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Empresarios amables y trabajadores violentos

En relación a la huelga del metal en Cádiz

Imagino que muchos de ustedes habrán visto las imágenes de televisión en las que aparecía un grupo de gente gritando: “¡Somos obreros, no delincuentes!”

Yo las vi y quedé como desconcertado, pero enseguida me di cuenta de que era una aclaración necesaria, pues las televisiones y los periódicos son tan aficionados a tergiversar las cosas que desfiguran la realidad para convertirla en noticiable. Por eso estuvo bien que los obreros se identificaran porque, hasta entonces, nadie sabía que lo eran ni que en Cádiz había una huelga. Aquello lo mismo podía ser la resaca de un botellón que el atraco a una sucursal bancaria.

Podía ser cualquier cosa porque los obreros y las huelgas hace tiempo que no son noticia, y menos en televisión. Noticia es que arda un contendor o los antidisturbios repartan estopa, no que los trabajadores salgan a la calle y protesten porque les ofrecen una subida salarial de risa. El 0,5%, aplicable desde septiembre para 2021, un aumento del 1,2% en 2022 y del 1,5% en 2023, y que en esos tres años, suba lo que suba el IPC, no se revisen los salarios.

Lo oferta invitaba a la huelga, pero las huelgas, además de que no son noticia, tienen muy mala prensa. Siempre que los trabajadores convocan huelga, las sombras de la duda se ciernen sobre las causas que la motivan. Para algunos nunca hay razones que la justifiquen, para otros lo que piden los trabajadores es imposible y los que van de listos se apuntan a la tontería de que el mundo ha cambiado tanto que, en el siglo XXI, las huelgas no tienen sentido.

Punto y aparte son los partidos políticos, que cuando gobiernan consideran que las huelgas encierran un trasfondo inconfesable cuyo objetivo es derribarlos y cuando están en la oposición justifican que los trabajadores las convoquen por lo mal que lo hace el gobierno de turno.

La huelga de Cádiz, como otras muchas, ha sido portada en la televisión y los periódicos no por la postura de los empresarios o las reivindicaciones de los trabajadores, sino porque los medios la presentaron como un ataque a la convivencia y el civismo. Como una violencia sin sentido que deja en muy mal lugar a quienes la protagonizan.

No pretendo justificar que se tome la calle al asalto o se quemen contenedores, pero la realidad es que si los conflictos laborales no se hacen visibles, si no son noticia, la opinión pública y los empresarios los ignoran. Lo cual supone que los trabajadores, además de luchar por sus reivindicaciones, tengan que luchar, primero, contra el silencio de los medios y luego contra lo que casi siempre sucede: la distorsión del conflicto.

Hoy, cualquiera que presuma de estar bien informado sabe que los trabajadores de Cádiz han quemado contenedores y se han enfrentado a la policía pero desconoce qué es lo que piden y por qué han ido a la huelga.

Al final, casi siempre, resulta que los violentos son los trabajadores y no los que amenazan con despidos, encadenan contratos basura y pagan sueldos de miseria. La opinión pública acaba culpabilizando a los que protestan y a los provocadores de la protesta los absuelve. El balance es desolador. Quienes no piden otra cosa que lo justo para sobrevivir son los violentos y quienes se lo niegan son gente amable que ejerce, con educación, su derecho a seguir enriqueciéndose.

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