Dios mío, ¡qué gran pérdida! En los casi cien años de existencia de la Autoridad Portuaria de Avilés (antes Junta de Obras del Puerto), que ahora inmerecidamente presido, será difícil encontrar una fecha más nefasta en el calendario que la del 20 de junio de 2012. En ese fatídico día era cesado como presidente de la Autoridad Portuaria de Avilés don Raimundo Abando Tartiere, abogado y economista.

Desde su marcha al frente de los muelles impera el caos en el puerto de Avilés, en España y en el mundo mundial. Se ha roto completamente la deliciosa y sutil armonía que con gran maestría y esfuerzo había sabido desarrollar en todas las actividades portuarias este ilustre y preclaro prócer de nuestra milenaria villa, abogado y economista.

Vivíamos en Avilés y en su puerto una especie de arcadia feliz, un estado de brillantez sin fin, donde todo era paz y concordia y, como a él le gusta decir, donde los clientes del Puerto se han sentido por primera vez en la historia precisamente eso, clientes. Nunca en los cien años de historia un presidente del Puerto había ido tan lejos; los cambios en la gestión portuaria introducidos delicadamente como un reloj suizo de precisión han sido de tal calado que están siendo estudiados por las más prestigiosas universidades del mundo como Harvard, Yale... y un larguísimo etcétera.

El efecto de la marcha de tan brillante y buen amueblada cabeza no sólo se nota en el Puerto de Avilés, que soporta en el primer trimestre una disminución de tráficos del 15% respecto al año anterior, sino que su influjo arrastró a todo el sistema portuario español, que acumula una disminución del 7% en el tráfico portuario durante el mismo periodo. Son muchos los analistas de la cosa europea que están preocupados por el efecto contagio sobre el tráfico portuario mundial derivado de la marcha de Abando, abogado y economista, de la presidencia del Puerto de Avilés. Hasta tal extremo llega esta preocupación que en los puertos europeos este fenómeno empieza a ser conocido como el «efecto Abando».

Su ausencia se transforma en oscuridad, en orfandad para toda la familia portuaria. Han pasado diez meses y rara es la semana que no nos llegan al puerto nuevas muestras de desgarrado dolor y desamparo ante tan magna ausencia. Ya pueden ser trabajadores, clientes, empresas de servicios, personal de la estiba. En todas partes y de forma permanente se echa de menos al gran dirigente portuario, abogado y economista. Un desconsuelo que ha llevado a más de uno al diván del sicoanalista y a un incremento sustancial del consumo de antidepresivos en las farmacias avilesinas.

Somos muchos los que no acabamos de comprender cómo una persona de tanta valía, con ideas tan claras, precursor de nuevos métodos de gestión, adalid de la honradez, de recto proceder, abogado y economista, ha tenido tan poca consideración profesional y política en su intensa vida.

Hay siempre gente ruin y envidiosa que no acaba de comprender los extraordinarios méritos que acumula este gran abogado y economista, este prócer avilesino cuya figura sólo es comparable a la de don Pedro Menéndez de Avilés. Cuando no se quiere reconocer la valía surgen entonces la injusticia, cuando no la venganza.

Seguro que cuando lo cesaron de director de la división marítima de la compañía Bergé fue tanto por la incapacidad de la dirección de la compañía para comprender un espíritu tan emprendedor, como sin duda, por envidia a sus meritos y por su brillantez.

En su paso por la vida política acumula varias injusticias. Incomprensiblemente los avilesinos y avilesinas no lo quisieron para alcalde. Luego, su partido (el PP) no le quiso para nada por mucho que él se postulase para casi todo. Y Foro, el partido de Cascos, con cuyo apoyo logró ser presidente del Puerto, lo expulsa de su comité de dirección de Avilés. De manera también incomprensible su nuevo intento de entrar en la dirección de Foro en Castrillón tampoco fructifica porque las envidias y maledicencias hacen que unánimente sea rechazado.

En mi humilde condición de sucesor del abogado y economista en la presidencia del Puerto lamento tanta frustración acumulada y me presto gozoso a seguir sirviéndole de válvula de escape para que nos demuestre cada vez que tenga a bien su gran valía al comparar su ingente y fructífera gestión en el Puerto de Avilés con la de un pobre ignorante como yo. Sólo le pido un pequeño favor, que entre artículo y artículo metiéndose conmigo, utilice su demostrada sagacidad y la empresa consignataria de la que es accionista para atraer nuevos tráficos al puerto. Esa sería una tarea a la altura de un servidor público de su talla y calado.

Por mi parte, y aprovechando que dentro de dos años celebraremos el centenario de la constitución de la Junta de Obras del Puerto de Avilés, buscaré la manera de que la presidencia de don Raimundo tenga la dimensión que se merece. Nunca tan poco dio para tanto.