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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

La madre del madreñero

La importancia del tradicional calzado para la economía local

La madre del madreñero

De nuestro corresponsal, Falcatrúas

Los lectores asiduos de esta sección estarán al cabo de la calle en lo tocante a Bildeo y sus madreñeros, pero como dicen los economistas de nuevo cuño, "hay que poner en valor" el mundo de la madreña, que tanta importancia tuvo para la economía de muchos pueblos, en especial para éste, donde había dos o tres de estos artesanos en cada casa, unos sesenta. De todos aquellos, hoy quedan uno y medio: Pepe de Enrique, que dedica a su oficio varias horas al día, y Agustín del Ciego, que lo hace de vez en cuando.

Las madreñas fueron durante siglos el calzado más adecuado para usar en la aldea, fuese en el monte, en la cuadra, en los prados o en las tierras de labor: al utilizarlas con zapatillas, mantenían los pies calientes, la madera aislaba de la humedad, eran baratas, se hacían en casa y los rapacinos ya recibían su primer par en cuanto daban los primeros pasos.

Las de los chiquillos y las mujeres solían ir decoradas con tallas hechas a pulso con el dibujador, barnizadas de rojo y verde. Las de los paisanos eran más serias, una mano de barniz negro y espeso que parecía alquitrán cubría casi toda la parte visible de la madreña, para protegerla un poco del agua y el barro.

La madreña sufría las inclemencias del tiempo, pero tenían que durar, por eso, la gente procuraba cuidarlas dejándolas al ablugo (al abrigo), de modo que no les pegase el sol de lleno, ni lloviera por ellas. A los chiquillos se les tenía avisados: no dejéis las madreñas al sol ni al agua, que luego abren (rajan) y rompen. Con todo y con eso, muchas acababan fendiendo (rajando) desde la boca hacia adelante, donde la pared de madera era más delgada, o por el talón. En tal caso, se utilizaba una cantesa (abrazadera) de alambre fuerte o de pletina muy delgada, para evitar que la raja fuese a más.

Los montes más frecuentados por los madreñeros de Bildeo, eran Xirona, El Cuadro, El Teixedal, La Sacavera, Cueto Ferrao y El Malato, entre otros. El bosque predominante en todo aquel territorio era el hayedo, lo sigue siendo. El haya echa las ramas horizontales, el sol no llega al suelo y apenas prospera la vegetación, de modo que cuando hay un incendio suelen quemar las copas de los árboles, mientras los troncos chamuscan exteriormente, pero parte de la madera se puede aprovechar. Los bildeanos se desplazaban a los pueblos donde había quemado un hayedo y compraban a sus vecinos los árboles quemados para hacer madreñas, oficio que ellos no ejercían.

Entonces comenzaba un éxodo temporal de madreñeros de Bildeo hacia esos montes quemados, donde preparaban chozos con cuatro postes y unas planchas de cinc y pasaban unos meses haciendo madreñas a pie de bosque, evitando transportes imposibles de troncos.

Cada semana, algún familiar les llevaba suministro y regresaba a Bildeo con las caballerías cargadas de madreñas más o menos terminadas: si estaban en desbaste, pesaban más y los animales sólo podían cargar unas pocas; si les quitaban más madera, podían cargar más pares.

Por el Teixedal andaban Manuel de Genaro, Vidal, Pepe el Ferreiro, José Bruno, José Rosa y otros. En Xirona estaban los de Leandro, los del Telar y Manuel del Ciego. Ellos mismos preparaban la comida, cocinaba uno para los demás, circunstancia que provocó no pocos desastres culinarios. Algunos quedaban descalificados de por vida para arrimarse a una pota o a una sartén.

Nemesio era un mozo de unos dieciocho años cuando regresaba un día a casa con el macho (mulo) cargado de madreñas, excesivamente cargado, a juzgar por el lento caminar del mular; los jóvenes suelen ser algo brutos, no reparan en el sufrimiento de los animales. Había dejado provisiones a su padre y a su hermano, que llevaban meses haciendo madreñas en el monte, pero se entretuvo intentando cazar un corzo y el tiempo voló, con la consiguiente preocupación en casa. Faltando poco para coronar una collada, tuvo un presagio: conocía a su madre, Carme Fonso, e intuyó que iba a venir a su encuentro, por si había pasado algo.

Rápidamente, desató un saco que contenía seis pares de madreñas y se lo echó al hombro, aliviando un poco al mulo de su agobio. Pesaban bastante. Fue una premonición, pocos minutos después se encontraron madre e hijo. Ella miró la carga del mulo, la que traía su hijo al hombro y vio con claridad meridiana lo que había pasado.

-Poco sudas para venir tan cargado.

Nemesio, pillado en un renuncio tan flagrante, no tuvo palabras para responder. Las madres de los madreñeros sabían lo que había que saber, estaban diplomadas en ciencias de la vida.

Seguiremos informando.

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