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Fernando Álvarez Balbuena

La política (teoría y práctica)

El propósito olvidado de preservar de todo peligro demagógico una verdadera democracia liberal

No es que la actividad política no sea digna, al contrario, el espíritu de servicio a los demás, el sacrificar tiempo, ocio y los propios intereses a la consecución del bienestar de la sociedad, así como el trabajo de buscar soluciones a los problemas que la convivencia plantea, es probablemente la tarea más noble que un hombre honrado puede asumir.

Dicho esto, en lo que todo el mundo estará de acuerdo, no puedo por menos recordar con enorme nostalgia la ilusión colectiva de todos los españoles cuando, tras el último gobierno de Arias Navarro, se empezó seriamente a plantear la necesidad de democratizar España y de darle a nuestro país el aire de modernidad y de democracia liberal que era común en nuestro entorno europeo y en todas las teorías políticas clásicas y liberales.

Todos los ideales, que eran muy numerosos, y que surgieron en aquella eclosión de partidos políticos que se llamó “sopa de letras”, cedieron generosamente en sus aspiraciones y en sus posiciones (algunas muy radicales) en pro de una auténtica nueva España y, mal que bien, se llegó a un amplio consenso que, con ciertas indefiniciones necesarias, se plasmó en la Constitución y en el establecimiento de un Estado de derecho y de un sistema de libertades.

Lo malo es que el sistema, quizás muy cosido con hilvanes, propició que el problema actual en España lo constituya la liquidación de aquellas bellas aspiraciones y la degeneración de aquellos ideales, con el establecimiento de un sistema partitocrático que se basa en la tiranía de las cúpulas de los partidos. Estos, como se puede ver a diario en prensa, radio y televisión, no reparan en medios para lograr o conservar el poder a toda costa, olvidando el propósito inicial de mantener y preservar de todo peligro demagógico una verdadera democracia liberal, participativa e integradora de todas las tendencias que ordenadamente tratasen de conseguir lo mejor para España.

Con esta degeneración nos han sobrevenido, como consecuencia necesaria, tres enormes calamidades: la corrupción, el desgajamiento de la nación y una sucia lucha política basada en el insulto, la mentira y la captación y fijación del voto, a base de una radicalización de posturas que, lejos de pensar en el ansiado bienestar de España, no hacen otra cosa que procurar el bien particular de los políticos, eternizados en sus poltronas y, lo que es peor, en sus propios y particulares intereses.

Es cierto que hay políticos honrados, seguramente la mayor parte, pero lo que se ve, por desgracia, es que el sistema corrompe precisamente a aquellos que detentan el poder superior o a los que, entre bastidores, controlan los resortes de los distintos partidos.

El regeneracionismo fue un notable movimiento intelectual y político a caballo de los siglos XIX y XX, movimiento que surgió con fuerza para denunciar el lamentable estado en que se encontraba España, y voces tan autorizadas como las de Costa, Giner y otros insignes intelectuales llegaron a las conciencias tanto políticas como populares y promovieron un notable reflujo en la marea de la decadencia española.

Por desgracia, se han olvidado los postulados de aquellos prohombres, y volvemos a sufrir otra vez la indeseable decadencia que puede ser mucho más peligrosa, sobre todo porque está alentada desde los estratos superiores del poder, y desgraciadamente va calando en las masas hasta extremos que las están haciendo alejarse de la política, perder toda ilusión sobre el progreso de España y sumirnos en la incuria y en la dejadez, que cada día se hacen ver más en nuestra maltratada sociedad, en la que cunde el desánimo y los estereotipos de que no tenemos remedio, o yo no voto más.

Así pues, si queremos que esta miseria política no nos devore, como ya lo está haciendo, hemos de concienciarnos con la reflexión y la serenidad, y no con indignaciones inoperantes, y menos aún con un “allá ellos”, sino con el voto meditado y justo, para llevar al ánimo de los que nos gobiernan que por el camino por el que vamos no llegaremos a otra cosa más que al desastre total. Y además, manifestarlo públicamente, sin miedos y en voz bien alta, usando las redes sociales y las manifestaciones enérgicas y pacíficas, y de aquella parte de la prensa que aún es leal al ideal de España

Esto se hace ahora aún más necesario con esta plétora de partidos nuevos, pero con ideas viejas que, de repente, han desembarcado en el escenario político español. Y que han hecho de la limpieza de las teorías políticas, una práctica abominable…

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