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Quinto aniversario de un parricidio que conmocionó a Asturias

Bárbara, la madre asturiana a la que le mataron a sus hijas y ahora busca salir adelante

El sistema falló con las niñas, a las que dejó en manos de un padre maltratador que las mató, y hoy deja de lado a su madre, sin ayudas ni recursos públicos que le faciliten seguir adelante

Arriba, Amets y Sara, en Santana (Cudillero), en un montaje fotográfico realizado por su madre. Al lado, el monolito en su memoria en el parque infantil de Soto del Barco en el que jugaban. | M. Riera

A Amets y Sara el sistema, la sociedad, les han fallado dos veces. La primera, porque de alguna manera no hubo los mecanismos suficientes para identificar que tenían un padre maltratador y que, por tanto, no podían ni debían quedarse a su cargo. La segunda, porque han dejado a su madre de lado y no le facilitan las cosas, no le ofrecen nada; no hay o no se gestionan bien los recursos para ayudar a Bárbara García.

No es ayudarla a superar el drama, pues esto depende de su fortaleza (que hasta ahora, pese a los altibajos, ha demostrado tenerla de sobra), sino proporcionarle un trabajo con el que ganarse la vida, hacerle más fácil muchas cosas y que el día a día sea menos duro para ella. Porque como dice Ruth Ortiz, "las mujeres a las que nos han asesinado a nuestros hijos tenemos más difícil salir adelante".

Esto intenta Bárbara García: salir adelante. Sin sus hijas.

Amets y Sara murieron hace hoy mismo cinco años. Tenían 9 y 7 años. Las asesinó su padre, a golpes. Con una barra de hierro que cuidadosamente había envuelto en papel de regalo y dejado apoyada en la pared de su casa de San Juan de la Arena (Soto del Barco), a la que las llevó aquella fatídica tarde del 27 de noviembre de 2014 durante las horas que la justicia había estipulado que podía pasar con sus hijas.

El día antes, el 26, había sido el cumpleaños de Sara, quien ayer mismo debería haber cumplido 12 años. Pero su padre la mató, a ella y a su hermana mayor. Luego se quitó la vida. Todo en cuestión de un puñado de horas. La peor parte se la dejó a su expareja y madre de las niñas, de la que llevaba separado varios años, a la que había maltratado mientras duró su relación y para la que, tras una separación que nunca aceptó, diseñó la venganza perfecta, un sufrimiento de por vida.

Lo aseguró bien al quitarle lo que ella más quería en el mundo: sus hijas. Bárbara García pasó así a engrosar la lista de las víctimas del maltrato, pero en su cara más perversa: la de la violencia vicaria, la de esos hombres que para hacer daño a las mujeres que consideran de su propiedad se ceban con lo que ellas más quieren, sus hijos.

Amets y Sara iban al colegio de Soto del Barco. Eran dos niñas risueñas, bien criadas, nada caprichosas, educadas en la realidad de un hogar en el que no les faltaba nada de lo importante y básico, pero en el que no había para grandes gastos. Pronto supieron que Papá Noel y los Reyes Magos les dejarían tantos regalos como su madre pudiera permitirse. A las dos les gustaba jugar mucho, les encantaban los animales y las flores. Amets se decantaba por el dibujo; Sara, por la música y el baile. Raro era verlas sin su sonrisa en la cara: en la nieve, de paseo con los perros, disfrazadas, haciendo monerías a la cámara...

Su madre las recuerda cada día, a cada momento. Y si por algún motivo se despista y se olvida "de las crías", no se lo perdona. Su empeño es mantener viva su memoria. Quiere que la gente hable y pregunte por ellas, que las recuerden, que el monolito que se les dedicó en Soto, en el parque infantil donde jugaban, se llene de flores.

Son sus hijas y siempre lo serán. "Cuando las asesinaron mi casa era como la plaza del pueblo, llena de gente. El teléfono no paraba de sonar. Hoy en día nadie se acuerda", describe con dolor y rabia esta mujer que cinco años después del crimen lucha a diario por encontrar un motivo por el que seguir adelante. Lleva desde principios de año sumida en una profunda depresión, otra más desde 2014: "Pasó el tiempo, pero así sigo. Esto no es vida, ni para mí ni para los que me rodean".

Ha cumplido 45 años y sabe que cada vez lo tendrá más difícil para encontrar un trabajo estable. Ha tenido que olvidarse de volver a ser madre, una de sus máximas ilusiones. Hará un par de años que albergó esta esperanza, se informó del tratamiento, pero para ello es necesario un dinero que no tiene, el mismo que necesitaría para ir a yoga, de viaje y todas esas cosas que la gente, por bien, le anima a hacer para vencer la profunda tristeza.

Pero está cansada de llamar a puertas, de pedir un apoyo que la administración le niega una y otra vez, algunas veces porque falta un papel, otras porque hay que esperar a nuevos trámites, muchas veces le dicen que será difícil€

A Bárbara García, la sociedad, el sistema no le facilitan las cosas. Una vez fallaron a sus hijas y por ello están muertas: no se supo protegerlas de un padre maltratador pese a los avisos y denuncias familiares. Es tarde para rectificar el error que se cometió con Amets y Sara, pero no para evitar el desamparo de su madre.

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