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Francisco Sánchez

Vita brevis

Francisco Sánchez

El allegado ha llegado

Las disposiciones gubernamentales y autonómicas para celebrar la Navidad con seguridad sanitaria

Ya andan como locos promulgando normas a porrillo los gerifaltes de las diecisiete autonomías y “autonosuyas”, que forman eso que los independentistas y la joven izquierda ágrafa llaman Estado español, que casualmente es como lo llamaba antes que ellos el Caudillo que, por si alguno no lo sabe, es como se titulaba a Franco en vida.

Esa catarata de normas se inició en el propio Ministerio de Sanidad, que dirige el filósofo Illa, para ordenar todo cuanto se puede y no se puede hacer por Navidad. De milagro que no se haya dictado hasta ahora ninguna norma sobre el menú que se pueda servir en la mesa familiar y sobre las barras de turrón que se puedan comer. Casi todo lo demás está minuciosamente regulado.

Es imposible conocer todas esas normas que proliferan como gigantescas vomitadas y que, además y encima, cambian cada pocos días. Su estudio daría para varias tesis doctorales agotadoras, que dejarían chica a la Glosa Magna de Francisco Accursio, que permitió que pudieron conservarse los numerosos y dispersos manuscritos con las glosas de los juristas medievales de la escuela de Bolonia. Pero algunas de esas normas son bastante conocidas porque se han repetido machaconamente por los medios de comunicación, que son una máquina bastante perfecta de lavado de cerebro, que ya quisiera haber soñado George Orwell en su famosa novela “1984”.

Una de las disposiciones adoptadas para la celebración de Nochebuena y de Nochevieja es que nos han permitido andar por fuera de casa hasta la una y media de la madrugada, que ya es una licencia con la que no sé si se han pasado de liberales, porque a esas horas nada bueno puede haber por las calles, como decían los viejos moralistas seguidores del Catecismo del padre Astete o, en su caso, del padre Ripalda.

La fijación de esa hora límite para llegar a casa en esos días no parece que vaya a obligar a los clérigos a aligerar la Misa del Gallo, porque hace ya años que no se celebra esta liturgia a la medianoche, sino que en la inmensa mayoría de las iglesias se comienza mucho antes, incluso por la tarde y, además, sin villancicos acompañados de zambomba, pandereta y almirez. Lo que sí ocurrirá es que algunos tengan que volver a su casa o irse a la cama con las peladillas y los polvorones aún en el gaznate.

Otra de las disposiciones que han promulgado nuestros benéficos legisladores es el número de personas que se puede reunir para cenar la sopa de marisco o de pescado, la lombarda, los langostinos o las almejas, el besugo o la merluza al horno o, para los carnívoros, el pollo o el pavo relleno, además de los turrones y otros dulces navideños.

Inicialmente ha existido algo de polémica, porque algunos propugnaban un número determinado y otros estimaban que debían ser otra cantidad de personas, además de si en el mismo debían contarse los menores o no. Bueno, ya saben que el asunto se zanjó y quedó la cosa en que podemos juntarnos a cenar diez personas, incluidos los menores que a tal efecto también cuentan en el cómputo, aunque coman menos. Pero, oiga, siempre que esos diez sean familiares o allegados.

Y mira por dónde se ha producido una gran conmoción con eso de permitir que cenen con nosotros los allegados, además de los familiares por consanguinidad o por afinidad, lo que naturalmente incluye a los inevitables cuñados. Todo bien pero, ay, amigo, vaya comedura de coco que se han montado algunos con el asunto de los allegados, que andan con ello en un sinvivir.

Fíjese usted qué problema más absurdo es eso de saber quién es un allegado. Miren, dejen de hacerse masturbaciones mentales. Un allegado, como su propio nombre indica, es una persona cercana que, sin formar parte de la familia, comparte con ella como si lo fuera. No se preocupe por equivocarse, hombre, usted nunca invitará a la cena de Navidad a quien no sea un allegado.

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