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Carmen Nuevo

La orquesta del “Titanic”

Actitudes modélicas que deberían conducir nuestra vida y acciones para salvarnos

La primera vez que oí hablar sobre el hundimiento del “Titanic” apenas tenía siete u ocho años. Mi abuela me relataba aquella historia real, como otras muchas, con tal pasión y lujo de detalles que casi podría percibir con total nitidez la noche oscura y sin luna, la quietud del aire y el frío glacial como si me encontrase sobre la mismísima cubierta del transatlántico tras aquel fatídico accidente; pero en lo que se recreaba con más intensidad mi imaginación era en la música de aquella legendaria orquesta.

Aquellos ocho músicos de la Wallace Hartley Band, que durante las dos horas y veinte minutos en las que supuestamente tardó en hundirse el “Titanic” por la colisión con el iceberg, no dejaron de tocar ni un instante. Puede que al principio lo hiciesen con la intención de entretener y tranquilizar al pasaje cuando aún había esperanza y más tarde con el ánimo, que solo posee el auténtico artista que no cede en su empeño de alcanzar y acercar la trascendencia, de ofrecerla como un regalo en un momento final y decisivo de unión con otras almas y de reconocerse y ampararse en la humanidad… No dejaron de tocar ni un instante. Algunos de los supervivientes relataron que “no recuerdan oírlos parar”.

Pienso en la orquesta del “Titanic”, porque esa actitud tan ejemplar debería de conducir nuestra vida y acciones. Esa conducta modélica tan distante de aquella otra que ante cualquier situación de peligro, aprovechándose de puestos o cargos públicos y cobijándose en una dudosa legalidad, sin embargo, ajena de moralidad, se suben al “bote” antes que nadie, por lo que pueda pasar.

¿Qué clase de sociedad podemos esperar con semejantes acciones? Sinceramente creo que hasta las ratas del “Titanic” hubieran mostrado mayor dignidad. Esos comportamientos no solo son deleznables sino que nos envilecen como sociedad.

Pero escuchemos de nuevo aquel violín, aquella melodía: “Nearer, my God, to Thee” y quizás podamos salvarnos aunque sea sin dejar de sucumbir.

Todo comienza en un gesto que por inercia puede acabar convirtiéndonos en seres legendarios. Porque hay nombres que nunca caerán en el olvido, por muy procelosas que sean las aguas, como los de los músicos de aquella orquesta: Wallace H. Hartley, Roger Bricoux, Fred Clarke, P.C. Taylor, G. Krins, Theodore Brailey, Jock Hume y J.W. Woodward.

Porque hay frases entre tinieblas que siempre serán recordadas, como la del director de la banda ante el inminente final: “Caballeros ha sido un honor tocar con ustedes esta noche…”.

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