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Bombas en el paraíso (y II)

Salas controladas, cine y teatro de evasión y de combate para sobrevivir a una guerra que estaba en la calle

Bombas en el paraíso (y II)

Bajo las bombas seguía la revolución social. Los espectáculos de Avilés, en poder de la UGT, organizaron una programación complementaria para las tres salas. Trabajaban para la misma causa: entretener a la retaguardia y hacer buenas recaudaciones para ganar la guerra. Ese dinero iba a un fondo común del que salían los sueldos del personal. El Somines ponía sobre todo cine, el Palacio Valdés cine y teatro de mayor fuste y el Iris un poco de todo. Los mítines y actos políticos de toda laya quedaban para el Iris y el Somines. Y así estuvieron funcionando durante la guerra hasta que una mala y tardía bomba cayó sobre el teatro-circo, que pasó a contar en la lista de los caídos en la contienda.

Se siguió viendo mucho cine, aunque la guerra hubiera descoyuntado los tres sectores de la industria: producción, distribución y exhibición. La parte republicana se quedó con los laboratorios de Madrid y Barcelona, eso hizo que su cine se pusiese en marcha de inmediato, especialmente por el interés de los anarquistas. La España franquista, con solo dos equipos de filmación, dependió del auxilio prestado por los laboratorios alemanes o portugueses.

Todas las decisiones sobre el mundo del cine quedaron en manos de partidos, sindicatos o del Estado. Cada uno operaba como una productora independiente. Mientras duró la guerra se facturaron en ambos bandos 592 títulos de todas clases. La distribución era una aventura, pero las grandes productoras internacionales no abandonaron el mercado español. Al estallar la guerra el parque cinematográfico estaba compuesto por 2.767 salas con un aforo total de 1.504.091 localidades. Después de Estados Unidos, España era el país del mundo con mayor número de butacas por habitante.

Claro que a nosotros, entre tantas butacas, nos interesan las poco más de 2.000 que acomodaban las tres salas avilesinas. Aquí, como en el resto de España, se planteaba la gran disyuntiva: programar películas que elevaran la cultura de los obreros, o programar las que les gustaban a esos mismos obreros, aunque encerraran la hidra burguesa en sus entrañas. Se optó por lo segundo, por muy poco revolucionaria que fuera esa opción.

Hubo menos variedad que en tiempos de paz, cierto es, pero allí estaban las cintas de Hollywood, cuyas productoras negociaban desde París con los dos gobiernos. Teatro incautado y revolución en la calle, pero el Palacio Valdés estaba tomado por títulos hollywodienses tan variopintos como "El hombre y el monstruo" de Rouben Mamoulian, "El soltero inocente" con Maurice Chevalier, "El acorazado misterioso", con Robert Taylor o "Caballero por un día", de Douglas Fairbanks hijo. Ésta formaba parte de una función infantil, formato habitual "dedicado a los niños de las escuelas de Avilés". Eran funciones coordinadas e intercambiables. Se repetían en el Iris después de haber pasado por el Palacio Valdés, incluso la misma película se programaba simultáneamente en ambos (7:15 y 10:15 en el Palacio Valdés y 7:30 y 10:30 en el Iris).

Además de cine americano, los parroquianos del teatro pudieron ver una pequeña cantidad de películas francesas, inglesas o alemanas, y las inevitables cintas soviéticas, que se incrustaron a toda costa en los programas, sobre todo las relativas a la revolución como "Los marineros de Kronstadt". "El Camino de la vida", era interesante por su "técnica de vanguardia y ambiente ruso", en "Yo he sido espía" se advertía al público: "mira con recelo a toda aquella persona que no siendo conocida por sus actividades revolucionarias, finja una posición de indiferencia o aparente actitud izquierdista. Desconfía, puede ser un espía".

Incluso hubo películas que, por ser de tema ruso como "Crimen y castigo", pasaban por tener también "ambiente de vanguardia, de carácter social"? aunque fuese una producción norteamericana de Josef von Sternberg.

También se vieron en el Palacio Valdés los documentales de guerra de "España al día", producidos por la Comisaría de Propaganda de la Generalitat de Cataluña con Laya Films, en colaboración con la productora comunista Film Popular. Así anunciaba el teatro su función del 5 de agosto de 1937: "La vida en el cine. El próximo sábado un gran acontecimiento cinematográfico: La guerra de España al día. Los reportajes más interesantes de la lucha en España. Cómo luchan y vencen nuestros camaradas. En los frentes de España con los invictos soldados de la República. Discurso de Martínez Barrio y del camarada Álvarez del Vayo. Completa el programa "Piratas del aire".

