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Milio Mariño

Algunos refugiados guapos, y otros, no tanto

Con los refugiados de las guerras pasa como con las cajas de bombones, que los países van cogiendo los que les gustan y al final quedan los que nadie quiere. La realidad es así de cruda por más que los países presuman de solidarios. Es muy ilustrativo lo que sucedió hace unos años, el 15 de junio de 2015, cuando se reunieron en Bruselas los ministros del Interior de todos los países de la Comunidad Europea. En aquella reunión reprocharon al ministro alemán Thomas de Maiziére que estuviera acogiendo, solo, a los refugiados más guapos.

Thomas de Maiziére no escurrió el bulto. Aceptó el reproche y pidió disculpas, pero matizó enfadado: “Llevamos muchos años recibiendo mano de obra barata de países como España, con gente chaparrita y morena, así que deberían permitirnos ciertas preferencias”. Esas fueron sus palabras. Podemos tomarlas como una mezcla de desfachatez y cinismo o reconocer que fue sincero. Además, hubo intervenciones peores. Aquel día, los ministros debían estar inspirados porque la propuesta que consiguió más aplausos fue la que sugería que los países con gente más fea acogieran a los sirios que nadie había querido. Tampoco lo van a notar mucho, dijo un gracioso.

Así estaban las cosas hace unos años. Nadie quería acoger a los refugiados que huían de cualquier guerra y, especialmente, de la salvaje guerra de Siria. Los países no tenían la misma humanidad ni disposición que tienen ahora. Hungría, que ahora se ha volcado, pasará a la historia por la vergüenza de las incitaciones xenófobas de su presidente Viktor Orbán. Más cercano, pero igual de vergonzoso, fue lo que ocurrió el pasado mes de noviembre, en pleno invierno, cuando un cuerpo de paramilitares y voluntarios polacos, afines a la organización fascista ONR, disparó sin contemplaciones contra los miles de refugiados de Bielorrusia que intentaban cruzar la frontera. ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué se acoge a los refugiados de forma ilimitada? ¿Qué diferencia hay entre un refugiado sirio, iraquí, afgano o palestino y otro de Ucrania? Me temo que ningún gobierno responderá la pregunta o lo hará disimulando lo más que pueda porque la verdadera respuesta sería inadmisible. Tendría que responder que, ahora, los refugiados son blancos, rubios y de ojos azules. Lo dejó muy claro, hace unos días, el corresponsal de la CBS Charlie D’Agata: “Esto no es Irak o Afganistán, esto es gente civilizada, limpia, bien vestida y europea”. Una vez más se confirma que no es cierto que todas las personas somos iguales, ni tampoco que no haya vidas que valgan más que otras. El color de la piel determina la solidaridad. Hemos pasado de no dejar que entre nadie a dejar que entren todos y, en 24 horas, tramitar sus papeles.

A diferencia de lo que ocurre con los refugiados de otros países, los de Ucrania no están encontrando alambradas ni concertinas: encuentran abrazos de bienvenida. No se juegan la vida intentando cruzar la frontera. Es cierto que da mucha pena ver a los niños huyendo de la guerra con sus peluches a cuestas, pero, al menos, no aparecen muertos en nuestras playas como vimos en aquella foto que conmovió al mundo porque mostraba el cadáver de un niño, boca abajo, en la orilla y a merced de las olas.

Ojalá que, en un futuro, hagamos con todos los refugiados lo mismo que estamos haciendo con los refugiados de Ucrania.

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