La exposición de Salvador Dalí (Figueras, 1904-1989) en el CMAE reúne la obra gráfica de uno de los pocos artistas que entendió el siglo precedente, «los problemas -en palabras de José Luis Brea- del pensamiento de su tiempo» y al que Juan Antonio Ramírez definió como «el artista más políticamente incorrecto (un verdadero impresentable) de todo el siglo XX».

Surrealista, exhibicionista, provocador e irreverente desde sus primeras obras y apariciones públicas, defensor del franquismo, bufón del dictador, fue capaz de justificar los últimos fusilamientos de Franco en 1975. No es extraño, por tanto, que su figura haya producido repugnancia entre muy diversos sectores culturales.

Pero el personaje Dalí fue uno de los mejores trabajos del artista ampurdanés y al que dedicó grandes energías, consciente de que se trataba de la obra más importante creada por su talento. A pesar de esta máscara, de esta continua «performance» que fue su vida, de su egocentrismo y narcisismo, a pesar de su desprecio por el otro, nadie puede negarle un papel protagonista entre los grandes creadores de todos los tiempos. Su actitud rupturista, su capacidad creativa que le lleva a abordar múltiples temas y técnicas, sus diarios, sus manifiestos que rompen con el pensamiento estático de la época, sus películas junto a Buñuel, sus colaboraciones con Walt Disney, Hitchcock y Philippe Halsman, sus esculturas surrealistas, su visión de la arquitectura que se refleja en el diseño de su casa en Port Lligat, sus preocupaciones científicas, en 1958 escribió su «Manifiesto de la antimateria» inspirado en las teorías de la mecánica cuántica y del principio de la incertidumbre de Werner Heisenberg, le convierten en un artista singular, en un hombre del Renacimiento que desborda cualquier aproximación simplista a su persona.

En esta ocasión la muestra se estructura en cinco bloques temáticos: Don Quijote, Gala, el erotismo, el método paranoico-crítico y la religión. En estas estampas se encuentra todo el simbolismo de la obra daliniana, desde los elefantes con patas largas, «una distorsión en el espacio», según sus propias palabras, inspirado en el obelisco de Roma de Bernini, a un mundo poblado de imágenes del subconsciente; desde animales como el unicornio con connotaciones fálicas al universo quijotesco poblado de fantasías delirantes. En muchas ocasiones recurrió para crear al método paranoico-crítico, un conocimiento irracional basado en las distintas asociaciones de imágenes y objetos conocidos.

Tan polémica como su vida fue su producción gráfica. En el caso de las litografías cabe distinguir aquellas en las que intervino directamente el artista, las que fueron tiradas sobre hojas previamente firmadas y realizadas a partir de dibujos y las falsificaciones. Una investigación llevada a cabo por el FBI en 1984 constataba la existencia de litografías de las que, con un tiraje autorizado de 500 ejemplares, se llegaron a contabilizar, sin embargo, 50.000 copias. Salvador Dalí concedió los derechos de reproducción de su obra gráfica a sus distintos secretarios -John Peter Moore, Enric Sabater y Robert Descarnes- además de a otros negociantes en arte, favoreciendo un lucrativo descontrol.

Pero nada ni nadie puede con este creador, crucial en la cultura española, cuyas imágenes nos siguen atrapando y envolviendo en un remolino de fantasía e imaginación. Sus trabajos representan una verdadera convulsión, a medio camino entre la locura y la ruptura con lo establecido. Por tanto, no reconocer su importancia, que iguala a sus miserias, sería imperdonable.