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Carmen Nuevo

Salud

El deseo más común para el año que comienza

Comencemos por el primero de los deseos de muchos de nosotros para este año que se inicia. Me refiero a la salud, algo tan necesario cuando carecemos de ello y de lo que nos solemos olvidar cuando lo poseemos. Y es que sin ella no somos nada. Es cierto que la salud no es solo un bienestar físico, también es un estado mental y hasta social, tal como indica la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es cierto que hay muchas causas ajenas a nosotros mismos que pueden deteriorarla: lesiones, enfermedades, accidentes, desgracias, tensiones que pueden afectarnos; pero también es verdad que a veces está en nuestra mano el procurarla y conservarla…

Escribo estas líneas y reflexiono sobre la salud recordando aún el vértigo que me tuvo postrada el día de Nochevieja y de Año Nuevo y la satisfacción de que mi llamada fuese atendida a la primera en el centro de salud de Piedras Blancas y de que, más o menos a los quince minutos de mi llamada, una doctora me atendiese con una amabilidad total, lo cual también es de agradecer cuando duele tanto la cabeza y todo amenaza con girar no se sabe muy bien por qué. Tras la consulta telefónica, y cuando ya estaba a punto de colgar, me deseó además que tuviese un feliz año y todo eso, a pesar de la presión asistencial a la que en estos días están sometidos los centros de atención primaria. En fin, hechos como ese hacen volver a creer en el género humano y desear que la era del poshumanismo tarde bastante en llegar.

Volviendo a la abstracción, gozar de salud es también saber eludir aquello que nos perjudica, nos causa daño, nos impide ser o crecer, nos resta inspiración, nos aleja de la pureza y del amor a lo que debemos ser para realizarnos o florecer, porque la salud tampoco puede existir sin la libertad ni la aceptación de lo que realmente somos, sin el conocimiento último y primero de saber cuál es nuestro destino.

La salud solo es un vuelo, el leve éxtasis de la nieve que nos impulsa hacia una nota, hacia un sonido perfecto. También es no ignorar que envejecemos, conocer nuestras limitaciones e identificarnos en una partícula brillante del cosmos, alcanzar la ligereza y la infinitud de una hoja que en otro tiempo fue verde y ahora, temblorosa, flota en el río, estar solos sin estarlo, un manantial que, en este preciso instante, surge de las ruinas antes de que cerremos los ojos.

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