Solo un 20% fue cine español, pero era el de más éxito. Mayor aún en los musicales. Gran acogida tuvo "El bailarín y el trabajador", donde Luis Marquina hacía un canto a los trabajadores, bien avenidos con los empresarios, y criticaba a los aristócratas. Pero también triunfaban otro tipo de películas como "Rosario la Cortijera" con Estrellita Castro y Rafael Durán, "Vidas rotas" o "La hija de Juan Simón", segunda producción de Filmófono, protagonizada y cantada por Angelillo, uno de los artistas más populares de los años treinta. El Consejo Obrero hubo de repetir las proyecciones a petición popular.

Hubo teatro convencional, como la Gran Compañía de comedias "Arte y Cultura", dirigida por el primer actor Antonio Molinos que recaló en Avilés para representar "Los hijos artificiales".

Como en toda la España republicana se intentaron sustituir las comedias intrascendentes por teatro de lucha que elevara la cultura proletaria. No se logró. Si echamos un vistazo a lo programado, incluso en las funciones benéficas y festivales (homenajes a la República, a Rusia o a México, por ejemplo) veremos que la revolución no llegó al espectáculo.

Se dejaban ver compañías asturianas como una agrupación gijonesa que trajo sus "variedades musicales y poéticas" o la Gran Compañía Asturiana de Zarzuela que representó, con El Presi y El Cheli, "Los Claveles", del maestro Serrano, en agosto de 1937. Pero fueron las compañías profesionales de José María Rodríguez y Felipe Villa las que se repartieron los carteles con más frecuencia.

La Compañía Asturiana de Comedias de José María Rodríguez, en noviembre de 1936, ya ponía en escena "Los últimos playos", de Eladio Verde, a beneficio del hospital de sangre. Era próxima a la UGT y en su elenco figuraban Rosario Trabanco, Nieves Sánchez, Balbina Barrera, José González "El Presi" o Fermín Sánchez "Chelín". Sus comedias eran clásicas obras cómicas intemporales, "de aldea". Un teatro de personajes codificados, acartonados en el sainete local más previsible.

La Compañía de Comedias "Asturias", dirigida por su primer actor Felipe Villa y afecta a CNT, tenía en su elenco a Marina Aller, Aurora Sánchez, José Cuesta y Eladio Sánchez. Trabajaba un teatro más actual, con temas como el divorcio, la situación de la mujer, la reforma agraria o la guerra. En el Palacio Valdés estrenaron "Hacia el frente"; un boceto revolucionario en verso original del "Duende del hórreo", dedicado al batallón de El Coritu. También la comedia de vanguardia en dos actos, original de Alejandro y Julio Núñez "El pecado de los hijos". Pero su mayor éxito fue, sin duda, "Nuestra Natacha", presentada el trece de julio de 1937.

Al estallar la guerra esta obra de Alejandro Casona se estaba representando en varios teatros de toda España y, de inmediato, se convirtió en un arma de lucha. Era revolucionaria en lo teatral y la convirtieron en revolucionaria en lo político. Obra central de las programaciones bélicas en la retaguardia gubernamental, especialmente las patrocinadas por anarquistas.

Confirmando las expectativas, la crítica avilesina dijo de ella que era "una de las obras más fuertes del teatro español" que "puede y debe representarse en Avilés más de un día pues nuestra villa, de cultura bastante elevada, comprende muy bien el esfuerzo del autor". Y que era "la mejor obra presentada en Avilés hasta la fecha".

Tiempos excepcionales con espectáculos asomando generosos para tapar lo malo, pero, además del desorden propio de la guerra, las costumbres se habían relajado. En julio de 1937 el Consejo Obrero de Espectáculos de Avilés protestaba por el deterioro de la publicidad del Palacio Valdés, "algunos malvados se dedican a romperla y otras veces a robarla. El que estos actos comete no es, no puede ser, un antifascista. Es un canalla."

El público asistía a los espectáculos de otra forma. Fumaba en la sala y a punto estuvo de provocar un incendio en el teatro ese mismo mes de julio. Tal vez esto quiera decir que, además de algunos combatientes, acudían personas que normalmente no iban al teatro ni tampoco al cine, ya que no se tenía noticia de algo parecido desde los primeros tiempos del cinematógrafo. Tal cosa se confirmó al mes siguiente cuando, después de que alguien rasgase los telones del Palacio Valdés, el alcalde Ramón Granda, hizo unas declaraciones recordando la importancia de los teatros "templos del arte y del recreo y no despreciables burdeles".

En Avilés la guerra concluyó pronto, en octubre de 1937. Después ya nada fue igual. Es creencia popular que existió un "Avilés de toda la vida", una especie de paraíso de la memoria que, esa misma memoria, situa en los años veinte. La bombas cayeron en el paraíso de los avilesinos y silbaron por encima del paraíso de su teatro, para acabar con el mito de Atenas.

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