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Marisol Delgado

Mente sana

Marisol Delgado

Psicóloga

El impacto psicólógico de la infoxicación

Cómo abordar desde la perspectiva ciudadana la sobredosis informativa en tiempos de pandemia

Seguimos en la distopía…

La que comenzó con el confinamiento de la pasada primavera, con su encierro, su incertidumbre, sus aplausos y su posterior desescalada.

La que siguió durante un verano en el que quisimos convencernos de que lo peor ya había pasado.

La que nos ha llegado en esta llamada segunda ola, en la que la incertidumbre y el miedo no solo no han desaparecido, sino que vienen acompañados de cansancio, saturación, agotamiento … En la que se va instalando la llamada indefensión aprendida, esa que Seligman ya abordó en los años 60, consecuencia de ir interiorizando la idea de que hagamos lo que hagamos tenemos bien poco controlado.

Llegados entonces a este punto ¿Qué creen ustedes que puede resultar más eficaz para que esa indefensión no nos desmorone? ¿Creen que sería más apropiado que nos vayan informando de cada dato, en plan minuto y resultado? ¿O sería mejor que no supiéramos todo lo que está ocurriendo y que nos maquillen y suavicen los datos, al estilo de Johnny Guitar cuando Sterling Hayden le dice a Joan Crawford aquello de “Dime algo bonito, miénteme, dime que me has esperado todos estos años…”.

Parece que en esta pandemia está habiendo un exceso de información, un exceso de desinformación y, sobre todo, un exceso de infoxicación, término acuñado por Cornella hace más de 20 años. Tenemos las cifras diarias de personas infectadas, la de personas fallecidas, nos cuentan cada incidencia en las pruebas, en las vacunas, en las calidades de las mascarillas…

¿Se imaginan que hubiera ocurrido lo mismo con otros temas sanitarios, por ejemplo, el sarampión o los tratamientos para las dificultades de erección? Vale más no pensarlo…

Tenemos derecho a saber, desde luego, pero saber demasiado nos está precipitando directamente al miedo, al bloqueo, a la angustia y al hartazgo.

Claro que la opción de que nos maquillen la realidad o que nos lleguen datos falsos, tampoco es muy recomendable que digamos. Generaría más indefensión aún, así como una mayor sensación de inseguridad y descontrol. Y ya de los bulos ni les cuento.

Quienes hemos sido, por ejemplo, pacientes oncológicos sabemos de sobra que la información nos ayuda a afrontar mejor el proceso, pero información justa, no todos y cada uno de los aspectos concretos. No ayudaría en nada conocer los pormenores de cada investigación acerca de la enfermedad y de los tratamientos.

Está en nuestra mano disminuir el bombardeo informativo al que nos exponemos. Está demostrado empíricamente que ni el derrotismo ni la negación suelen funcionar de forma adaptativa. Tenemos que optar entonces por una tercera vía, la de asumir la realidad, sin sobreinformación, sin bulos, sin eufemismos negacionistas, pero de una forma en la que sintamos que siempre podemos contribuir haciendo algo, tanto a nivel individual como colectivo. Quizá nos vendría bien más información acerca de que nuestros esfuerzos sirven, resultan funcionales, aunque no lo percibamos a corto plazo.

Probablemente nos ayudaría el sustituir las rumiaciones continuas por acciones que nos ayuden a ir solucionando las cuestiones de cada día, pues si vivir el presente suele ser importante, en esta etapa se convierte en imprescindible.

Seguramente nos fortalecería huir de catastrofismos, con miras a lograr mantener una cierta (y psicológicamente necesaria) esperanza. Sin adoptar un enfoque infantil e idealizado, por supuesto.

Decía la escritora Gertrude Stein que “todo el mundo recibe tanta información durante todo el día, que pierde su sentido común”.

No perdamos, pues, el sentido común, hagamos algo para ayudarnos frente a esa infoxicación que pude resultar más letal que el propio virus y no nos olvidemos de cuidar y cuidarnos, nos va la salud y la vida en ello.

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