Saúl FERNÁNDEZ

Raquel Rodríguez (Oviedo, 1980) habla con pasión de su trabajo como compositora. Y no es para menos: lleva en él desde los diez años. Este curso, además, es profesora de Armonía y Lenguaje Musical en el Conservatorio de Avilés. «A mediados de mes me estrenan "Nidos de fuego sobre el mar" en Madrid y estamos esperando fecha para otra pieza: "Wild Nature", para diez trombones, también en Madrid», anuncia con timidez y, al tiempo, con una satisfacción más que marcada.

El café se enfría en su mano porque Raquel Rodríguez habla y recuerda; recuerda y habla. Se formó en el Conservartorio de Oviedo: estudió Piano con Ana Novo y Violín, con Alfonso Ordieres y Gaiane Pogossova. «Hice composición en el Real Conservatorio de Madrid», anuncia, como si nada. Raquel Rodríguez siempre supo que lo suyo era la composición. Para llegar a ella superó la etapa de la improvisación. «Más que seguir la partitura, hacía mi propia versión. Era una niña de cinco años cuando me regalaron un teclado Yamaha y me dedicaba a reproducir todo aquello que escuchaba», se justifica.

La formación de la compositora es todavía más amplia: Licenciada en Historia y Ciencias de la Música por la Universidad Autónoma de Madrid y Máster de composición en Pittsburgh. «Ahora lo que estoy haciendo en Madrid es la tesina, el paso previo a la tesis doctoral», señala.

En la última Semana de la Música Religiosa estrenó «Oración», una pequeña pieza que dedicó al empresario Tomás Medina, que fue presidente de la orquesta «Julián Orbón» y uno de los promotores del encuentro musical que se celebra cada año en la iglesia avilesina de Santo Tomás de Cantorbery. La primera pieza que estrenó, sin embargo, fue en Chipiona (Cádiz): «Era una fantasía para violín y piano, no pude ir al estreno: tenía 16 años. Aquel programa era muy raro: Beethoven, Brahms y Raquel Rodríguez», se ríe.

Los estrenos de sus piezas siempre se dieron por carambolas y conocimientos de músicos que conocen más músicos. «El primero al que asistí fue en el Conservatorio de Oviedo. Se llamaba "R.I.P" y era un cuarteto para clarinete, violín, chelo y piano. Tenía 18 años», recuerda.

La composición siempre fue, para Rodríguez, «pura diversión, un juego». Y, entre partida y partida, la compositora cuenta ya con una carrera que empieza a ser envidiable. Su música se ha escuchado en la Fundación Jacinto Guerrero, en el auditorio 400 del Museo Reina Sofía, en el palacio de los Guzmanes (León), en la sala de cámara del Auditorio Nacional e, incluso, en Turín, en Italia. «Fue el último concierto de San Silvestre, el de 2009, y quien interpretó la pieza fue la Orquesta Filarmónica de Turín», señala. Su trabajo, asegura la compositora, «recorre todos los estilos posibles». Y, de hecho, ha escrito para cuartetos clásicos, coros infantiles y emplea con frecuencia en sus partituras electroacústica. En 2005, por ejemplo, estrenó «The Big Band», un trabajo que dedicó a «The Sir Alligator's Company»... Su ambición es probar todos los campos de la composición. Todo por seguir jugando, todo por amarrar en partituras los sonidos desperdigados por el mundo.