La quiebra de la banca Maribona -sita en La Cámara- supuso un varapalo para muchos ahorradores de Avilés y aledaños. La Belle Époque de Villalegre se desvaneció y con la implantación de la siderurgia, dos décadas después, llegó el nacimiento de poblados como Llaranes y La Luz, que sitiaron por completo y acabaron engullendo a la «Pequeña Habana».

El caso de la Azucarera de Villalegre y del chalé «El Puente» es el contrapunto a la situación de La Curtidora, que ha sido restaurada en un vivero de empresa, y de «La Perla», antigua vivienda de Francisco Rodríguez Maribona. El paso de los años, unido a la mayor de las desidias, ha hecho que las dos primeras estén al borde de la ruina total. Por el contrario, el reciclaje de La Curtidora y «La Perla» han devuelto el esplendor a sendos edificios.

El conjunto de la Azucarera posee las características imprescindibles para ser conservado como ejemplo de patrimonio industrial, según los expertos. Al fondo se encuentran los bancales de Marapico, anteriores a la implantación de la Azucarera; en la calle José Maribona se conservan las viviendas de los obreros de la fábrica y a todo esto se suma la ruina industrial con sus dos imponentes chimeneas.

No obstante, su futuro no pinta muy halagüeño para este símbolo de la «Pequeña Habana». Los terrenos que ocupa fueron catalogados como suelo urbanizable en 2007. «Al menos se deberían respetar algunas estructuras. Las chimeneas, por ejemplo, deben conservarse para siempre. Es una herencia que debemos transmitir a otras generaciones», añade el historiador avilesino.

El chalé «El Puente» -genial creación del maestro de obras Arturo Fernández Cueto- exhala sus últimos suspiros y es posible que se encuentre en un caso similar al de la casa de don Fulgencio, junto a la Comisaría de la Policía, de la que apenas queda nada ya más que restos entre maleza.

Covadonga Álvarez Quintana, estudiosa de la arquitectura indiana, recoge en una de sus obras una cita que habla de Villalegre como el penúltimo paisaje. «Ojalá nunca sea así», concluye Juan Carlos de la Madrid.