Saúl FERNÁNDEZ

Benito Collada tenía un loro que había pertenecido al revolucionario mexicano Pancho Villa. O eso decía. Y también decía que la cupletista Raquel Meller le había regalado una guitarra española. Benito Collada era avilesino, empresario de la noche y uno de los personajes más singulares de la colonia española en Nueva York. Era propietario de El Chico, la sala de fiestas en la que los neoyorquinos del final de la Era del Jazz aprendieron a bailar salsa, chachachá y rumba. Sobre todo, la rumba.

Aquel local «era como el Cotton Club, pero de música latina», explica James D. Fernández, catedrático de Literatura y Cultura Españolas de la Universidad de Nueva York, nieto de emigrantes asturianos y responsable de la exposición «La colonia: un álbum fotográfico de inmigrantes españoles en Nueva York», que se expone en el Valey de Piedras Blancas hasta el próximo 14 de abril.

El hostelero avilesino había nacido en 1890 y abrió su local en 1925. «Cuatro años después se trasladó a la calle Grove, en Greenwich Village», apunta el catedrático. Greenwich Village ahora pertenece al centro histórico de Nueva York: está en la isla de Manhattan. El Chico actualmente sigue siendo un local de copas. «Se ha transformado en un "night club" gay: el Monster Bar», aclara el profesor. «Mantiene la decoración que en su día escogió el empresario avilesino», añade Fernandez. Los gustos del empresario avilesino se enfocaban hacia lo «kitsch»: «Guitarras españolas, azulejos que reflejan los escudos regionales, un tablao flamenco, recuerdos del Al Ándalus, imágenes que recordaban al Quijote...», enumera el profesor norteamericano, cuyos abuelos eran de Castrillón y de Ribadesella. «Se trataba de un club elegante, nada barato. Los clientes que se acercaban a El Chico eran hispanos, pero también no hispanos», añade Fernandez.

Collada, según el catedrático, «era un tipo pintoresco». Y en su pintoresquismo sobresalían historias expuestas en las paredes de su bar. El Chico era como el Hard Rock, pero de lo más castizo. «El loro que exhibía, decía, se lo había dado Pancho Villa cuando Collada luchó junto a él en la Revolución Mexicana», relata el estudioso norteamericano. Collada es uno más de los españoles que triunfaron en la ciudad de Nueva York, en el primer tercio del siglo pasado.

El episodio neoyorquino de la emigración española es una nota a pie de página en los libros de historia económica del Principado. ¿Por qué? El catedrático Fernández aseguró a LA NUEVA ESPAÑA: «Porque esta emigración no cabe en el relato que hay sobre la presencia de españoles en América: un relato de colonia e imperio. La gente piensa que con cuatro lugares comunes sobre frailes y exploradores se agota el asunto. También se conoce poco porque es un fenómeno puntual y muy rápido. Llegan, vamos a decir, entre 1898 y en el año 1950 casi no hay rastro. Pienso que es una historia de asimilación exitosa. Entre 1920 y 1930 puede haber 30.000 españoles viviendo en la ciudad de Nueva York, un tercio de ellos, asturianos. Veinte años después, se han casado con estadounidenses, han dejado la ciudad, viven en las afueras y la colonia desaparece», continúa su explicación.

La asimilación de los asturianos en la cultura norteamericana se suma a su olvido en las monografías españolas. El lugar común reiterado es caribeño, como mucho, sudamericano. El prejuicio de la ignorancia de la lengua inglesa de los españoles a la aventura ha dejado la emigración patria en la ciudad del Hudson como un episodio extraordinario en la larga historia de los españoles que dejaron su país en pos de un futuro desconocido, aunque más próspero.

El Chico abrió sus puertas primero en la calle Sullivan. Cuando concluyeron las obras de construcción de la torre Shenandoah, Collada trasladó el negocio a la calle Grove. Según explica James D. Fernandez, la vida de Collada «se reflejaba en las paredes de su local». El catedrático asegura que Collada viajó por las islas Filipinas, por México, por Sudamérica y por Cuba antes de instalarse definitivamente en la ciudad de Nueva York. Collada, según Fernandez, participó en la apertura del Hotel Sevilla-Biltmore, en La Habana, y en la del Gloria, en Rio de Janeiro.

El loro de Pancho Villa y la guitarra de Raquel Meller eran los trofeos más importantes del ajuar de Collada en El Chico, pero también poseía una campana que había salvado de la destrucción de un convento en el comienzo de la Guerra Civil. Collada, refiere el catedrático de la Universidad de Nueva York, participó activamente en las acciones de la Casa de España, «un lobby franquista en la ciudad». Fernandez dice que eligió el nombre de El Chico como recuerdo del último rey de Granada: Boabdil «El Chico».

En el local del avilesino se escuchaban todas las noches acordes de música en vivo: melodías españolas, argentinas, mexicanas y caribeñas. El empresario se casó con la guitarrista y cantante puertorriqueña Rosita Berrios. A mediados de los años treinta el avilesino diversificó su negocio y comenzó a producir espectáculos que salieron de gira. James D. Fernandez señala que una de sus producciones se montó en el teatro Cervantes, en el Harlem. También en el cine Hispano. El catedrático sostiene que Collada fue el introductor de la rumba en la ciudad de Nueva York. Consolidó los esfuerzos que habían emprendido antes que él Lew Quinn, Joan Sawyer o Emil Coleman.

El Chico estuvo abierto hasta 1960. Entonces Collada y su mujer se trasladaron a Puerto Rico. La sala de fiestas también fue un restaurante. Tenía el lema: «Tan español, como en España». Ofrecía una carta heterogénea: caldo gallego y paella; chile con carne o pasteles puertorriqueños. James D. Fernandez desconoce qué pasó con el loro de Pancho Villa o con la guitarra de Raquel Meller.