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Domisol, el violín desafinado (y 2)

La mansión de los cuentos

Domisol, el violín desafinado (y 2)

La historia del instrumento que venció sus miedos

El pasado miércoles, la Brujita Peladilla nos estuvo hablando de uno de sus mejores amigos, Domisol, el violín desafinado. Recordemos que el pequeño violín estaba muy triste, pues creía que nadie confiaba en él por ser diferente y ni siquiera le daban la oportunidad de tocar en el Gran Concierto...

De pronto una tos comienza a escucharse, el público esperaba ansioso. Uno de los violines se había puesto enfermo y no era otro que ¡el violín principal! Todos se echaron las manos a la cabeza. Estaba a punto de comenzar el concierto y el mejor violín se sentía indispuesto. Todos los instrumentos se pusieron nerviosos ¿Qué podían hacer?

En ese momento el trombón alzó la vista y vio los brillantes ojitos de Domisol escondidos tras el telón.

- ¡Eh tú, a tocar!, dijo mirando a nuestro amigo.

-¿Quién... yo?, contestó el pequeño nervioso.

-Claro, no hay tiempo, debes tocar.

-Pero yo no lo haré bien, desafino y os estropearé el concierto, dijo Domisol entrecortado.

De pronto escuchó una voz, era su mamá que le llamaba.

-Mi querido Domisol, has soñado con este momento toda tu vida, hoy será tu gran día.

-Pero mamá, no lo haré bien, todos se reirán de mí, respondió el violín entristecido.

-Mira pequeño, ¿ves esto?, dijo su madre mostrándole unas cuerdas. -Son las cuerdas de un importante violín, uno de los mejores del mundo, te las pondré y tocarás como nunca. Ahora cierra lo ojos y confía en ti.

El pequeño se tapó los ojos. Nunca quiso cambiar sus cuerdas, pero ese día debía hacerlo. Quería ayudar a sus compañeros y por fin ellos habían confiado en él, le estaban dando una oportunidad. Cerró sus ojitos y sintió cómo su mamá le tocaba sus cuerdas. Cuando estuvo listo salió al escenario.

El público en silencio esperaba el ansiado concierto.

Domisol sentía el calor de la gente observándole. No lo podía creer, él era el violín principal. Estaba nervioso, pero confiaba en esas cuerdas nuevas. Respiró hondo un par de veces y comenzó a tocar.

El concierto había comenzado y nuestro violín interpretaba la melodía con suma destreza. Domisol estaba muy concentrado y sentía fluir las notas como nunca. Cuando se dio cuenta, la última nota sonó. La pieza había terminado. El silencio se hizo... El violín recordó que lo mismo había ocurrido el día anterior y el silencio se rompió por las carcajadas de sus compañeros burlándose de él. Así que agachó la vista temiéndose lo peor. Sus ojitos comenzaban a encharcarse de nuevo.

De pronto una palmada se escuchó, después otra y al segundo otras más. El público comenzó a aplaudir acaloradamente. Nuestro amigo no podía creer lo que estaba escuchando, eran los aplausos soñados. Levantó la vista y vio cómo el público comenzaba a ponerse en pie aplaudiendo al violín principal, es decir ¡a Domisol!

¡Bravo, bravo! Se escuchaba entre las butacas. La sonrisa de nuestro amigo no podía ser mayor. ¡Su sueño se había hecho realidad! Sus papás fueron a abrazarle emocionados, pero, de pronto, nuestro amigo recordó que las cuerdas que habían interpretado la melodía no eran las suyas... Ahora entendía su éxito. Si realmente hubiese tocado con sus cuerdas, habría sido un fracaso total. El violín se entristeció, sentía cómo su ilusión se desvanecía.

-Pero mi pequeño Domisol- le dijo su mamá, -¿No te das cuenta que has sido tú quien ha tocado?, ¿no escuchas cómo el público te aclama?

-Pero no han sido mis cuerdas mamá..., dijo el pequeño entristecido.

-Domisol, mira, dijo su madre mientras le mostraba en su mano las mismas cuerdas que anteriormente le había enseñado. -Mírate la barriguita, ¡has tocado con tus cuerdas!

El pequeño no podía creer lo que estaba escuchando, miró su barriguita y efectivamente vio sus cuerdas, las mismas que interpretaron de forma magistral el concierto.

Su mamá le hizo creer que le había cambiado las cuerdas, le ayudó a creer en sí mismo, y Domisol brilló como nunca.

Una rosa cayó junto a él, rozándole la carita con dulzura. El violín miró a su alrededor, el escenario estaba cubierto de flores arrojadas por el público. Todos seguían en pie aplaudiendo. Pero no se escuchaban los aplausos solo desde el patio de butacas. Domisol miró a sus compañeros y estos estaban en pie frente a él aplaudiendo y coreando su nombre. Realmente era el día más feliz de su vida. El pequeño estaba haciendo de un sueño una realidad.

Nunca le habían dado una oportunidad, pero nuestro amigo nunca había tirado la toalla. Demostró a todos que estaban equivocados: él era diferente pero no por ello inferior, y lo acababa de demostrar.

Todos comprendieron que su música jamás había sido mala, ni tenía ningún problema, pero tal vez sí lo tenían los oídos de los demás...

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