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LA ESPINERA

Los mapas de las escuelas de Arnao

Del aprendizaje en mitad de la naturaleza y la oportunidad de haber disfrutado de un modelo de enseñanza tan distinto al de la zona urbana

Rubén, un antiguo compañero de las Escuelas de Arnao y más tarde del instituto, me envió este verano unas hermosas fotos que me llenaron al mismo tiempo de alegría y de nostalgia: los antiguos mapas de las Escuelas de Arnao se habían restaurado, y esta vez además su resultado había sido espléndido. Ahora sí que son una auténtica obra de arte, pensé. Así que agradecí a Rubén el envío de esas imágenes y esa misma semana fui a visitar aquellas Escuelas que tantos recuerdos me traían.

Aquellas escuelas vistas desde hoy tan poéticas en plena naturaleza, rodeadas de árboles y madreselvas, en las que de algún modo estaba presente también el mar tan cercano. Eran tan distintas de las urbanas. Qué afortunados éramos, aunque no nos diésemos cuenta de ello?

Ascendí una vez más por las antiguas y empinadas escaleras y aún creí oír el sonido de aquella campana que nos invitaba a ir adentrándonos en las enormes aulas luminosas tras atravesar el patio bordeando aquellos mapas, motivo ahora, tantos años después de mi visita.

Y ahí, por fin, estaban los mapas con sus océanos turquesas que se iban volviendo ópalo según las aguas se volvían más procelosas y profundas y en la tierra, los relieves verdosos y ocres?

Y aquí estoy yo, de nuevo, mientras el silencio recupera todo el bullicio de todas las generaciones de niños que transitaron por estos patios bordeados de pinares y aromas de acacias, aquellas mañanas amarillas llenas de sol y también aquellas otras frías en las que nos acompañaron los abrigos.

Y desde Venecia a Estambul, desde Canadá a Jamaica, mi corazón recupera el júbilo de aquellos años en los que el aprendizaje era un gorrión que cabalgaba sobre la brisa o un jilguero que, habiendo escapado de su jaula, recuperaba veloz las fragancias de los salvajes helechos.

Y viendo de nuevo aquellos mapas que, día tras día, me acompañaban, no solo recuperé una instantánea de felicidad, sino la sensación de que a veces hasta cuando ya no lo esperamos somos capaces de volver a alcanzar todo el color en nuestras vidas, todas las tonalidades que creíamos haber perdido, desde el azul lavanda al aguamarina; desde el rosa veneciano al rojo coral. Y quizás hasta podamos restaurar todo aquello que creíamos irremisiblemente dañado.

Agradecí, el haberme incitado a mirar, frente a frente, a aquellos mapas y devolverme, como si se tratase de un sueño, parte de aquel pasado tan puro, sencillo y despreocupado.

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