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Ciencia bajo cero

La profesora Susana Fernández practica mindfulness para las expediciones extremas en la Antártida, donde el covid aún no ha llegado: "Nadie quiere ser ahora el primero en llevarlo"

Elefantes marinos en la península de Byers. S. F.

La Antártida es un paraíso remoto, despoblado y frío, sobre todo frío, la temperatura media anual roza los 60 grados bajo cero. Aunque si hay algo que llamó la atención a la profesora Susana Fernández la primera vez que pisó suelo antártico, en 2009, fue el silencio. "La sensación de la primera vez es indescriptible, muy diferente a todo lo conocido. Es una experiencia muy especial. Lo que más recuerdo es el frío y el silencio. Todo está en calma", recuerda. Susana Fernández es profesora del departamento de Geología de la Universidad de Oviedo e investigadora del ICTEA (Instituto de Ciencias y Tecnologías Espaciales de Asturias). Ha viajado seis veces al continente helado para estudiar las particularidades del suelo y los efectos del calentamiento global en la superficie.

La expedición se produce durante el verano Ártico, periodo en el que no se pone el sol, durante 24 horas hay luz; aunque este año todavía está en el aire, debido al coronavirus. "Se barajan tres escenarios: el primero, el peor, que no se pueda ir debido a las condiciones sanitarias; el segundo, que vayan tan solo los encargados del mantenimiento de las estaciones, los científicos que tienen experimentos que no pueden quedar parados. El último, en un principio el que se hará, ir tras haber pasado un periodo de cuarentena en España, y pasar otra cuarentena a la vuelta", Fernández incide en que la Antártida "está libre de coronavirus y nadie quiere ser el primero en llevarlo", por esa razón esperará a la evolución de la pandemia para tomar una decisión.

España tiene dos bases antárticas: Gabriel de Castilla y Juan Carlos I, además del campamento de Byers, situado en la península del mismo nombre, en la isla de Livingston. Fernández ha estado en los tres puntos. "Antes eran, básicamente, unos contenedores (bases de vida). Era como estar en un poblado. Los que vamos tenemos vocación, pero allí se malvivía. La de ahora no tiene nada que ver, está mucho mejor", Fernández tiene ganas de volver, y este año, debido al covid-19, tal vez salgan desde España en barco, en el Hespérides. "Hoy se puede prever como estará más o menos el tiempo, pero, aun así, si te paras a pensar dónde estás, en mitad de ningún sitio...Te entra miedo", dice. Desde su camarote puede ver las olas de hasta nueve metros y su método contra el miedo del viaje es la biodramina y el mindfulness -asunto sobre el que había organizado un curso de verano de la Universidad de Oviedo en Avilés que no llegó a celebrarse por la pandemia-. "No conozco a nadie que no se maree", reconoce con una sonrisa.

Fernández estudió el permafrost, que es "la capa oscura del suelo, un porcentaje de zona congelada que se funde y congela en función de las estaciones". La clave, explica, "es que el permafrost se congela y descongela, es un proceso constante. Esto es normal. Lo llamativo es que si, por ejemplo, antes había 15 centímetros de capa que se descongelaba y congelaba, ahora llega a 50 centímetros". Esa capa es tan dura como el cemento, en la base Gabriel de Castilla picaron el suelo y "es casi imposible romperlo. Es hielo de la última edad glacial, hace por lo menos 14.000 años", asevera.

El gran problema medioambiental es que el permafrost almacena gases de efecto invernadero, como el metano, y cuando se derrite contribuye aún más al cambio climático. "Cuando le da el sol, se derrite, pero hasta determinadas profundidades. Hemos visto que una cubierta de nieve durante el verano protege al permafrost del deshielo. El aire muy frío no puede contener vapor de agua por lo que cierto calor es necesario para que nieve; así se ha visto que el calentamiento en la Antártida ha aumentado la nivación y esas precipitaciones durante el invierno vuelven a congelarse aportando hielo al permafrost. Esos procesos son cíclicos", abunda. La Antártida tiene un espesor de casi 2 kilómetros de hielo en sus más 10 millones de kilómetros de superficie, y debido a su clima, casi no existe fauna. Por ahora, el hielo antártico está asegurado, pero no pasa lo mismo en la banquisa ártica, donde habitan los osos polares.

En las banquisas de los polos se refleja los rayos del sol, que hacen que el océano se mantenga frío; pero cuando se funde provoca que los océanos se calienten, por lo que hay más deshielo. Durante su último viaje a la Antártida, durante la campaña de 2018-19, Fernández terminó el estudio del permafrost, y ahora se dedicará a los albedos de los casquetes polares. A pesar de que el calentamiento global es evidente, según Fernández "desde 2008 hasta 2015 toda la Península Antártica se ha enfriado. Ha nevado muchísimo en extensión, lo que ha hecho que el albedo suba. Ha habido un periodo de enfriamiento, aunque a partir de 2015 ha vuelto a aumentar la temperatura", argumenta Fernández y aunque "no hay un registro para saber si estamos en un ciclo de calentamiento mayor" es optimista en cuanto al futuro de los polos, "hay concienciación, pero las imágenes meten miedo. Algo tiene que cambiar. El modelo económico puede progresar sin destruir el medioambiente", sentencia con ganas ya de volver a la Antártida.

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