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Mili Hernández | Fundadora de la Librería Berkana, el primer negocio de día de Chueca

“Entrar en una librería LGTBI para muchos fue aceptar su homosexualidad”

“Lo que teníamos claro es que sin visibilidad de la comunidad gay no podíamos hacer nada: ni aprobar leyes, ni mi negocio iba a funcionar”

Mili Hernandez, ayer, en la terraza de la cafetería del Centro Niemeyer. María Fuentes

Mili Hernández (Madrid, 1959) creó en 1993 la Librería Berkana en plena plaza de Chueca: “Fuimos el primer negocio de día del barrio”, destaca la histórica activista en la lucha por la igualdad del colectivo de gays, lesbianas y transexuales. Participó ayer en una mesa redonda sobre la industria editorial de temática homosexual que programó el Festival LGTBI del Niemeyer. Atiende a LA NUEVA ESPAÑA en la cafetería del complejo cultural, ante un café solo con hielo.

–Ha dicho que lo primero que le sorprendió cuando abrió su librería, la primera especializada en temática LGTBI, es que no tenía material con que llenarla.

–No. Yo creo que fue fruto de esa inconsciencia de venir de una ciudad como Nueva York y haber estado otros seis años en Londres. Seis en Londres, seis en Nueva York. Llegar con todo este ímpetu de empoderamiento a una ciudad como Madrid y hacerlo con la idea fija de hacer una librería LGTB. Llegar aquí y decir: “Esto está chupado. Se alquila un local, se ponen unas estanterías y se buscan los libros” (Risas). Cuando me puse a ver toda la bibliografía que había sobre el tema, o libros que yo conocía publicados en castellano, me di cuenta de que era muy, muy escasa.

–¿De quién hablamos?

Principalmente, se limitaba a Eduardo Mendicutti, a Luis Antonio de Villena, Álvaro Pombo, Terenci Moix, Leopoldo Alas, Vicente Molina Foix. Y en chicas... ¡Ay, las chicas! En chicas, nada... y Virginia Woolf. Bueno, alguna cosa de Esther Tusquets que se rumoreaba que era lesbiana: había un libro de ella muy lésbico –“El mismo mar de todos los veranos”–, pero punto. Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que la tarea iba a ser difícil. No había libros y los futuros lectores y lectoras no se sabía dónde estaban. En 1993: dentro del armario. Casi todos. No eran aquellos los tiempos de hoy en día. La gente tenía mucho miedo a salir del armario. Entrar en una librería LGTBI a pie de calle, con unos escaparates, era, para muchos, aceptar su homosexualidad. Para muchos era el primer espacio LGTBI que pisaban. Mucha gente nos ha confesado que les costó entrar, que hicieron muchas intentonas.

–¿Cómo consiguieron sacar los lectores que faltaban?

–Doce años en el extranjero te empoderan de tal manera que al final crees en tu sueño. Mi sueño era tener una librería Oscar Wilde, que está en Nueva York, o una Gay’s the Word, de Londres, en Madrid. Tú lo ves claro. Te dices: “Si estas dos librerías me salvaron la vida a mí, si me hicieron la persona que soy, esto tiene que funcionar”. Sabía que iba a ser difícil una vez que ya aterricé y me di cuenta de las dificultades que existían. Bueno, lo de los lectores y lectores, dijimos, pues poco a poco tendrán que ir saliendo del armario. Y lo de los libros, pues habrá que hacer algo. Entonces creamos una editorial –Egales– junto con mis socias: seis meses después de abrir Berkana, ellas abrieron Cómplices en Barcelona. Mis socias eran mis amigas: habíamos vivido en Londres juntas, habíamos regresado más o menos en la misma época. Juntas creamos la editorial Egales porque sabíamos que si no creábamos la editorial no íbamos a poder mantener nuestras librerías. Porque los pocos clientes que entraban nos pedían otras cosas.

–¿Qué pedían?

–No nos pedían a Eduardo Mendicutti o a Terenci Moix porque ya los habían leído. Pedían libros diferentes: libros que les hicieran sentir reflejados porque podían ver su realidad. Los chicos que entraban querían libros con temática, con personajes que tuvieran las mismas dificultades que ellos tenían en ese momento: salir del armario, los prejuicios, la incomprensión familiar, el primer amor, el primer sexo... Todo eso.

–¿La literatura LGTBI empieza con “De profundis”, la larga carta de Oscar Wilde?

–Sí, puede ser. ¿Dónde podemos poner el comienzo de la literatura LGTBI? Pues quizás no con Oscar Wilde o Virginia Woolf: la suya era una literatura hecha por personas homosexuales, pero la literatura LGTBI es otra cosa. Este tipo de literatura tiene un punto de inflexión que es 1969, el año de las revueltas de Stonewall, cuando nace el Orgullo, cuando los homosexuales dicen “Basta ya”. Basta ya de abusos, de prejuicios, basta ya de violencia hacia nosotros. Ahí es cuando se crea el movimiento LGTBIQ+ moderno, que yo lo llamo moderno. Estas revueltas se unieron a la eclosión de la cultura LGTBI. La Oscar Wilde, la primera librería, viene de ahí.

–¿La ausencia de literatura en castellano la suplieron con traducciones?

–En nuestra editorial, al principio, el 80 por ciento de lo que sacábamos eran traducciones. Nadie se atrevía a firmar un libro marcadamente LGTBI con su nombre y su apellido: el primer paso era salir del armario y después ponerte a escribir una novela y firmarla con tu nombre. No era fácil en aquella época. La primera que publicamos fue en 1997: “Con Pedigree”, de Isabel Franc, que firmaba como Lola Van Guardia porque estaba haciendo una trilogía.

–¿Cuándo se normaliza este panorama?

–Hace ya unos años.

–¿Y por qué?

–Fue como un cóctel. Nosotros abrimos la librería y eso fue: “Esta gente está loca”, “esta librería va a durar dos telediarios”, “aquí, en este país, no hay maricas y bolleras”. Esto es lo que más o menos me venían a decir los comerciales del libro. Esto empieza a funcionar a finales de los noventa, a comienzos del 2000. Berkana fue el primer negocio de día que se creó en Chueca. En Chueca había bares: tocabas el timbre a partir de las diez y media de la noche porque la visibilidad diurna no existía. En torno a la librería, que fue el embrión de Chueca, se crearon alrededor otros negocios que ayudaron a cambiar la situación. Además, en 1993 se presentó el primer proyecto de ley de parejas de hecho: por primera vez los maricas, bolleras y personas trans dijimos que queríamos derechos. Presentar el proyecto de ley a los partidos políticos fue un verdadero “shock” para los partidos políticos. Hicimos pedagogía que era necesaria. Lo que teníamos claro es que sin visibilidad de la comunidad gay no podíamos hacer nada: ni aprobar leyes, ni mi negocio iba a funcionar, aunque mi negocio no era un negocio, si no puro activismo. Y, de pronto, los medios de comunicación se dan cuenta de que algo está pasando en Madrid. Y hasta ahora.

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