Quienes ya tengan algunos años, y algunos recuerdos, tal vez recuerden que en la noche del 19 de marzo de 2003 retransmitieron por televisión lo que, lejos de parecer el comienzo de una guerra, parecía la inauguración de una fiesta con un derroche de fuegos artificiales. Aquella noche, en directo y sobrecogidos, vimos como Estados Unidos y sus aliados, entre ellos España, lanzaban 400 misiles Tomahawk contra la indefensa población de Irak que, a esa hora, estaría durmiendo y debió despertarse creyendo que era un mal sueño.

Entonces, como ahora, alguien desde un cómodo despacho dio la orden de invadir un país y provocar la muerte y el sufrimiento de millones de personas. Tampoco era nuevo. Era lo que había sucedido, o iba a suceder, en Kosovo, Palestina, Yemen, Libia, Siria, Afganistán...

Conviene recordarlo porque después de haber pisoteado el Derecho Internacional y la soberanía de un buen número de países, invadiéndolos y arrasándolos con sangrientas consecuencias, ahora resulta que quienes lo hicieron ponen el grito en el cielo y recurren al tan manoseado Derecho Internacional para invocarlo con un cinismo y una desfachatez que causan sonrojo.

Este diferente rasero debería hacernos reflexionar. La invasión rusa de Ucrania es una barbaridad condenable sin paliativos ni excusas que valgan. Pero, justamente por eso, nadie: ni los rusos, ni los americanos y nosotros sus aliados, puede hacer de su capa un sayo y luego decir que los demás están obligados a respetar las reglas que nosotros no respetamos.

Tenemos que ser honestos. Ser honestos, espabilar y darnos cuenta de que Rusia y Estados Unidos se disputan el dominio del mundo y Europa no pinta nada. Pinta la ingenuidad del tonto útil que comete el error gravísimo de subordinar su política exterior y militar a las decisiones de la OTAN y, por tanto, de Estados Unidos.

Europa necesita una política propia de defensa y seguridad. Necesita tener su propia personalidad y no comprar las mentiras de unos y otros. Ni Rusia persigue esa supuesta desnazificación que promulga Putin, ni el Gobierno de Ucrania es inocente en la pretensión de Estados Unidos por dominar esa zona.

Los ucranianos son víctimas de un canalla como Vladímir Putin, pero son igual de víctimas que lo fueron los iraquíes de otro canalla parecido. Así que no hay que reírles las gracias a los rusos, ni tampoco a los americanos. Hay que pararles los pies y ponerlos en su sitio.

Putin está justificando la invasión de Ucrania igual que George Bush justificó la de Irak. Exactamente lo mismo. Pero no aprendemos nada. Somos tan ingenuos que hace 19 años compramos la mentira de las armas de destrucción masiva y ahora esa tontería de que Putin es comunista. Putin es como Donald Trump, un reaccionario muy peligroso. Los dos presumen de ser muy amigos. No me extraña. Putin financia a los partidos de la ultraderecha europea y mantiene unas relaciones excelentes con Marine Le Pen, Orbán y Salvini.

Por desgracia, y más en tiempos de guerra, las mentiras y la desinformación están a la orden del día. Pero Europa sabe cuál es el problema. No vale que se encoja de hombros, se pliegue a los intereses de otros y no preste atención a los suyos. Ya está bien de que nos utilicen como campo de batalla y tengamos que pagar los platos rotos de una guerra que no provocamos, ni iniciamos, ni queremos.