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Mi nueva amiga Winifred (y 2)

La ayuda y el cariño que podemos prestar a todos nuestros amigos para vencer los temores que surgen en el día a día

Alumnos del colegio Atalía de Gijón, en una actividad de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés sobre cuentos, por el centro histórico. RICARDO SOLÍS

Antes de comenzar con el cuento, quiero dar las gracias a Marcos y a sus compañeros de clase de primero del Colegio Público de La Carriona, que sé que están leyendo ahora este periódico. Y es que Ratonchi me ha dicho que a Marcos le ha caído un diente mientras estaba en clase y ha querido escribirle una nota a Ratonchi y al primo de éste, el Ratoncito Pérez. Gracias a toda la clase, a Marcos y especialmente a sus profesoras por creer en el personaje que siembra magia allí donde va.

Ahora sí, os dejo con el cuento...

El miércoles pasado, conocíais a Winifred, mi nueva amiga conejita, que llegó a mi casa gracias a un amable vecino de Illas. Tras llegar atemorizada, al cabo de unos instantes, Winie parecía estar ya contenta y feliz, saltando y jugando por el prado. Pero la felicidad se truncó cuando comenzó a caer la noche, y no podía cogerla para meterla en su caseta. No quería que pasase la noche a la intemperie, pues sería peligroso para cualquier conejo. Mi nueva amiga se resistía a que la cogiese. Los minutos pasaban y ella trataba de esquivarme constantemente para que no la atrapase. No era normal. Algo le ocurría.

En un momento dado, Winie se fue a una esquina de la casa y yo fui detrás, así que estaba acorralada y ese era el momento. O ahora o nunca pensé? Y efectivamente, en un movimiento rápido, la pequeña criatura no tuvo escapatoria y fue atrapada. Ambas estábamos cansadas, así que la cogí con fuerza y la llevé de inmediato a su caseta. Mientras la tenía en brazos, podía sentir el latido de su corazón, demasiado acelerado.

Cuando la metí en su caseta, la coneja se metió en una de las esquinas, cabizbaja, triste y temblorosa.

¿Qué le ocurría a la pequeña Winie? Tenía todo y cuánto podía tener una conejita y aún así no era feliz... Una de las cosas por las que me caracterizo es por ser amante y defensora de los animales, así que no iba a parar hasta ver a mi nueva amiga feliz, pero antes debía descubrir lo que le ocurría.

Los días comenzaron a pasar, y Winie ya no quería salir de su caseta. Se pasaba el día ahí dentro, en la esquina... Comencé a preocuparme. Cuando intentaba acariciarla se ponía muy nerviosa, temblaba y escondía la cabeza. Pobre conejita, pensé... Algo debía ocurrirle.

Comencé a pensar preocupada en mi nueva amiga, ¿a qué tendrá miedo, si sabe que me encantan los conejitos? Y además tiene todo cuanto pudiera desear una coneja: pienso, agua fresquita, un prado en el que correr, heno que mordisquear, y además la compañía de Titín, otro animal de su misma especie.

Para comprender mejor el problema, quise ponerme en el otro lado, en el de Winie. Comencé a pensar como si fuese ella. A veces, para comprender a los demás, solo hace falta ponerse en su lugar, y así veremos las cosas desde otra perspectiva.

Entonces comencé a comprender... Mi nueva amiga vivía anteriormente en una cuadra, bien cuidada y bien alimentada, como el resto de conejitos con los que vivía. Pero cuando veían una mano que los cogía, significaba que, aunque me duela pensarlo, que ese animal se convertiría en guiso, pues los conejos, antes de ser mascotas, servían y sirven de alimento.

El día que mi querido vecino trajo a Winie, la pequeña pasó mucho miedo porque pensaba que ella era la elegida para convertirse en guiso. Pero no fue así. Por eso la pobrecita llegó temblando de miedo. Cuando aquel día se recuperó y salió del saco, se vio libre y comprendió que no iba a ser el guiso de nadie, pero cuando quise cogerla para meterla en su caseta, comenzaron nuevamente sus temores. La coneja estaba aterrorizada pensando que me la quería comer.

Lo único que podía hacer era no forzarla. Si no quería salir de la caseta, ya lo haría en cuanto ella quisiera y se sintiese confiada, sin prisas, poco a poco y todo a su debido tiempo. Eso sí, para ayudarle a coger esa confianza, no le faltaron caricias, cariño, palabras bonitas...

Y así es como Winie consiguió poco a poco no temer la mano humana. Logró salir de la caseta sin temores, recuperando la confianza en sí misma.

Esta experiencia fue real y quise compartirla con todos vosotros, porque puede servirnos y ayudarnos en el día a día. Considero que es importante devolver a las personas la confianza y autoestima que nunca debieron perder. Y, al igual que yo ayudé a mi nueva amiga, vosotros también podéis hacerlo con personas que así lo necesitan. No se os olvide que el cariño, las caricias y las palabras bonitas, pueden ayudar a las personas a devolver las ganas de vivir... Ya lo decía Pat el paragüero en el libro "La Mansión de los Cuentos"

Hasta el próximo miércoles amigos.

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