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Las bienaventuranzas

El lugar que merece la colección de cerámica del cura Feito

Si va usted a seguir leyendo, tenga en cuenta que estas líneas van a tratar de José Manuel Feito y de su colección de cerámica, lo de las bienaventuranzas es un poco de coña marinera, que en este país equivale al "ajo, agua y resina" que nos tenemos que aplicar para sobrevivir.

"Bienaventurados los que no esperan nada de las autoridades, pues sus deseos se verán plenamente satisfechos".

Murió José Manuel Feito, el cura de Miranda y se nos fue con un gran pesar que lo mantuvo deprimido largo tiempo: la cerámica. Quienes lo tratamos, admiramos su entusiasmo contagioso en cada palo cultural que tocaba: el Bron, las escuelas, Casona, los caldereros, la cerámica, José Menéndez, un indiano mítico, la parroquia de Miranda en su conjunto?

Muchos jóvenes de la zona recordarán el Seiscientos del cura, con el que iban a descubrir tesoros cerámicos de sus antepasados por los alrededores del pueblo y se tiraban los domingos escarbando por donde había, o no, vestigios de alfarería negra. Ahora que desapareció el promotor de toda aquella movilización entusiasta y desinteresada, los que andan ahora por los taytantos, vuelven a preguntarse, como hace años: ¿Dónde están todas aquellas piezas de cerámica, desenterradas, limpias y documentadas, colocadas a huevo para darles un lugar donde perdurar en las generaciones presentes y futuras? ¿Dónde el interés de las autoridades locales y regionales? A nivel nacional e internacional, aquellos cacharros tenían un valor indiscutible, José Manuel Feito recibió premios por ello y Miranda veía asombrada cómo surgía una Escuela de Cerámica, hasta "un nicho de empleo", vaya por Dios, qué expresión más horripilante.

Parece que la colección de cerámica de Miranda estorbaba, quemaba entre las manos, era una especie de regalo envenenado: que si iba para Cataluña, había más interés allí que aquí, pero la cerámica está unida a la tierra que la vio cocer, no había cambalache posible. Un norteamericano se llevó un castillo escocés y lo plantificó en medio del desierto de Arizona y un agitador cultural le puso un par de pistolas a un cristo de madera, se puede hacer de todo y mal. Y la colección de cerámica se quedó en casa, es un decir. Que está en Las Pelayas de Oviedo. En el Tabularium estaría mejor. No, no, en el Arqueológico.

Repartieron mi ropa y echaron suertes sobre mi túnica, dicen los Evangelios.

Hasta donde pudimos leer estos días, nadie reivindica la colección de cerámica de José Manuel Feito para darle el lugar que merece, y como merecía su alfarero principal. Seguro que las autoridades locales y regionales sabrán hacer algo positivo con este tesoro, salvándolo del olvido que ellas mismas procuraron.

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